Perdón. Pido disculpas por anticipado por lo aguafiestas, porque si me viera desde afuera probablemente me diría que vos sos un botón / nunca vi un policía / tan amargo como vos. Pero así están las cosas, amigos. Alguien tiene que hacer de malo y, al ver que nadie se anima, me veo obligado a sacrificarme por el resto.

El cuatro a cero en Venezuela es para festejar, claro que sí, pero módicamente. Es para festejar teniendo en cuenta el parto que fue la fase de grupos del año pasado, ese guión que en Hollywood hubieran rechazado por quimérico, esos cuarenta y un tiros en el palo contra Juan Pérez en el Monumental, ese partido imposible que terminó sesenta y cuatro a sesenta y tres en Perú, que ganó un Tigres que en el banco de suplentes había llevado a un par de utileros. Un guión tan berreta como encantador.

Preferiría no pasar otra vez por eso de cortar clavos contra equipos ene ene, con lo cual sí, el cuatro a cero a Trujillanos es para celebrar. Pero sin mucha pompa, digo, porque se nota que al equipo le falta para ser tal cosa. Que si no era porque Pisculichi hizo un curso de cerrajería en el entretiempo y porque, sobre todo, se dio cuenta de que el Bocha de Cebollitas al lado del arquero de ellos era Chilavert después de haberle hecho fondo blanco a doscientos barriles de efedrina, estábamos haciendo un papel bastante triste. Que nos dedicamos, hasta que Piscu se dio cuenta de que había que patear, a tirar sistemáticamente pelotazos a cualquier lado. Que, básicamente, éste no es el River campeón de América. Éste es un equipo que tiene que formarse casi de cero. Y en ese sentido no parece aconsejable decir que ahí viene el campeón, que el campeón debuta en Venezuela, que el campeón quiere defender el título y que, por suerte, el campeón arrancó goleando.

Sé que es difícil reconocerlo, pero el campeón se fue, ya no está, hay que soltar, el campeón está desparramado por el mundo, desde México hasta Chipre, y no va a volver. Quedaron algunas piezas, que sueltas no hacen de ninguna manera a un equipo que ya es de bronce y que probablemente, me tomo el atrevimiento de decir, será recordado como el más copero de la historia del club. Si a los Stones les falta Jagger, o Richards, o Kranevitter, o Funes Mori, o Sánchez, automáticamente dejan de llamarse Stones.

Este River no defiende ningún título sino que tiene que empezar a hacer su propia historia (y sin dudas es mejor empezar a construirla con victorias, pero victorias que no deben confundir, que no deben funcionar como meros espejismos o puestas en escena. Lo bueno, amigos, es que Gallardo lo sabe. Y eso da tranquilidad): tal vez, incluso, sea peor cargar a los jugadores con esa mochila, con esa vara altísima que es empatarle a la historia. Pero que sepan una cosa: defender el título o no, juegan en River y lo tienen que ganar.

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