30 de marzo. Tarde lluviosa. Un córner de dudosa legitimidad. Un salto celestial de un ser de luz con la 6 en la espalda. Ahí comenzaba todo. En esa perfecta contorsión aérea empezaba a transcurrir un viaje que marcó nuestras vidas.

Una historia que arranca con final feliz en su capítulo primero está condenada al éxito, y así fue que unas semanas después con un 5-0 memorable nos sentimos campeones luego de tanto tiempo, y también supimos que podíamos volver a escribirle cartas de amor y deseo a esa belleza llamada Libertadores.

Pasaron 6 días de aquella goleada y nos esperaba San Luis, un lugar donde otra vez una cabeza nos sacó el pasaje hacia un nuevo mundo. Dormimos esa noche con otra estrella en el escudo, y con el boleto hacia la seductora y joven Sudamericana, que iba a ser el próximo gran desafío. En menos de una semana River había coronado su presente y había conseguido grandes desafíos para el futuro.

Llegó el 10 de diciembre. La primera noche de gala romántica en este periplo memorable. Descubrimos en alguna escala previa que la palabra “Parapam” nos iba a acompañar de por vida, y fuimos un campeón invicto y merecido que desplegó un fútbol encantador y convincente.

Aquella copa obtenida nos abrió dos posibilidades más de levantar trofeos. La primera fue una Recopa que había que afrontar dos meses después. Y allí quedó una vez más demostrado que el cuervo casi siempre se convierte en cuervito cuando sus alas se posan sobre una banda roja cruzada enfrente. La segunda, a mediados de agosto del otro lado del mundo, donde cosechamos la Suruga Bank con toda la autoridad que la situación ameritaba.

En el medio de esos dos sucesos llegamos al punto cumbre de esta hermosa travesía. A la excursión más soñada. A la madre de todas las emociones. A esa coronación suprema de ser los mejores de América. Una fase de grupos para el infarto, un abandono sin precedentes, una exhibición majestuosa en Brasil y un cierre de lujo a toda orquesta. River seguía ganando todas las finales que se le ponían por delante, y un 5 de agosto se había adueñado del continente de una manera apabullante e indiscutida.

El calendario marcaba un nuevo diciembre, momento en que nos dimos el lujo de encarar otro vuelo a Japón para enfrentar al mejor equipo de la última década, y quizás de la historia. Lamentablemente se dio la lógica. Nos fuimos con la frente bien alta, y con la convicción de que estuvimos a la altura.

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Pero como yapa, en aquella Libertadores ganada habíamos sacado ticket para disputar otra Recopa un año y 20 días más tarde. Había dudas por todas las grandes pérdidas, y era un contexto futbolístico desfavorable para jugar una final, porque el equipo está en pleno proceso de formación y muchos jugadores recién empiezan a sentir el peso que tiene la camiseta. Sin embargo supimos pilotear cada una de las turbulencias y nos llevamos otro hermoso monumento para nuestras vitrinas.

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Mendoza, Asunción dos veces, La Plata, las orillas del Riachuelo dos veces, Medellín, Bajo Flores, Oruro, Chiclayo, Monterrey dos veces, Belo Horizonte, Osaka dos veces, Yokohama y Bogotá. Esta segunda Recopa obtenida fue el cierre de oro para un camino de ensueño internacional, en el cual exprimimos al máximo el jugo de aquellos dos títulos locales logrados por el enorme Ramón Díaz, de la mano de un Marcelo Gallardo que con su magia y su cerebro consiguió en 20 meses revolucionar nuestra historia copera.

Y esperemos que este nuevo éxito también sea el inicio de otro gran amanecer con los rayos del sol penetrando fuerte en nuestras ventanas, como nos pasó en aquel salto de Ramiro en el área de Orion. Ahora somos un equipo diferente, sí, pero tenemos la riqueza de todo el legado ganador de los que se fueron, y de ese puñado de los líderes que todavía están. Ojalá que este quinto título del Muñeco sirva de contagio y de confianza para todo este nuevo plantel, y para los desafíos que se vienen.

Los años pasarán, pero ninguno de nosotros podrá olvidar jamás este recorrido lleno de estaciones gloriosas, forjado entre la vuelta olímpica del 18 de mayo del 2014 y la del 25 de agosto del 2016. Las gracias a todos los que formaron parte de este viaje inolvidable serán tatuadas y eternas.

Salud, River Plate.

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