Es cierto que el rival es distinto, la copa en juego es diferente, y las circunstancias y los contextos son otros. Pero el hecho de volver a jugar una final internacional en nuestra casa nos envuelve de una cierta sed de revancha, y de descargar ciertas tensiones y emociones que no pudimos vivir a fines de noviembre, luego de todo el circo descomunal de la final de la Libertadores.

Aquella vez jugaron con el sentimiento y la pasión de cada uno de los que estábamos en la cancha, y también con el sueño de cada hincha de River que soñó desde cualquier parte del país y del mundo ser el anfitrión de tamaño acontecimiento. Nos robaron la verdadera fiesta, si bien unos días después pudimos celebrar con todo el plantel que volvió de Madrid. Porque fue hermoso, pero no fue lo mismo.

Desde adentro contagiará la presencia y las decisiones del Muñeco, nuestro as de espadas que siempre tiene una llave para abrir las puertas de los grandes desafíos. Y no fue casualidad que nuestro gran líder haya anunciado ayer la presencia del referente máximo del plantel, que es Leo Ponzio. En aquella final contra Tigres del 2015, el Muñeco apostó a Cavenaghi por todo lo que transmite, si bien venía siendo suplente, y cuatro años después toma una decisión muy parecida con otro de sus mayores soldados. Y estará la gran mayoría de los que ganaron el partido más importante de la historia. Razones para confiar, sobran.

Y desde afuera, dejemos la garganta en las tribunas para acompañar al equipo a remontar esta serie final. Aprovechemos el envión copero que supimos conseguir en los últimos años. Tirémosle la cancha encima a los de enfrente, y que cuando suene el silbatazo final todos podamos tener ese desahogo de volver a festejar en vivo y en directo en nuestra casa. De volver a convertir al Monumental en un lugar vestido de gloria. Que sea nuestra final. Por favor.