River necesitaba ganar o ganar para impedir que la lucha en el torneo fuera una utopía, por eso Gallardo arriesgó todo en los últimos minutos, tuvo la cuota de suerte acorde a la historia ante Independiente y celebró un 1-0 muy batallado.
En este campeonato corto no se pueden resignar demasiados puntos. River ya registraba dos caídas en apenas cuatro presentaciones, entonces, aunque suene exagerado, se jugaba mucho en la quinta fecha. Es que Rosario Central suma 13 unidades, por lo tanto era clave conseguir la victoria en casa para achicar la distancia y llegar de la mejor manera al Superclásico.
Marcelo Gallardo, fiel a su mentalidad ganadora que aprendió desde pequeño en las entrañas del Monumental, comprendió que había que asumir riesgos. Era a todo o nada en la segunda parte, luego de un primer tiempo bastante luchado, friccionado, extremadamente intenso en cada porción de pasto. Nadie regaló un centímetro. Esquemas calcados (4-4-2), pocos espacios y varios jugadores accidentados en esa pelea por cada balón.
El Muñeco poco a poco fue introduciendo variantes para torcer el rumbo. La primera fue obligada, como consecuencia de una contractura sufrida por Leonardo Pisculichi. Luego, el DT le puso punto final anticipado al doble 5 de marca para darle lugar a Ignacio Fernández, importante a la hora de aportar claridad, en reemplazo de Joaquín Arzura. La tercera modificación fue el mensaje definitivo: Iván Alonso adentro para dibujar un 4-1-2-3 valiente.
La apuesta sirvió. Pero antes contó con la ayuda vital de Marcelo Barovero. Además de negarle el grito durante la etapa inicial a Emiliano Rigoni, a la salida de un tiro libre, desvió sendos remates de Cristian “Cebolla” Rodríguez y Martín Benítez, ambos desde afuera. River, mejor plantado para capturar rebotes y abrir la cancha con relación a la primera parte, respondió a la exigencia rival con un golpe de nocaut.
Cuando iban 38 minutos y parecía que la igualdad sin goles dejaría al campeón de América muy lejos de la punta, se repitió la fórmula de la final contra Tigres. Una suerte de remake, con la lluvia presente: centro de Leonel Vangioni dede la izquierda y cabezazo del enorme Lucas Alario. Esta vez el “Ruso” Diego Rodríguez evitó la conquista, pero el atacante fue veloz e inteligente porque tomó el rebote, pensó y resolvió para el 1-0.
Más allá de ese gol emotivo en todo sentido, tanto por la similitud con el inolvidable 5 de agosto como por el triunfo agónico, la camiseta también pesó. Sí, puede resultar incomprobable, pero no sólo Trapito tuvo injerencia, sino también algunos rebotes en el trayecto de los remates visitantes. Hubo garra para hacerle frente a la intensidad del partido, empuje para suplir las ideas escasas en ataque y la mencionada participación del manto sagrado. ¡Ahora, a ganar el Superclásico!
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