River pisó fuerte en Córdoba y logró lo que se le pedía y exigía: ganar, clasificar y convencer. El equipo de Martín Demichelis llenó los tres casilleros en una noche en la que si bien hubo algún susto y parecía complicarse, pudo revertir con autoridad, carácter y buen juego una historia que se ponía oscura.

En el entretiempo del partido decisivo con Instituto el equipo estaba eliminado. Salió a jugar los 45 minutos finales estando 0-1 y con todos los demás resultados en contra. Y en ese momento de incomodidad y presión absoluta mostró su mejor cara y también que llega a la etapa de definición de la Copa de la Liga en un buen momento futbolístico.

Se cierra la mejor semana del 2024 con tres triunfos consecutivos que vuelven a poner a River en el lugar que le corresponde sin que le quede grande la chapa de candidato. Repasemos. El segundo tiempo contra Central, el muy buen partido contra Nacional por la Libertadores y la actuación en Córdoba frente a Instituto son motivos válidos para que vuelva la confianza y el entusiasmo. Fueron victorias acompañadas de rendimiento. Como al hincha le gusta. Mostrando mejoras individuales, como la de Manuel Lanzini, y colectivas para recomponer una imagen que se veía un tanto distorsionada hasta no hace mucho tiempo.

Qué saludable fue la modificación de idea y esquema que decidió el entrenador. Lo hizo a tiempo. En el momento justo. Cuando más se necesitaba de su lectura y en un contexto donde se rumbeaba para el lado correcto o se entraba en una zona de inestabilidad peligrosa. Volvió la tranquilidad a River. Esa confianza que no solo provocan los resultados positivos sino también las buenas actuaciones. Y estas sucedieron, ya sin el 4-3-3 y con los jugadores en posiciones más naturales para sus características.

Archivar momentáneamente este sistema provocó una mejora clara y notoria. Por ejemplo, hubiese sido imposible el hat trick de Facundo Colidio si el ex jugador de Tigre hubiese jugado de extremo izquierdo. Su correcta posición en el ataque le permitió al equipo disfrutar de su cuota goleadora tanto con Nacional como frente a Instituto. Y no solo eso. También le quitó la duda a la gente y al periodismo sobre quien juega de 9 cuando Miguel Borja no está. Esa pregunta que hasta ayer preocupaba, hoy encuentra respuesta en la posición y el rendimiento del goleador de la noche en Alta Córdoba.

Pero la explicación del crecimiento de River no pasa solo por la dupla de ataque. En estos partidos el equipo se amigó nuevamente con la pelota, con la elaboración, juntó pases, le dio un buen uso a la posesión y encontró desequilibrio. Gracias a un Diablito Echeverri más adelantado y mejor acompañado. A Nacho Fernández aportando lo suyo. Con Rodrigo Aliendro siendo importante en esa doble función de ayudar en la marca y participar del juego, más la presencia en ataque de los laterales quienes, si bien siguen sin ser del todo eficaces en la terminación de las jugadas (aún cuando dos de los goles vinieron por centros de ellos), colaboran con un posicionamiento ofensivo que le da a los volantes distintas opciones de pase hacia adelante. Y eso fue lo que tuvo River en Córdoba y en los dos partidos anteriores.

El gran debe de River

Eso es algo que nunca debe perder. Generación, aceleración, variantes y saber qué hacer con la pelota. Cuando esto sucede, los rivales no la agarran. Y si eso pasa se da un partido más cómodo, porque si hay un punto débil que todavía muestra River es la recuperación de la pelota. Sigue sin mostrar esa seguridad defensiva y dándole oportunidades a cada rival que enfrenta. Viene recibiendo goles todos los partidos en el campeonato y eso es peligroso Sin dudas, es el gran aspecto a mejorar, especialmente para los cuartos de final de la Copa de la Liga que jugará ahora, una etapa de mano a mano y definiciones donde no hay revancha.

El haber que crece e ilusiona en River

Pero volvamos a enfocarnos en las cosas positivas que por suerte para River empiezan a ser muchas. Ya dijimos que al dolor de cabeza que genera la ausencia de Borja se le encontró la aspirina. Que si Paulo Díaz se lesiona como ocurrió, entra un pibe como Daniel Zabala, protagonista de un partidazo, que parece que juega bien de verdad y no le pesan los partidos. Que volvió bien Manu Lanzini y es una gran noticia. Que a Esequiel Barco parece haberlo hecho bien su salida del equipo titular porque cuando entra lo hace con ganas y enchufado. Da la sensación de que River, además de encontrar el equipo, logró ampliar su plantel con las buenas alternativas que quedan en el banco.

Además del crecimiento futbolístico se observa una mejora en lo físico y en el convencimiento anímico. River anota con frecuencia en los tramos finales de los partidos y ya son varias las ocasiones en las que consiguió dar vuelta un resultado negativo. Lo hizo en la final con Estudiantes, también ante Gimnasia, Rosario Central y ahora frente a Instituto. Está fuerte ante la adversidad. Los partidos que arranca perdiendo, los termina ganando. Atributo importante para el panorama y la realidad de paridad que se vive en el fútbol argentino por estos días. Igualmente: a no marearse. A continuar caminando con serenidad. No se pasó de negro a blanco. Este buen momento debe ser constante. No alcanza solamente con estos últimos tres buenos partidos. Este debe ser el piso para que un River más armado y tranquilo pueda recuperar los niveles dominantes parecidos al que tuvo el campeón de 2023.

Mientras tanto, disfrutemos de esta actualidad y de estos días de alegrías. Campeón de la Supercopa Argentina, clasificado a fase final de la Copa de la Liga y con seis puntos de seis posibles en Copa Libertadores. No está nada mal por ahora el año millonario. Si bien se apunta a metas más importantes, no deja de ser valioso ir cumpliendo con los objetivos que van apareciendo en el camino. Ahora, a esperar. Ver quiénes clasifican y quiénes quedan eliminados en la otra zona para saber cómo sigue esta Copa de la Liga. Acá no se eligen rivales y el que toque será bienvenido. River terminó puntero en la tabla de su zona y si mantiene este crecimiento, no tiene por qué temerle a nadie.