Para todos aquellos que vivimos a pleno los últimos y primeros años futbolísticos de este siglo de River, escuchar un “Chileeeeeeeeeeno, chileeeeeeeeeeeno” cayendo desde las tribunas del Monumental nos remite inmediatamente a Marcelo Salas, el fenómeno que revolucionó la infancia de muchos como quien les habla. Y tuvieron que pasar casi dos décadas para que vuelva a retumbar ese cántico de manera sostenida y merecida, para un futbolista que llegó hace poco más de cuatro años y medio, y que en un camino que no fue sencillo pudo enamorar al grueso de la gente.
Es que para Paulo Díaz las cosas no fueron sencillas desde un comienzo sabiendo que llegó en el momento en el que Jonatan Maidana había dejado un vacío enorme dentro de la cancha tras su partida a México, y viniendo desde un fútbol mucho menos competitivo como el de la liga árabe.
Y también fue un sendero lleno de espinas porque le llevó un buen tiempo hacer el click mental de maduración para convertirse en la garantía defensiva que es hoy, un auténtico pilar para la estructura de Martín Demichelis. Sus condiciones y jerarquía nunca estuvieron en duda, pero sí el amoldamiento completo de los factores ligados a la confianza y a la concentración. Fueron muchos momentos de altibajos, de algunos errores que costaron muy caros, y también de no creerse a sí mismo que puede ser el líder que hoy sí es y con creces.
Los destacados marcadores centrales de un equipo grande y protagonista tienen que saber anticipar como nadie, y no temer a la exposición de jugar mano a mano todo el tiempo con los delanteros mientras están parados en el círculo central cubriendo espacios que son enormes. Y todas esas son cualidades que Díaz resuelve con creces partido a partido. Marcando el camino y sacando permanentemente el equipo hacia adelante para que el resto pueda ejercer la presión lo más arriba posible.
El hincha de River no regala palmas excesivas a quien no las merece, por eso está muy bien ganada esa ovación, Paulo. Fue ni más ni menos que el reconocimiento al esfuerzo y al coraje, y sobre todo una certificación de ese convencimiento que supo demostrar y contagiar de adentro hacia afuera, tanto con sus compañeros como ahora hacia el público.
Pero también siento que todavía debe creérsela mucho más en el buen sentido, y que tiene un techo más alto por conquistar. Que no afloje ni se relaje, y que siga manteniendo esa compostura plagada de madurez. Porque hoy es el ladrillo más firme de una estructura defensiva que depende muchísimo de su persona. Si logra mantener este nivel que ya viene sosteniendo con firmeza desde el año pasado nos podemos ilusionar con grandes cosas.