“Ojalá que los hinchas de River me puedan querer. No estoy en eso de querer taparle la boca a alguien. Para mí es un sueño estar acá, y lo de afuera no me afecta“. Así de claro y conciso, y con una enorme cuota de madurez, Nicolás Fonseca afronta sus primeros 40 días en River que fueron a puro vértigo. Cuando muchos creían que llegaba para hacer una adaptación lenta, la lesión de Matías Kranevitter y la demora en el mercado de pases para incorporar otro mediocampista central aceleraron los tiempos y tuvo que ponerle el pecho a la situación para salir a jugar desde el arranque.

Contaba y todavía cuenta con muchas miradas de reojo, hay que decirlo ya que en cierto punto puede ser un factor inevitable. Porque llega desde una liga muy menor, porque no se lo conocía mucho como futbolista en Argentina más allá de tener un padre que se destacó en su carrera, y además porque la salida de Enzo Pérez a fin de año pasado encendió para mal los ánimos de muchos hinchas, situación que no iba a ser fácil para el primero que toque reemplazarlo en su puesto.

Pero pese a las adversidades y a algunas intervenciones que dejaron algunas dudas en su debut oficial frente a Argentinos (ciertamente lógicas también por los nervios de jugar ante 88000 personas en el Monumental), Fonseca a lo largo de los partidos siguientes ha mostrado una innegable evolución. Y, bajo mi punto de vista, es doblemente meritorio porque no es el puesto que creo que más cómodo le sienta en la cancha, ya que por características se podría desenvolver mejor como doble contención un poco más suelto y sin tanta responsabilidad de marca.

Tanto frente a Barracas, Vélez y sobre todo ayer ante Riestra, ya sus movimientos comenzaron a ser más fluidos, se notó que corrió mejor la cancha, y sigue mostrando que su mejor virtud es el pase hacia adelante para romper líneas, que es fundamental para el sistema y la estrategia de juego que intenta imponerle Martín Demichelis a sus equipos. Aquella madurez y aplomó de sus declaraciones post partido también fueron aspectos que se fueron agigantando en su juego, y eso es fundamental de cara a su confianza y adaptación.

Pero ojo, todos los extremos son malos y tampoco hay que relajarse y creer que todo será color de rosas. Él sabe que el camino estará lleno de obstáculos, que vendrán rivales y contextos de mucho más fuste y dificultades, y que la vara será cada día más alta en un club como River. Ojalá siga creciendo pasito a pasito, con la certeza de saber que todavía le falta mucho por demostrar y por crecer. Mientras tanto, Nicolás surfea las olas de los prejuicios con total personalidad y entereza, y ése es un gran primer paso. Frente en alto y a no aflojar, que queda lo más dificultoso y desafiante por delante.