River concedió todo tipo de ventajas colectivas e individuales y quedó eliminado de la Copa Sudamericana al empatar 2-2 frente a Huracán. En Parque Patricios quedó en evidencia que la cabeza ya está en Japón. Pero así será difícil viajar con esperanzas.

Fue un suicidio futbolístico. A pocas semanas de la gran cita en Japón, River hizo el harakiri en el escenario elegido para una de las escenas más emblemáticas de El Secreto de sus Ojos. Pero en lugar de ser un éxito cinematográfico, esta noche fue de terror para el Millonario. Desconocido, otra vez, al punto de dejar la sensación de que en realidad éste pasara a ser el River modelo 2015-16, brindó facilidades increíbles para que Huracán le sacara tres goles de distancia en una serie que se presumía cerrada y detallista.

Marcelo Gallardo plantó un 3-4-1-2. La búsqueda de copar el medio y, mediante la versatilidad, ganar en diversas zonas del campo fracasó de manera rotunda. Tan sólo un minuto derrumbó el pizarrón como si se tratara de un castillo de arena o cualquiera de las grúas ubicadas a pocos metros del Palacio Tomás Adolfo Ducó hubiera utilizado toda su fuerza para tirarlo abajo. Pelotazo frontal, Jonatan Maidana perdió a Ramón Ábila, Marcelo Barovero salió, calculó mal y la pelota quedó en un lugar ideal para que Patricio Toranzo le hiciera honor a la ley del ex desde afuera.

Para colmo, el engendro táctico -teniendo en cuenta su condición de inédito en los partidos- tuvo mutaciones inútiles. Para entenderlo, con nombres propios, Gabriel Mercado, Jonatan Maidana y Eder Álvarez Balanta, atrás. Milton Casco y Leonel Vangioni, por las bandas. El tándem Matías Kranevitter-Leonardo Ponzio se ubicó en el centro, mientras que Carlos Sánchez apareció suelto para sumarse a Rodrigo Mora y Lucas Alario. Sin embargo, Alario llegó a tirarse de extremo izquierdo para que Mora fuera la referencias y, por momentos, Sánchez fuera extremo por la otra banda. ¿Casco? De afuera hacia adentro y viceversa, sin aportar nada en ataque ni en el retroceso.

La segunda conquista prácticamente sepultó las esperanzas. Un pase en profundidad, con mucho terreno por explotar, permitió que “Wanchope” Ábila dejara en ridículo a Barovero para estirar la distancia. El desconcierto atrás era tan grande como letal. River simplificaba la tarea del Globo y lo hacía volar más alto que nunca. Pero ese desconcierto también se vio reflejado en el medio. Lejos de sorprender a los rivales, ocurrió al revés: quienes dejaron al desnudo sus dudas fueron los volantes del Más Grande, cuyos movimientos e imprecisiones eran increíbles.

Sin embargo, en el complemento sucedieron acciones tan inesperadas como el esquema empleado por el Muñeco, quien puso a Camilo Mayada y Gonzalo Martínez de entrada, relegando a Casco y Vangioni. Cuando parecía que Huracán iba a dormir el desarrollo, una gran jugada colectiva de River sirvió para recortar la diferencia. Alario pivoteó y Mora sacó un derechazo espectacular. El propio uruguayo, asistido por el ingresado -y silbado- Lucho González, consiguió el 2-2.

A nueve minutos de que se cumpliera el tiempo reglamentario (floja adición del brasileño Sandro Ricci, ignorando varias interrupciones), River se aferró a la esperanza desde la nada. Ahí Huracán perdió el aplomo y la confianza exhibida. Los nervios dominaron la escena dentro y fuera del campo de juego. El inexplicable silencio de los primeros 120 segundos de la etapa final casi reaparecen en el epílogo. Los centros sustituyeron a la lluvia ausente que se había pronosticado. Mora tuvo un remate apenas elevado, entonces el Millonario pasó del papelón a rozar la hazaña. Fue insuficiente, no logró llegar a otra final. Ahora sueña con Japón, donde de ninguna forma deberá repetirse otro harakiri futbolístico.

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