Lo merecemos todos los hinchas de River. Es la mayor alegría de la historia, la venganza que necesitábamos todos luego de tantas circunstancias difíciles. Es para emocionarse y llorar de satisfacción, abrazarse con familiares, amigos y seres queridos. El desahogo es gigante: somos campeones de América y le ganamos la Copa Libertadores a Boca con una hazaña enorme porque no sólo el Millonario dio vuelta un Superclásico oficial después de 31 años, sino que además jugó contra un vergonzoso arbitraje del uruguayo Andrés Cunha, un VAR ausente para actuar cuándo correspondía y la decisión insólita de la Conmebol al arrebatarle la localía en el estadio Monumental a los hinchas, agregándole público visitante. Ni siquiera eso fue suficiente para derrumbar a este equipo de Marcelo Gallardo, el nuevo Ángel Labruna.

 

Éste sueño es realidad, y es nuestro. La felicidad es imposible de describir con palabras. Cuando Gonzalo Martínez marcó el 3-1 definitivo nos sentimos los reyes del mundo. Era el comienzo del mejor día de nuestras vidas como hinchas de River y el peor de ellos, sin dudas. Hay que pellizcarse o algo por el estilo. Tanta alegría no entra en la cabeza. Y se la debemos al Muñeco y un grupo de jugadores valientes, con un enorme compromiso y un gran sentido de pertenencia, dispuesto a dejar hasta la última gota de sudor. Se ganaron el respeto eterno del hincha, sobre todo Leonardo Ponzio y Jonatan Maidana, quienes dieron la cara en el momento de mayor tristeza. Ambos tocaron el cielo con las manos para siempre.

¿Por qué somos campeones? Porque tenemos a Gallardo -Napoleón haciéndose un gigante en Europa, como el original- y futbolistas de acero, capaces de sobreponerse a cualquier tipo de adversidad. El gol de Darío Benedetto no derribó anímicamente al plantel. Tampoco las decisiones llamativas de Cunha, siempre en beneficio de Boca, ¿habrá pensado que Wilmar Barrios no estaba amonestado? De otra forma cuesta entender que se haya animado a expulsarlo, teniendo en cuenta su tendencia a cobrar según la necesidad del eterno rival.

Lucas Pratto, un gladiador que nunca más será discutido, marcó ese golazo vital para llenar de dudas a los jugadores rivales. Una gran jugada colectiva fue resuelta por el Oso, quien siempre dio batalla y fue una de las figuras. No se lleva ese mérito porque Juan Fernando Quintero la rompió: otro golazo para dar vuelta el marcador, abastecido por el talismán Camilo Mayada -gran rendimiento al reemplazar a Gonzalo Montiel-, y asistencia al Pity en el golpe final. Para alcanzar este triunfo histórico también hubo intervenciones indispensables de Franco Armani, cruces eficientes de los marcadores centrales, un Milton Casco al que le debemos pedir perdón, un Enzo Pérez inteligente, un Ignacio Fernández que mostró por qué el Muñeco confía en él y un Exequiel Palacios que justificó la inminente transferencia a Real Madrid.

 

Con mente fría, corazón caliente, precisión en velocidad, contundencia, agresividad en la marca, despliegue físico, decisión, coraje y mucho más, River se impuso 3-1 a Boca y es campeón de América por cuarta vez en su historia. La Copa Libertadores está envuelta en rojo y blanco. Se la ganamos a ellos. Es real, aunque cueste tomar dimensión de semejante hazaña. Gallardo lo hizo posible. Él y un cuerpo técnico de lujo supieron guiar al éxito a los jugadores para regalarle esta alegría a los hinchas, especialmente a quienes sufrieron la injusticia enorme de perder la posibilidad de celebrar en el estadio Monumental. Esa frustración quedó atrás: esta noche es la más feliz de River y, por qué no, de nuestras vidas. ¡Salud, campeones!