El sábado pasado iba camino al Monumental para ver el partido contra Defensa y Justicia. Cometí la atrocidad de envolver la tricolor con una campera y llevar todo en la mano, mientras con la otra hablaba por teléfono y pensaba en mil cosas al mismo tiempo. Cuando abrí la campera y no estaba la camiseta se me vino el mundo abajo.
“Me quiero morir”, fue el primer pensamiento que se me cruzó por la cabeza. Quedé abatido y shockeado antes, durante y después del partido. Casi resignadopubliqué en Twitter lo que me había pasado, y las coordenadas donde creí haberla perdido. Sabía que la misión era muy difícil, pero la esperanza es lo último que se pierde.Y tuve suerte, mucha suerte.
Unas horas después se contactó conmigo Franco, un hincha de Riversantiagueño. Me dio la gran noticia que la habían rescatado junto a su hermano Cesar, y que no me preocupe porque me la iban a cuidar. Me mandó una foto, y cuando la vi sana y salva recuperé todos mis sentidos.
Sabía que nada de lo que pueda hacer iba a pagar semejante gesto que tuvieron, pero por lo menos pude invitarlos a la cancha, a ellos y a su viejo. Porque sé lo que significa el perfume del Monumental para cualquiera que lleve a River en la piel, y eso iba a saldar aunque sea una mínima parte de una recompensa que será infinita.
En definitiva no sólo recuperé mi tricolor, sino que además pude conocer a una familia hermosa y cultivé dos grandes amistades a distancia. Un combo maravilloso e inolvidable, y una historia que quedará marcada para siempre en mi memoria y mi corazón.
“Todas las camisetas valen oro y tienen que estar con sus dueños”, fue la explicación que me dio César. Y creo que lo resumió todo a la perfección. Y apenas pude cruzarun par de palabras con sus padres, entendí por qué ellos habían tenido el gesto de devolverla. Se notaba a la legua el don de buena gente, y la educación que le dieron a sus hijos.
Gracias eternas, Franco y Cesar.Lo que hicieron no se olvida en la vida. Final feliz para una historia que explica, por si hacía falta, que el concepto River excede al de un club de fútbol. Somos una gran familia cuando se trata de entender nuestra pasión, y por eso me hicieron sentir como si fuera un hermano más.
Haber perdido la camiseta fue el puente para conocerlos, y para que todos los que lean estas palabras se enteren de la clase de personas que son. Aquel descuido que tuve en la calle fue angustiante, pero hoy puedo confirmar que valió la pena en todo sentido.