Hubo más nervios y tensión que en una final. Sí, en un partido de fase de grupos de un Mundial hubo muchísima más angustia que en algún encuentro definitorio donde hay un título de juego. En realidad, este partido entre Argentina y México también era decisivo, pero en otro tono. Después de llegar con la expectativa por las nubes, la derrota ante Arabia generó temor y revivió viejas inseguridades en la Selección, inseguridad que debían dejarse atrás de cualquier forma para seguir con vida en la Copa del Mundo.

45 minutos muy malos y un arranque del segundo tiempo dubitativo hicieron que la intranquilidad en la Selección aumentara en un nivel considerable. Hubo cuestionamientos en la semana, se señalaron errores tácticos del cuerpo técnico, se habló mucho y en la cancha no había respuesta, hasta que apareció Messi en una avivada digna de él: se liberó de la marca, encontró el espacio y sacudió de zurda para poner el 1-0 y desatar la locura.

Los nervios estaban tan a flor de piel que algunos protagonistas (que son humanos, no robots, hay que recordarlo) no pudieron contener la emoción y el desahogo: Pablo Aimar, ayudante de campo de Scaloni, se llevó las manos a la cara en el banco de suplentes mientras el DT trataba de coordinar los cambios con él y largó unas cuantas lágrimas después del tanto de la Pulga. Todos fuimos Aimar en ese momento, sin dudas. Un reflejo del sentimiento de pertenencia y lo compenetrado que está este grupo, más allá de un resultado.

El momento del llanto de Aimar