El delantero uruguayo es un ejemplo desde el punto de vista del sacrificio, debido a que siempre se brindó al máximo en diferentes circunstancias y a River le resulta fundamental en esta Copa Libertadores. Autor de un golazo, fue ovacionado por la gente.

Llegó hace tres años, en julio de 2012. Futbolísticamente, Rodrigo Mora se adaptó enseguida. En su primera práctica, realizada en el Monumental, causó sorpresa. Hizo un desparramo. Dejó pagando a más de un compañero gracias a su velocidad y atrevimiento. Semejantes condiciones hicieron que Matías Almeyda lo pusiera de titular el 9 de septiembre, cuando abrió la cuenta con una suerte de falso centro -lo envió de zurda- ante Newell’s.

De buena labor en ese primer semestre, cuando gritó seis veces, el atacante charrúa se metió en el bolsillo a los hinchas porque marcó varios tantos, entre ellos uno frente a Boca, en Núñez. Ya con Ramón Díaz como técnico, volvió a vulnerar con un doblete al eterno rival en Mar del Plata y también se dio el gusto en Córdoba. Sin embargo, su rendimiento fue muy irregular durante la primera parte del 2013 e incluso tuvo cortocircuitos con el cuerpo técnico en el segundo tramo.

Perdió su capacidad goleadora. Tampoco rindió adelante. Entonces, en enero de 2014, Mora fue cedido a Universidad de Chile. Allí generó expectativas al principio, cuando le hizo un golazo espectacular de chilena a Guaraní -una especie de talismán personal para la Pulga-, en la Copa Libertadores y gritó ante Unión San Felipe, por el certamen doméstico. Nada más, dos conquistas en 17 presentaciones. Volvió a River con más dudas que certezas.

A esa altura, la prioridad de la dirigencia pasaba por transferirlo frente a una oferta razonable y recuperar el valor invertido. Pero Marcelo Gallardo le dio una chance. Públicamente, advirtió que Mora debería ganarse un lugar y demostrar esfuerzo. Puertas a dentro, le brindó confianza. Supo tratarlo. Y el punta nacido en Rivera, a pocos metros de Brasil, cumplió con creces. Goleador y pieza indispensable en la Copa Sudamericana, fue titular indiscutido.

A principios de este año, podría haberse ido a tierras árabes. La propuesta no fue satisfactoria para la dirigencia. En cambio, a él le hubiera engrosado mucho la cuenta bancaria. No pataleó. Tampoco dejó de entrenarse ni se quedó a comer empanadas del otro lado del Río de La Plata. Mantuvo cierto nivel y, de yapa, sus 24 goles oficiales en River siempre sirvieron para triunfar o, al menos, empatar. Fue figura en México, cuando River coqueteaba con la eliminación. Nuevamente se destacó ante San José. Ahora, pese a sí estar vendido a Al-Nassr, volvió a ser el mejor.

Autor de un golazo, picando la pelota por encima del arquero Alfredo Aguilar, hizo un despliegue gigante contra Guaraní e inmediatamente oyó esa melodía tan gratificante: “U-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo”. No es ídolo, pero sí se ganó el cariño de buena parte de los hinchas. Le pidió a su representante que cualquier oferta tuviera como condición quedarse para terminar de jugar la Libertadores antes de emigrar. Era privado. Ayer, tras una consulta periodística, lo reveló. Quiere al club. Se identificó con los colores. Aunque prefiere el perfil bajo. Exhibe su amor en la cancha, donde su perseverancia tiene premio y puede quedar en la historia.