River se quedó con una sensación de vacio. Un gusto amargo. Sabiendo que el empate no sirve. No tiene valor. En esta clase de partidos lo único que se disfruta y festeja son las victorias. Esa es la grandeza con la que crecimos, vivimos y encaramos estos duelos. El empate es el resultado que festejan los equipos que vienen al Monumental con un complejo de interioridad muy grande. Donde todo resultado que no sea perder es motivo de alegría. Por eso unos se fueron amargados y otros con la tranquilidad de haber logrado el objetivo.

De entrada quedaron claras las posturas. River es el que pone en cancha una formación audaz y quien asume el protagonismo desde el minuto inicial. Boca es el que sale a ver que pasa, tomando recaudos en su alineación, el que mete cambios al final para fortalecer lo defensivo y termina el partido jugando con una linea de siete defensores. River es la imagen de Borja queriendo jugar para intentar ganar y exigiéndole a su adversario la grandeza que deberian tener en los clasicos.

Boca es la imagen de Romero demorando, haciendo tiempo y esperando el silbato final para irse al vestuario a festejar con sus compañeros el valioso punto. River es el que siempre sale a ganar. Boca es el que siempre sale a no perder. Es la realidad de ambos clubes en el último tiempo. De Madrid para aca nos acostumbramos a eso.

Demichelis dio en la tecla con la formación

Demichelis sorprendió y acertó con la formación inicial. Mostró coraje, tomó riesgos y adoptó un perfil muy ofensivo. En el partido donde todos se asustan, él decidió ser valiente. Puso solo a Villagra para marcar y el resto todos para adelante. Junto en un mismo once a Fernández, Echeverri, Barco, Solari y Colidio. Y Le salió bien. De arranque, en los primeros 15′ fue el River que nos gusta. Luego el equipo empezó a desdibujarse, aunque nunca resignó el objetivo principal de atacar a su rival.

Boca salió decidido a disputar el trámite del juego en su terreno. A diferencia de otras visitas al Monumental, no jugó metido en su área sino que fue un equipo mas corto y compacto, donde todos sus jugadores pasaban la línea de la pelota para defender pero siempre fuera del área. El Boca de Martinez, a comparación de los equipos de Alfaro, Battaglia, Ibarra y Almiron, podríamos decir que fue el “Milan de Arrigo Sacchi”.

Enzo Díaz fue uno de los que no tuvo un buen partido frente a Boca. (Getty)

Enzo Díaz fue uno de los que no tuvo un buen partido frente a Boca. (Getty)

River presionó esa intencion de Boca de salir con pelota dominada desde el fondo. Por momentos lo logró y fueron varios los pelotazos afuera de la cancha que forzó en su rival. En esos 45 minutos iniciales hubo dominio pero no tanto peligro. Si bien tuvo chances (la de Colidio en el palo la más clara) no terminó siendo arrollador ni lo peloteó a Romero. Tampoco sufrió. Es cierto. Tenía controlado al tibio ataque de Boca. Merentiel no gravitó nunca y Cavani siempre fue presa fácil para la defensa de River. Todo mérito de la muy buena tarea realizada tanto por González Pirez como por Paulo Díaz. El chileno demuestra estar en un gran nivel y nuevamente fue la figura más destacada.

La debilidad de River: los costados

A River le costó en el primer tiempo, y en todo el partido, imponerse por los costados. Ni Herrera ni Enzo Díaz pasaron bien al ataque. Frenaban cada intervención ofensiva del equipo que terminó quedando muy dependiente de la conexión Fernández-Echeverri-Barco que por momentos se encontraron bien y en otros no coincidieron en esa buena sintonía que solicitaba el partido. La idea se sostenía porque Villagra estuvo a la altura del clasico y se la bancó solo a la hora de correr, luchar y recuperar. Su trabajo le permitió al equipo juntar jugadores de características ofensivas.

Sin embargo el cero no se rompió y el equipo se fue al entretiempo sintiéndose superior pero no ganador. Sensación que cambió en apenas unos minutos cuando Solari aprovechó un pelotazo largo, el retroceso pesado de los centrales de Boca y las habituales falencias de Romero cuando las pelotas van por abajo, para conseguír el gol en el momento ideal. Arrancar el 2do tiempo convirtiendo, ganando y manteniendo el plan de juego cerraba por todos lados. Era solo acertar un pase, aprovechar un espacio, realizar una maniobra individual y el 2do gol debería caer tarde o temprano.

Solari abrió la cuenta en el superclásico y marcó su primer gol ante Boca.

Solari abrió la cuenta en el superclásico y marcó su primer gol ante Boca.

Y hacia eso fue o intento ir River pero no supo ni pudo aprovechar el golpe de efecto. Lo tenía al borde del KO a Boca pero no le metió nunca esa mano que lo haga besar la lona. Y para peor, empezó a apagarse de a poco. Le dejó recuperar el aliento, le permitió salir del sofocón anímico y futbolístico. Barco seguía abusando del individualismo y equivocándose en sus decisiones. Es un jugador de mucho talento pero que deberá sumar criterio para simplificar algunas maniobras y hacer mas productiva sus participaciones.

Cambios que no cambiaron

Solari se lesionó y no pudo seguir. Colidio aparecía y desaparecía. Llegaba la hora de mover el banco de suplentes y los cambios no ayudaron. Entraron Aliendro, Sant’anna, Mastantuono, Fonseca y el “tocado” Borja. Y ninguno mejoró lo que ya estaba sucediendo en el césped. River terminó el partido con menos jerarquía que cuando lo inició. Y eso se notó. Mucho más cuando se duerme una siesta en el lateral derecho de su defensa que paga caro. Muy caro.

Ningún volante retrocede rapido a esa zona para ocupar espacio y colaborar con la marca. El ex lateral de Defensa y Justicia queda mano a mano con Blanco y comete el grosero error de frenar y arrancar en una misma carrera. Eso fue fatal. Lo terminó corriendo de atrás, nunca lo pudo alcanzar y fue espectador privilegiado de la llegada al fondo y el centro atras que le permitió a Boca empatar un partido que no estaba en los planes de nadie. Baldazo de agua fría para un equipo que sin brillar había hecho un desgaste durante 70 minutos para encontrarse otra vez donde empezó.

Agustín Sant’Anna no estuvo a la altura del Superclásico y tuvo un ingreso para el olvido.

Agustín Sant’Anna no estuvo a la altura del Superclásico y tuvo un ingreso para el olvido.

Partido empatado y así como nunca se percibió que se podía perder, tampoco en ese tramo final había esa sensación de que lo podía ganar. River sintió el impacto y su mejor momento en el partido ya había pasado y Boca empezó a manejar la pelota para quitarle ritmo al trámite, meter defensores y demorar el juego para llegar al minuto 90 con el empate deseado. Y así terminó, con Falcón Perez apurado por terminar el partido después de sólo agregar 4 minutos y con la bronca en las 90 mil personas que notaban como su River dejó pasar la posibilidad de ganar un clásico que tenía a favor pero que por errores propios no supo liquidar.

La ilusión del triunfo se esfumó. Resultado que hubiese sido necesario para continuar con la racha ganadora en los clásicos, sumar puntos útiles pensando en la clasificación a la siguiente ronda y también de paso generar un problema en la vereda de enfrente después de un arranque de torneo con dudas y cuestionamientos. Estaba al alcance de la mano todo eso. Tenía todo para ganarlo y no lo hizo. Por eso la decepción en la gente. Porque para los equipos grandes una igualdad en un clásico suele ser un mal resultado. River cuando enfrenta a Boca quiere ganarle siempre. No le sirven los empates y mucho menos los festeja.