Los primeros pasos fueron malos adrede porque "era parte de la estrategia", pero después empezamos esquivando obstáculos como Scocco en aquella apilada memorable contra Olimpo. Nos agarramos de la capa de Armani y volamos con él en cada atajada imposible que hizo posible. Redoblamos los esfuerzos en cada tramo de la subida como Jony y Leo cuando sacan de la galera una función más de sacrificio inhumano.

Nuestros corazónes laten en la escalada como el de Enzo, Javi o el Chino cuando defienden el escudo que aman. Nos escondemos en la zurda impredecible de Juanfer, y sabemos que vamos a llegar a destino. Hacemos una pausa al ritmo de Palacios para encontrar el camino, y nos inyectamos resistencia en los pulmones incansables de Rafa. Y Zucu nos empuja. Y Morita nos motiva a seguir.

Nos disfrazamos de un superhéroe alocado y capaz de todo, como el Pity cada vez que tuvo la camiseta de Boca enfrente. Cruzamos una sonrisa tranquilizadora con Biscay que nos da oxígeno del más puro para seguir la travesía. Lo abrazamos a Pratto, y sabemos que todo va a estar bien.

Desafiamos la aventura desde el más allá, como aquel derechazo de Camilo en Río de Janeiro que marcó el inicio de algo encantador. Resistimos los climas adversos como en la noche en cancha de Racing cuando nos quedamos con 10 un tiempo entero, y sacamos a relucir el corazón. Nos bañamos con el agua bendita de aquella lluvia de Porto Alegre, que nos dio las fuerzas justas para inflar el pecho y encarar la recta FINAL hacia el paraíso.

Y finalmente llegamos a las puertas del cielo. En un lugar tan inesperado como imponente llamado Madrid. En aquella luna de miel por Europa donde el oportunismo del Oso, la zurda de Juanfer, y la secuencia celestial entre el puño de Franco y el último toque del Pity despertaron la más hermosa felicidad de nuestras vidas.

No hay libro que pueda explicar el 2018, ni película que pueda retratarlo mejor que el placer dominante que reina en cada latido del corazón. Ahí, en lo inmensamente inexplicable de ganarles dos finales en la propia cara, se encierra toda la lucidez de sentimientos. Si había una manera perfecta de terminar el año, tenía que ser tocando el cielo con las manos. Un cielo que en realidad es falso, porque ese tal Marcelo Gallardo siempre encuentra un límite cada vez más alto que desafía las leyes de la naturaleza.

El 2018 fue un año para toda la vida. ¡Gracias, River! 

+ Tomate tres minutos y emocionate con todo lo que vivimos este 2018: