Pese a tener un hombre más desde los 12 minutos del primer tiempo, el campeón de América careció de suficientes argumentos futbolísticos para sacar una diferencia y llevarse el triunfo. Así empató 0-0 frente a un Boca que mediante el orden logró suplir la inferioridad numérica. Gallardo cambió pieza por pieza.

Audacia. Siete letras resumen lo que le faltó a River para quedarse con lo tres puntos. La definición exacta habla de “capacidad para emprender acciones poco comunes sin temer dificultades o el riesgo que implican”. Como si se tratara de un juego de ajedrez, el Millonario midió cada movimiento. De ninguna manera estuvo mal eso, debido a que en un Superclásico es indispensable apelar al cerebro para hallar la vía más adecuada para lastimar a un rival que tampoco estará dispuesto a conceder absolutamente nada por demás.

Sin embargo, esa concesión inesperada apareció cuando Pablo Pérez fue expulsado a los 12 minutos del primer tiempo. Le dio una patada a Eder Álvarez Balanta delante del árbitro adicional, tras una acción de pelota parada que permitió que el colombiano quedara mano a mano con Agustín Orion, aunque en offside. El defensor le hubiera cometido infracción al arquero y el volante local no tuvo mejor idea que agredirlo. Entonces, con ese panorama, River se encontró una oportunidad única, inmejorable, ideal para probar diversas formas de vulnerar al rival.

Lejos de caer en la desesperación, el campeón de América tuvo la paciencia necesaria para pensar el partido. Marcelo Gallardo mantuvo el 4-3-1-2 inicial, con Andrés D’Alessandro -figura indiscutida de la tarde- como enganche y conductor. El Cabezón mereció llevarse una victoria. Jugó e hizo jugar, fiel al estilo de siempre. Supo cuándo acelerar, de qué manera emplear la pausa, encaró en el momento indicado y elaboró las acciones de mayor riesgo en favor del conjunto de Núñez. Incluso, exigió a Orion tres veces, todas ellas gracias a los remates de media distancia.

Lo cierto es que River contó con tiempo suficiente para desnivelar. No pudo lograrlo. Durante varios pasajes del encuentro ni siquiera se notó la superioridad numérica. ¿En qué falló? Principalmente en las pequeñas sociedades para romper la solidez defensiva de un Boca que lógicamente quedó relegado a apostar al contragolpe. Los costados, en una época donde se habla cada vez más de volantes internos, eran la llave para profundizar e inquietar al dueño de casa. Sin embargo, Nicolás Bertolo pocas veces prosperó, en tanto que Camilo Mayada, interesante por velocidad y atrevimiento, se reiteró por el medio en vez de romper por afuera.

El Muñeco apeló a los cambios a medida que transcurrió la segunda parte. Siempre hizo pieza por pieza. ¿A él le faltó audacia? En caso de que la respuesta sea inmediata, sí; pero la realidad indica que Boca estaba listo para contragolpear rápidamente y con intérpretes aptos en la materia, por eso disolver el 4-3-1-2 podía ser un atajo para un adversario disminuido. Las opciones eran acotadas: dejar una línea de tres con dos stopper para tomar a Carlos Tevez y Cristian Pavón, con los excesivos riesgos que implica sin funcionamiento aceitado, o relegar un mediocampista para sumar un punta. ¿A quién? Difícil, porque más allá de los nombres, el esquema con un hombre en cada lateral, otro en la contención y uno intocable (D’Alessandro) para la creación.

Lo cierto es que, en ese contexto, faltaron variantes. El centro se transformó en el arma principal, por dos motivos: impericia propia para vulnerar con un método distinto y virtud rival para maquillar la inferioridad numérica con la dosis justa entre orden, rigidez e inteligencia. Pese a ello, River no reunió una combinación letal: precisión en velocidad. El Cabezón mostró esa carta, pero generalmente sus compañeros estuvieron en deuda para avanzar con esa fórmula. Tampoco hubo suficiente desequilibrio individual para encarar en zonas donde una maniobra exitosa derrumba el muro defensivo. Por lo tanto, pasó lo que era negocio a esa altura en Brandsen 805, como sucedió en el Monumental: un 0-0. Nadie salió herido, es verdad, aunque River podría haber sonreído de nuevo.

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