¿Te acordás cómo viviste los días de la serie River - Cruzeiro de la Copa Libertadores 2015? Yo experimenté algo no tradicional para mi. Esos partidos cayeron en medio de un viaje que tuve y la ida la seguí por Twitter desde un avión donde cada tuit cotizaba en dólares. Me acuerdo que el 0-1 en el Monumental había sido una especie de sentencia fatal.

Claro, hacía poco que Gallardo nos había empezado a mostrar que River es un equipo que no se rinde nunca. Teníamos la Sudamericana y la Recopa adentro, pero aún faltaban varios episodios bíblicos para entender lo que este tipo provocó en nosotros. Esa sensación de que nunca está perdido algo, ni aunque vayas perdiendo 9 a 0. Si aún quedan minutos de juego, River está vivo.

La vuelta en el Morumbí me agarró en un micro de madrugada en rutas españolas. Con wifi del primer mundo pude verlo mientras varios españoles roncaban y dormían. Debo confesar que a alguno desperté con los gritos de gol, ahogados pero efusivos e incrédulos. Apenas finalizó el partido mi novia me preguntó cómo había salido el partido: "3 - 0", le contesté. "Uh, ¿tan mal jugamos?", me consultó.

Eso hizo Gallardo. Además de todos los títulos que consiguió, las enseñanzas dentro y fuera de un campo de juego, la destrucción perpetua de nuestro eterno rival y la consagración eterna, Napoleón rompió la matrix. Sí, cambió un paradigma. Ese de que los equipos brasileños vienen de guapos al Monumental (yo ví a esos equipos jugar con dos líneas de 4 y hacer tiempo hasta antes de arrancar el partido), y de que en Brasil no se puede ganar. 

El fútbol fue, es y seguirá siendo fútbol. En Belo Horizonte River puede ganar, perder o empatar, eso no está en discusión. El Millonario la tiene fiera, va en tablas cuando deberíamos haber ganado en casa, pero a mi dame esta  ̶s̶e̶n̶s̶a̶c̶i̶ó̶n̶  certeza en la previa. Somos River, tenemos a Gallardo y a miles de hinchas que coparán, una vez más, el Mineirao.