Fernando Cavenaghi es uno de esos jugadores que cumplen todos los requisitos para ser ídolo de un club: hizo todo el recorrido en las divisiones juveniles, subió a Primera, marcó goles importantes, fue determinante en varios superclásicos y salió campeón. Volvió a su casa en el momento más difícil, resignando dinero y dejando egos y diferencias personales de lado. Y lo más importante de todo: su sentido de pertenencia y el amor por la camiseta. Combo completo.

Sin embargo, el Torito tenía una deuda pendiente con River y era ganar títulos internacionales. No lo pudo hacer en sus primeras dos etapas en el club. Por eso su regreso, ya en el final de su carrera, tenía una sabor a revancha. Y a decir verdad, estuvo en el momento justo y en el lugar indicado. Su llegada a principios de 2014 coincidió con la reconstrucción de un equipo que seis meses después se coronó campeón en el torneo local de la mano de Ramón Díaz, pero que debió barajar y dar de nuevo con la partida del riojano y la llegada de Marcelo Gallardo.

La conquista de la Copa Sudamericana 2014 tuvo un sabor especial porque River volvió a levantar un trofeo internacional después de 17 años. Pero el Muñeco construyó un espíritu competitivo en ese plantel que hizo que no se conformaran con lo conseguido y fueran por más. La obtención de la Recopa a principios del 2015 fue el presagio de que algo bueno estaba por venir. Y más allá que el camino estuvo lleno de espinas –el Millonario estuvo a nada de quedar eliminado en fase de grupos-, al final del recorrido hubo una recompensa largamente esperada.

El 5 de agosto de 2015 el Monumental explotó y no es una exageración. Los videos filmados a varias cuadras del Monumental dan cuenta de lo que fue ese recibimiento inolvidable, a la altura de lo que fue la final de la Copa Libertadores 1996. La cara de Nahuel Guzmán, el arquero de Tigres de México, también fue una evidencia concreta que el partido lo comenzó a ganar River desde la salida de los equipos, con un aliento ensordecedor y un clima extraordinario.

Claro que dentro de la cancha había un equipo que se había hecho a los golpes, curtido y mentalmente fuerte. Y que tenía entre los once futbolistas al emblema: Fernando Cavenaghi. Para el Torito no fue un partido más: el 9 del Más Grande había tenido poca participación en el transcurso de la Copa Libertadores, en parte por el presente de la dupla Mora-Teo Gutiérrez y luego por el arribo de Lucas Alario, que se metió rápidamente en el equipo y pagó con goles. La baja del uruguayo le abrió una puerta para jugar desde el inicio y tener la chance de llevar la cinta de capitán en el partido más importante de su vida. Íntimamente, sabía también que esa sería su última función.

La lluvia que cayó durante la mayor parte del encuento le dio un dramatismo extra a un partido intenso, con pierna fuerte y que recién se pudo destrabar sobre el final de la primera etapa, gracias a una maniobra magistral de Leonel Vangioni y un centro milimétrico para el cabezazo de Lucas Alario, que salió disparado como un misíl y que fue inatajable para Guzmán. El equipo del Muñeco controló gran parte del juego, pero recién logró resolver el encuentro a los 30 minutos del complemento, cuando bajaron a Carlos Sánchez dentro del área y el propio uruguayo se hizo cargo de la ejecución del penal. El moño lo puso Ramiro Funes Mori, luego de un córner y un cabezazo de sobrepique, cuatro minutos más tarde.

Fernando Cavenaghi salió reemplazado a los 32 minutos de la segunda etapa, cuando el Monumental todavía deliraba por el segundo gol y ya comenzaba a entonar el clásico “de acá de Núñez salió el nuevo campeón”. Recibió una ovación eterna. El Torito miró la tribuna, se llevó la mano al corazón y con lágrimas en los ojos agradeció tanto cariño. Desde afuera alentó a sus compañeros y tras el pitazo final, fue uno de los primeros en invadir el campo de juego para abrazarse con todos.

A esa altura el cielo arrojaba un diluvio sobre Buenos Aires. Y bajo esa lluvia y junto a Marcelo Barovero, el 9 Millonario alzó la Copa Libertadores que tanto añoró.  En ese momento supo que esa sería su última imagen como jugador de River. Como emblema y capitán. Como es pibe que vino de O’ Brien con casi nada, que tiempo después volvió a su casa en el peor momento, cuando muy pocos pusieron la cara, y que se retiró campeón de América. Como un verdadero ídolo, con todas las letras.