¿Cuántas veces vimos en el Monumental esta clase de partidos? Un River (solo el del segundo tiempo, porque el del primero fue un somnífero) que va y va pero no puede convertir porque el rival se mete todo atrás y su arquero está en una jornada superlativa.
Esa impotencia que se siente en la tribuna cuando se mira el campo de juego la misma cantidad de veces que al reloj y no aparecen buenas señales en ninguno de los dos lados. Porque el arquero sigue sacando pelotas increíbles y el tiempo se esfuma con una velocidad desesperante. Aparece el fastidio. El enojo. Porque el Antifútbol es algo que el hincha de River combate desde el primer día de su vida. Se para en la vereda opuesta. Ama lo bello de este juego y rechaza todo aquello que intente destruirlo.
Y ojo que no se cuestionan estilos o ideas. Cada equipo juega a lo que puede con las herramientas que tiene. Pedirle a un equipo de jugadores discretos lo mismo que a uno lleno de figuras es ilógico. Por eso se entienden las diferentes estrategias. Defenderse es parte del plan de juego. Es una elección y una forma. Una táctica válida. Ocupar espacios y replegarse para obstaculizar las virtudes del equipo contrario. Todo eso está muy bien. Ahora, lo que irrita y enoja es el odio que demuestran tener por el fútbol. Detestan este deporte. Desprecian la pelota.
Están chipeados solamente para hacer tiempo y fingir lesiones. Interrumpir las acciones a cada rato. Se juegan tres minutos, se para uno. Sacarle ritmo al partido. Quitarle continuidad. Ensuciarlo con simulaciones obscenas que cuentan con la complicad del árbitro de turno que permite todo eso. Un ejemplo de esto fue Sebastián Zunino. Jamás castigó ese método con las herramientas que le da el reglamento. Tarjetas amarillas por demorar o poder decidir cuánto tiempo debe recuperarse. Ayer adicionó solo seis minutos en un partido que mínimo era para jugar 10 u 11 minutos más.
Todo esto se vio reflejado en el Banfield de Julio Falcioni. Así de feo son los equipos de este entrenador. Históricamente se dedicaron más a destruir que a crear. Y no solo en Banfield, que es algo que puede sonar lógico. También lo hizo cuando tuvo la oportunidad de dirigir equipos grandes. En Boca y en Independiente siempre tuvo el mismo estilo mezquino aún teniendo grandes futbolistas. Es lo que sabe hacer. Lo que trabaja con sus equipos. Por eso al Monumental solo puede venir de visitante. Jamás un entrenador así podría haber dirigido a River. Le hubiese quedado enorme. Es todo lo que no se acepta ideológicamente en este club.
A todo eso vino Banfield y eso es lo que hizo. Y casi le sale bien aunque defensivamente le costó bastante. Las manos de Marcelo Barovero evitaron lo que pudo ser un resultado abultado en el segundo tiempo.
Y no es algo menor remarcar lo de la etapa final. En ese período fue cuando se vio lo mejor de River. En los primeros 45 minutos fue todo feo. El peor primer tiempo jugando en el Monumental de todo el ciclo Demichelis. Nada positivo para destacar. Un equipo apagado, lento, espeso. Sin sorpresa ni combinaciones efectivas. Juego previsible e impreciso. Fallando pases simples y de corta distancia. River era buscar la pelota a domicilio y dársela al compañero más cercano. Nadie tomaba el compromiso de generar juego o buscar el desequilibrio invidual. Era pasar y pasar la pelota sin lastimar a Banfield, que neutralizaba el juego interno y se sentía cómodo con lo ineficaz que era su rival por afuera con Herrera y Díaz.
Nunca hubo una llegada clara. Ni siquiera sensación de peligro. Y mucho de eso fue porque River no tuvo área. Solo Facundo Colidio esperaba en esa zona y era fácil de absorber por los defensores rivales. El ex Tigre no tiene presencia física ni juego aéreo, no rebota bien de espalda, no choca defensores en la disputa de un balón dividido, no olfatea gol en el área y le cuesta ser la única referencia ofensiva. Sus buenas cualidades lo describen más como un segunda punta que como delantero de área. Sin Miguel Borja, Martín Demichelis optó por él y fue un error.
Ese River del primer tiempo es el que no queremos volver a ver. En cambio, el del complemento mostró otra cara. Entraron bien los cambios que hizo el DT. Sacudió la modorra con Diablito Echeverri y Pablo Solari. Sacó uno de los dos 5 que sobró en todo el partido y adoptó una postura más agresiva. Empezó a ir con más convicción, a lastimar más por los costados y a buscar ese gol que pusiera justicia en el resultado. No pudo.
Chocó una y otra vez con unas manos conocidas. Manos santas y adoradas. Esas que más de una vez no sacaron de disgustos y situaciones comprometidas. Esas con las que se alcanzó la gloria absoluta en 2014 y 2015. Esas manos hoy vestidas de blanco y verde, pero que siempre serán blancas y rojas. Marcelo Barovero fue el motivo por el cual River no ganó. Sacó todo. Una noche descomunal en un escenario que evidentemente le sienta bien. Tan superlativa fue la noche de Trapito, que se adueño de las ovaciones del domingo y pareció inhibir a ese otro monstruo que ataja para River. Mientras Barovero sacaba todo, Franco Armani no pudo con la única que le patearon dejando en claro que el duelo de próceres del arco, al menos esa noche, lo ganó su antecesor.
Si el 0 a 0 era un castigo, el 0-1 ni hablar. Y cuando comenzaba a escucharse el Movete River, Movete llegó el cabezazo agónico de Solari para conseguir el 1 a 1. Un empate que evita una derrota inoportuna e injusta, pero que no cierra. Que representa la obtención de un solo punto, dejando dos en el camino que si los sumamos a los otros dos dejados en Tucumán queda la pobre cuenta que de seis puntos accesibles solo se consiguieron dos. Poca cosecha para el objetivo de no pasar ningún susto en la clasificación a la siguiente ronda de esta Copa de la Liga.
Entre falencias propias y artimañas ajenas, River retrocedió en su nivel futbolístico. Ni cerca de parecerse al del partido con Vélez o al de ese rato prolongando ante Riestra.
Justo sucede esto en la semana previa a Boca. El partido que nosotros y ellos esperamos. En el que no se puede fallar. El que se juega pensando en la gente. Habrá que tomar la actitud de Paulo Díaz como ejemplo claro de cómo hay que jugar el Superclásico. Rezar y prenderle velas al físico de Borja para poder tenerlo en cancha. Aferrarse a una buena tarde de Armani. Al cerebro de Nacho Fernández. A la frescura y atrevimiento del juego de Echeverri para imaginarnos un domingo feliz.
Es en casa. En el Monumental. El escenario donde Boca desde el 2018 solo vienen a defenderse y aguantar el cero en su arco. Habrá 90 mil personas alentando, apoyando y empujando. Será un gran respaldo y una gran ayuda. Prohibido decepcionar. Querido River, ya lo sabés: ¡¡EL DOMINGO CUESTE LO QUE CUESTE!!