La Página Millonaria realizó la primera entrevista en vivo multiplataforma en simultáneo, y el protagonista fue Fernando Cavenaghi. A días de su despedida Monumental, un repaso por sus comienzos, anécdotas con excompañeros y los planes a futuro. Una nota imperdible. #CavegolEnLPM.
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El periodismo consiste en una charla en la que un emisor y un receptor se disponen a intercambiar conceptos, de una vereda a la otra. En el medio de este ejercicio, que a priori se describe como algo mecánico e incómodo para aquel que debe adaptarse a las reglas y dudas que propone quien lleva consigo los signos interrogatorios, se cuelan otros matices. Intrigas, climas, idas y vueltas, imaginación, pasiones. Y en el fútbol pasa algo parecido. Hay emisores y receptores de una sola pelota que asume el protagonismo cuando uno de estos veintidós mensajeros en campo se destaca, siempre mediante una decisión: un pase. Un mensaje.
Fernando Cavenaghi es (cuesta todavía usar tiempo pasado para referirnos a una persona a quien tantas veces le exigimos no irse, quizás hasta egoístamente, pero prometemos hacer el esfuerzo de no marear a quien nos lea entre tiempos presentes y pretéritos) un interlocutor de lujo para esta charla y, a su vez, un jugador de fútbol que transitó una carrera rodeada de decisiones correctas en la cancha, no nos olvidemos que estamos frente al décimo máximo goleador de la historia de River.
Pero caer en estadísticas y números nos haría sumergirnos en un terreno que más allá de lo exuberante, no pintaría bien eso que emana el Torito, sentado en una mítica parrilla de Núñez, rodeado de camisetas de ex compañeros (“Todos estos vienen a mi partido, eh”), un viernes a las 10.20 de la mañana (“Nunca llego tarde, perdonen por mi retraso de unos minutos, chicos”), con un buzo multicolor de su línea de ropa.
Fernando es eso, un tipo simple que elige ser un tipo simple, con lo difícil que debe ser dar esa batalla, y más ahora, cargando en su espalda tanto amor incondicional de unos loquitos lindos que llenaron un Monumental entero en tres o cuatro días para despedirlo. “Me sorprendió mucho la respuesta de todos con las entradas, tenía miedo de que no hubiese tanta respuesta. Pero me siguen pidiendo hasta algunos amigos de mi pueblo y la verdad es que ¡no tengo más!, ni a mí me quedaron. Me gusta estar en cada uno de los detalles porque quiero que todos la pasen bien. Pero prefiero no pensar en cómo me voy a sentir en ese momento. No me gusta imaginar antes de que las cosas pasen”, nos confiesa.
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Con una sonrisa recorre esta charla y se permite emocionar cuando recuerda sus primeros años en la pensión- respondiendo a una pregunta planteada por su ex compañero, Pablo Aimar- y habla de cómo fue irse de la casa de su mamá, allá por Chacabuco. También llora de risa al recordar una anécdota con Ariel Garcé, uno de los tantos encargados de dejarle su mensaje. Es entonces que nos frena de golpe: “Esperen que llamo a una gente que me está esperando para avisarles que llego tarde, vieron que voy llegando tarde sucesivamente. ¡Qué loco lindo es el Chino!”, se ríe y lo putea, como acto reflejo de eso que mencionábamos más arriba, que el tipo se permite disfrutar de cosas chiquitas, como una anécdota, aunque esté a pocos días de ser el anfitrión de una mesa que tendrá más de 65 mil personas…
-¿Te ves llorando el sábado?
-Ni idea, que se yo…Cuando menos me lo esperaba entre llorando a la cancha, por eso no me voy a adelantar, yo trato de estar fuerte, después pueden pasar muchísimas cosas. Emoción va a haber seguro.
-Se nos va a piantar un lagrimón a todos…
-Creo que todos quieren asegurarse de que me vaya y que no vuelva, ¡ja!
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