El fútbol está repleto de historias de vida que dan cuenta de lucha y sacrificio. El camino para llegar a Primera División siempre presenta obstáculos por superar y muchos, a pesar de tener una enorme calidad técnica, quedan en el camino. Sin embargo, hay algo particular en la película de Gonzalo Montiel y que pinta de cuerpo entero por qué juega como juega: cada golpe que recibió en la vida lo transformó en fortaleza y ganas de salir adelante. 

La historia de Cachete se remonta al último día de 1996, un año glorioso para River. Su mamá, Marisa, esperaba la llegada de su hijo para el 20 de enero de 1997, pero debió suspender el brindis de fin de año y salir de inmediato desde su casa en Virrey del Pino para el hospital de González Catán. Una hora y veinte después de la medianoche llegó al mundo Gonzalo Ariel Montiel. Ya desde el vientre comenzó a marcar el ritmo y anticiparse. 

El primer lazo de Montiel con River vino de la mano de su abuelo, que era fanático de Ortega. Por eso sus padres decidieron ponerle Ariel como segundo nombre. Fue también uno de esos primeros cachetazos que le dio la vida. A los 7 años falleció y desde ese momento prometió que iba a ser todo lo posible para llegar la Primera del club de Núñez. También por su familia, de origen humilde y muy trabajadora. 

Más allá del fanatismo familiar por el Millonario, pocos saben que Gonzalo Montiel tuvo un breve paso por las infantiles de Boca. Allí se probó con tres compañeros con los que jugaba en un club de baby de González Catán. Estuvo menos de seis meses y decidió cambiar de rumbo porque "no me daban bola", según reconoció alguna vez el propio futbolista. Con esos mismos compañeros fue a probar suerte en River y quedó. Allí comenzó a escribir su historia con el Más Grande.

Sus primeros años como jugador infantil no fueron nada sencillos. No sólo por lo deportivo, donde le tocó integrar una categoría 1997 exigente, con mucha competencia y gran nivel. También por las distancias que tenía que atravesar desde Virrey del Pino hasta las canchas auxiliares del estadio Monumental para entrenar casi todos los días. Cachete tenía que tomar el colectivo de la línea 630 en la ruta 3 hasta General Paz y desde ahí subirse al 28 que lo arrimaba a Núñez. En el mejor de los casos, iba en una combia hasta Liniers y de ahí en el 28 que iba hasta River. Durante los primeros dos años viajó con su mamá, pero después comenzó a transitar solo ese recorrido. 

La situación alertó a su familia pero también a los directivos del club, que tomaron nota de las dificultades que tenía que atravesar la joven promesa millonaria y le prepusieron comenzar a vivir en la pensión "Adolfo Pedernera" para evitar mayores peligros. “Era muy chico, para mí River era otro mundo, porque mi infancia era otra cosa. Y en la pensión vivía con otros chicos, pasaba más tiempo con ellos que con mi familia. Tenía la meta de llegar a Primera, entonces hacía ese esfuerzo. Y cuando no jugaba me venía para mi casa para estar con mi familia", relató hace un tiempo atrás Gonzalo Montiel en una nota con el diario Clarín.

Cachete utilizó esa suerte de desarraigo para hacerse fuerte desde lo mental. Vivió situaciones límites en Virrey del Pino, por eso nunca tuvo temor adentro de una cancha. Y así forjó su personalidad. Desde que comenzó a dar saltos de las divisiones juveniles a la Reserva, y de la Reserva a la Primera. Inclusive luego de que Marcelo Gallardo decidiera sacarlo de su hábitat natural, como primer marcador central, y lo comenzara a utilizar como marcador de punta derecho. “Marcelo me convenció para jugar de lateral", indicó Gonzalo Montiel, que hasta llegó a jugar como volante central en algún partido de Reserva, en el que todavía estaban buscándole un lugar en la cancha.

El debut oficial de Montiel en la Primera de River se produjo el 30 de abril de 2016, el empate sin goles frente a Vélez por el torneo de Primera División. El oriundo de Virrey del Pino ingresó en el entretiempo por Pablo Carreras, otro producto de la cantera millonaria. Tuvo que esperar unos meses más, hasta el 7 de agosto del mismo año, para jugar su primer encuentro desde el inicio: fue un partido contra Sportivo Estudiantes de San Luis por la Copa Argentina, en el estadio Padre Martearena de Salta, en el que River venció 2 a 1 con un gol agónico de Gonzalo Martínez de tiro libre.

Con el correr de los partidos, Cachete comenzó a ganarle la pulseada a Jorge Moreira y Camilo Mayada. Fue así que en el 2017 comenzó a cambiar algunos reproches por aplausos: Montiel mejoró en la finalización de las jugadas y sus aportes en el ataque eran determinantes. Además de pulir y tirar mejores centros, el lateral derecho anotó su primer gol el 31 de octubre de 2017, frente a Lanús por el partido de vuelta de la semifinal de la Copa Libertadores. No fue una jornada feliz para River, que quedó eliminado en una noche empañada por las polémicas y por la actuación del VAR.

Todo lo que vino después es historia conocida. Gonzalo Montiel se afirmó como titular y como una pieza clave en el equipo que escribió la historia grande en el 2018. El 9 de diciembre dio la vuelta olímpica en el Bernabéu y se transformó en una de las imágenes más icónicas de aquella final por la burla de Benedetto tras el gol del 0-1 parcial. "En el momento no lo vi porque yo llego a chocarlo y quedo de espaldas. Y ningún compañero me lo advirtió. Recién me enteré cuando entramos al vestuario después de que terminara el partido y de los festejos en el campo de juego. Ahí me agarró un poco de calentura pero vi que tenía la medalla y enseguida se me pasó y seguí festejando con mis compañeros", le contó a Clarín hace unos años atrás.

A mediados de 2021, ya con varias batallas en el lomo, Cachete consiguió su primer título con la camiseta de la Selección Argentina en la Copa América. Los dirigidos por Lionel Scaloni no sólo cortaron una larga sequía sin títulos, sino que además se dieron el lujo de ganarle la final a Brasil en el Maracaná. En menos de tres años, Montiel se dio el lujo de ganar dos torneos ante el rival de toda la vida, a nivel clubes y selección. Claro que la vida le tenía preparado otro capítulo importante y fue la Copa del Mundo en Qatar. Allí le tocó ejecutar el penal definitivo en la final contra Francia y no falló. 

El especialista, que ya lleva 10 ejecuciones y 10 penales convertidos, remató con la misma templanza y personalidad que tenía en Virrey del Pino, donde participaba de algunos torneos por plata, o en las inferiores de River, donde jugaba por el sueño de ayudar algún día a su familia. En Doha, a miles de kilómetros de distancia, volvió a mirar al cielo y dedicárselo a su abuelo. Ese mismo que le inculcó desde muy pequeño el amor por la pelota fútbol y por la banda roja, y que volvió a alentarlo desde bien arriba.