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El error, un síntoma peligroso

El error de Carrizo se hizo síntoma en el peor momento. Al arquero de River lo volvió a traicionar vaya a saber qué extraña fuerza del inconciente en la hora más inoportuna.

El error de Carrizo se hizo síntoma en el peor momento. Al arquero de River lo volvió a traicionar vaya a saber qué extraña fuerza del inconciente en la hora más inoportuna. Puede ser que le haya sacado la vista a la pelota y en ese segundo fatal haya pensado en una salida rápida, más que en el control de un disparo que parecía llegar blandito. Todo puede ser. Las leyes de la física, el balón mojado, la suficiencia. Sin embargo, esa jugada, que llenó de sombras espectrales la noche de Núñez ya no puede ser considerada como una simple maldición ni un producto paranormal atribuible a la suerte. La suerte es un excusa de los mediocres. Y Juan Pablo no lo es, como no lo fue Chichizola luego de su traspié frente a Vélez.

Sí pienso que River no está para darse estos disgustos, y así como el acto fallido de la palabra suele develar lo que nuestro pensamiento no se anima a expresar, eso que nos atenaza, nos causa placer o nos amordaza por dentro, el cuerpo todo también tiene su propio lenguaje. Y sus movimientos son como las palabras. Más gráfica que la jugada del empate santo, fue la jugada posterior en la que Carrizo quiere salir gambeteando y casi termina en gol de Romagnoli. Al arquero lo traicionó su amor propio, como queriendo reparar lo irreparable y casi termina en un blooper al viejo estilo de Tinelli.

Hubiera sido dramático para su carrera y el futuro que se nos avecina. Cuando lo que se requiere es serenidad y aplomo, eso que tanto preconizó el técnico de “achicar el margen de error”, la solidaridad ante todo. River más que nunca necesita creer en el equipo, en eso que alguna vez se destacó como virtud de este grupo y se encarnaba en el alma colectiva que sintetiza el Pelado Almeyda. No se puede dar el lujo de prescindir de nadie. O salimos todos o nos hundimos todos. Buonanotte, adentro. Ningún tema personal puede estar por encima de los intereses del hincha.

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Luego de que el absurdo se pasó dándonos cachetadas, perdiendo puntos increíbles, que esa química con el gol se nos negó sistemáticamente, y que los exabruptos reglamentarios nos condenaran a tareas forzadas, aparecen esta sucesión de errores más individuales que conceptuales, como premonitorios de un estado de angustia incontenible. A hacerse cargo, para que no reaparezcan en estas cuatro finales que vienen.

Este River, desde aquí, a veces cuestionado por demasiado estructurado y conservador, ya soliviantado en su ánimo cuando estaba buscando su segundo gol, pagó y volvió a terminar desdibujado y enredado en defecciones individuales. Ninguna leña del árbol caído. Hay demasiado en juego por estas horas como para seguir restando antes que sumando. Sí quiero decir que no me gustó la salida de Juan Pablo de la cancha. Entiendo su calentura, pero no su reacción de esquivar el abrazo del Pato y el apoyo de Jota Jota.

El Partido sirvió para ratificar que el ingreso de Carusso era necesario, que Díaz, Maidana y Almeyda son tres columnas difíciles de reemplazar, y que el equipo deja todo, da todo lo que tiene, pero no le alcanza. Quiero seguir creyendo que esto de River en la Promoción es una gran farsa, pero hay un componente emocional que es el principal enemigo a enfrentar para que no mute en tragedia. No alcanzan las tribunas, no alcanzan las entradas, ni la “heroica”. La única salvación es la colectiva. Las otras, hay que tratarlas.

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Así lo entendió esa tribuna que había encriptado rápidamente la derrota en La Boca; que adhirió a la sanguínea explosión de Passarella de expulsar a los dinosaurios de AFA; que demostró su agradecimiento a Almeyda en muchas banderas; que renovó su fidelidad en la vuelta de ese trapo leyenda “Aunque ganes o pierdas”; y que volvió a quedar nock out, desorientada, por el desconcierto de una jugada aislada.

“Yo no quiero volverme tan loco, yo no quiero morir en el mundo, yo no quiero saber lo que hiciste, yo no quiero esta pena en mi corazón… Voy buscando el placer de estar vivo, yo quiero ver muchos más delirantes por ahí” (como canta Charly García) de acá a Bahía Blanca, volveremos a ser una banda. Si no hay Caravana por los 110 años, pensemos ir pateando esta basura de “bloopers” por el callejón…

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