Seamos sinceros: ¿quién no pensó que contra San Pablo era derrota segura? ¿Cuántos se imaginaron -antes de la reanudación de la Copa- que River golearía nuevamente a Binacional teniendo que visitarlo cinco días después de jugar en Brasil? No era una cuestión de desconfianza sobre Gallardo y los jugadores. Respondía a una realidad que marcaba, por ejemplo, que el equipo volvería a jugar después de 190 días, de visitante, y frente a otro que ya acumulaba 13 encuentros oficiales de rodaje. Sin embargo, este River siempre tiene algo para sorprendernos.

Las contras en la previa a este nuevo arranque eran variadas: el largo período de inactividad, la falta de amistosos para probarse, la partida de dos recambios importantes como Ignacio Scocco y Juanfer Quintero, y la ausencia de refuerzos (más allá del regreso de Moreira). Pero a pesar de todo, River se plantó en el Morumbí como si estuviera en el Monumental y se paseó por el Nacional de Lima sin guardarse nada para marcar la magnitud que lo diferenciaba de Binacional. Dos partidos sirvieron para saber que pueden cambiar los nombres, pero las convicciones siguen intactas.

La disposición táctica de River ha ido variando de acuerdo a las piezas con las que cuenta Gallardo. Atrás fueron mayormente cuatro defensores, pero también hubo momentos con tres o con cinco. En el medio, jugó un solo 5, también pasaron dobles cinco con distintas características, también por las bandas, con o sin enganche y delanteros para todos los gustos. Pero lo que no se modifica con el paso de los años ni con el cambio de los nombres es la obsesión por ser protagonista, por querer adueñarse de la pelota, por la búsqueda de un juego asociado por encima de las individualidades, por la intensidad para asfixiar al rival, por querer ganar vorazmente cada partido sin traicionar las convicciones.

Los hinchas con más abriles seguramente podrán comparar y poner ejemplos de otros equipos de River que tenían esas mismas cualidades porque fue históricamente el ADN riverplatense. Pero los más jóvenes, a los que les tocó criarse viendo a varios futbolistas que mejor ni recordarlos, no pudieron vivir esos momentos y están disfrutando (como todos) de este equipo que expone lo mejor de la ambición ganadora que obliga la historia millonaria. Da gusto ver jugar al River de Gallardo incluso en partidos que no gana, como pasó frente a San Pablo. No es infalible, obviamente, pero tiene un libreto escrito por un director inigualable que trata de respetar siempre.

Tal vez los reparos para ser cautelosos habrá que ponerlos en el recambio, llegado el caso que el equipo pierda alguna de sus piezas titulares porque ahí aparecen varios juveniles que recién se están haciendo espacio en Primera y algunos con más rodaje a los que les ha costado ganarse un lugar. Pero, como dijo Gallardo en la conferencia de prensa luego del triunfo del martes, ahora lo importante es clasificar a octavos y "ahí empieza otra Copa". La de los mano a mano que tanto le gusta y que se han transformado en la especialidad de los equipos del Muñeco, que inevitablemente siempre invita a soñar e ilusionarse. Es su obsesión.