A 30 años del inolvidable triunfo en la Bombonera, River dejó atrás la racha sin victorias con una categórica goleada por 6-0 sobre The Strongest. El Campeón de América jugó en un alto nivel, como si se tratara de Holanda de 1974, y quedó como único líder del Grupo 1 en la Copa Libertadores.
River brilló en el Monumental, a tres décadas de la eterna alegría lograda con la pelota naranja . Ganó, gustó y goleó, tras un largo tiempo alejado del triunfo. Fue un monólogo del Más Grande. Una suerte de aplanadora futbolístic que no tuvo contemplaciones con un rival que, vale aclararlo, fue demasiado débil. Cuesta entender cómo hizo para llevarse los tres puntos del Morumbí. Entra en el terreno de los grandes misterios para quienes nunca vieron ese partido en vivo o en la repetición.
Lo cierto es que si el adversario tiene un desempeño muy inferior, hay que doblegarlo de forma categórica. Y el Millonario cumplió con creces. No sólo porque exhibió un rendimiento completamente superior, sino también porque lo tradujo en el resultado e incluso mediante una excelente muestra de contundencia porque marcó seis goles con 17 remates. Una tarea redonda por donde se la mire, valla invicta incluida y con un nivel excelente de Andrés D’Alessandro, de botines naranjas.
Párrafo aparte para el Cabezón. Además de romper el maleficio estadística que injustamente lo acompañaba, teniendo en cuenta que era de lo poco rescatable en los compromisos anteriores, la rompió. Jugó e hizo jugar. Abrió la cuenta con una serie de acciones de alto vuelo. Caño a un rival, pase para Camilo Mayada y control inmediato, luego del taco realizado por el uruguayo, para definir de zurda, al primer palo. Golazo enorme.
Marcelo Gallardo corrigió lo que era sencillo, pero a veces de menor relevancia. Dispuso un 4-3-1-2, al igual que frente a Patronato. Acomodó a Mayada en la derecha, que tanta pista pedía. Pero amén de los dibujos tácticos, era indispensable que funcionaran los intérpretes. Ningún esquema tiene suficiente validez sin una idea, una actitud ni rendimientos individuales. Esta noche todo anduvo de forma sincronizada. River se movió siempre, tanto para elaborar como a la hora de recuperar el balón. Hubo toque simple y eficaz, sumado a la dosis necesario de rotación y sorpresa para vulnerar al conjunto boliviano.
Entonces, ante semejante muestra del Más Grande, sin olvidar las facilidades concedidas por un The Strongest sin reacción instantánea ni presión en todos los sectores del campo, ocurrió lo que se presumía a partir del 1-0. Llegó la goleada, con una velocidad temible. Gabriel Mercado envió el centro para que Ignacio Fernández, de cabeza, ampliara la diferencia. Leonel Vangioni, para dejar en claro que los laterales se comprometieron al máximo en el circuito ofensivo, asistió a Mayada, de gran tarea al igual que Nacho.
La Naranja Mecánica de Núñez no sólo le rindió tributo al inolvidable 2-0 de la mano de Norberto Alonso y un equipo fantástico en la Bombonera, sino que también fue una especie de homenaje a la Selección de Holanda de 1974, cuyo principal figura (Johan Cruyff) falleció hace unas semanas. El 4-0 llegó desde el cerebro de D’Alessandro. Rápido y lúcido, armó una jugada napoleónica. En lugar de enviar un tiro libre directamente al área, tocó hacia atrás para Nicolás Domingo. El volante central apuntó hacia el medio, pero eligió abrir a la derecha para el Cabezón, quien ubicado sobre la derecha -se vio muy satisfecho ahí- envió el centro preciso para la cabeza de Emanuel Mammana.
Mientras el Monumental deliraba y estaba decorado por inflables naranjas (como siempre, muy buen trabajo de la Subcomisión del Hincha), Rodrigo Mora le robó la pelota a un rival y asistió a Lucas Alario: 5-0 en tan sólo 45 minutos. La segunda parte podría haber estado de más, aunque Nacho Fernández sentenció el 6-0 y la gente celebró tamaña actuación de River. Aplaudió a todos, pero especialmente a D’Alessandro. El Millonario ganó, gustó y goleó. Sepultó una racha negativa, se puso de pie, alcanzó la cima en la tabla de posiciones en el Grupo 1 de la Copa Libertadores y, al menos por una noche, fue La Naranja Mecánica de Núñez. Mejor, imposible.
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