Tremenda noche la vivida en Córdoba. Dramática. Emotiva. De esas que se recordaran por mucho tiempo. Ganar una final en la última pelota y después de ir perdiendo prácticamente durante los 90 minutos no sucede todos los días. Esta vez pasó. River cumplió con su objetivo de sumar una nueva estrella a su riquísima historia y Martín Demichelis con la de ganar su batalla: el partido del morbo. Ese que lo tenía en el centro de la escena y que de perderlo le hubiese hecho las cosas mucho más cuesta arriba. Ya hablaremos del técnico.

Ahora pongamos el foco en esos últimos 15 minutos inolvidables del partido. Perdía River 1 a 0. El equipo había mejorado en el segundo tiempo, pero no encontraba el gol del empate. Iba, intentaba, pero no podía. Se empezaba a mirar el reloj a cada rato. Entraba el encuentro en ese periodo de desesperación, donde el apuro se adueña de todo y la serenidad empieza a desaparecer.

Era injusto ir perdiendo, pero tampoco el equipo estaba haciendo un gran partido. Lo tenía en su campo a Estudiantes y se aproximaba con peligro, pero no había en el Estadio esa sensación de que el gol estaba por caer. De que tarde o temprano el arco de Mansilla sería vencido. De hecho hasta parecía estar cómodo Estudiantes con su juego mezquino, demorando las acciones y teniendo el tiempo y al resultado parcial como principal aliado.

Pero en el fútbol nunca nadie puede estar tranquilo. Lo que parece difícil, en una sola jugada puede dejar de serlo. Todo puede modificarse de un segundo a otro. Es lo maravilloso (o espantoso) de este deporte. Y eso fue lo que ocurrió en el Kempes: maniobra número 100 de Pablo Solari por derecha, un rebote que favorece y lo que parecía terminar en nada se transforma en gol. River empataba el partido y encontraba oxígeno en un momento delicado, donde el pesimismo empezaba a vencer al optimismo. Donde se percibía cierta decepción de la gente en las tribunas.

El gol y el empate revitalizaron todo. A las tribunas, al equipo y al banco de suplentes. Lugar donde todavía permanecía el héroe de la noche: Rodrigo Aliendro. Fue el último cambio, ingresó con el 1 a 1 que prometía alargue y lo hizo en lugar de un delantero cuando River necesitaba otro gol. No muchos aprobaron la decisión. Sin embargo el gol llegó. ¡Y de qué manera!

El ex hombre de Colón llenó su pie cuando agonizaba el encuentro para meter un bombazo que rompió el arco Pincharrata. Gol. Golazo de campeón. Impensado. Inesperado. Se daba vuelta el resultado y la Copa se mudaba de La Plata a Nuñez en un abrir y cerrar de ojos. La Locura se trasladaba de tribuna y 35 mil hinchas de River rompieron su garganta para gritar el gol que le daba el trofeo que se vino a buscar… y sobre la hora. Por eso se gritó fuerte.

Se escaparon algunas lagrimas de emoción. Se vivia fútbol en estado puro. Los que se imaginaban derrotados terminaban siendo ganadores. Y pasar de ese estado al otro en minutos es muy difícil de explicar. Hay que sentirlo. El público de River lo sintió y por eso desató un festejo contenido y merecido. La Supercopa Argentina no es el título que un club grande como River se plantea como principal objetivo. Hay metas más importantes como son la Libertadores y la Liga local. Poco importó eso en el momento en el que el árbitro Yael Falcón Pérez pitó el final que decretó a River Plate como dueño del primer título oficial del fútbol argentino en 2024.

Festejos en la tribuna y en el campo. Abrazos por todos lados. Y entre tanta gente feliz se destacaba uno en especial: el de Martin Demichelis. El técnico de River fue el gran ganador de la noche. Todos lo miraban a él. Lo señalaban. Muchos ya tenían el discurso preparado para escribir o hablar de una derrota que lo pondría de rodillas. Se frotaban las manos a cuenta, fantaseando la imagen de Enzo Pérez levantando la Copa ante el rostro abatido del ex defensor.

Los cambios a tiempo de Martín Demichelis

Todo eso solo existirá en la imaginación malintencionada de esa gente que se quedó con las ganas al recibir un duro golpe de la realidad. River es campeón y su entrenador tuvo mucho que ver para que eso suceda. Es cierto que el partido comenzó complicado y la alineación de arranque no parecía la indicada, pero tuvo la lectura de partido que siempre se le exige para modificar ya en el entretiempo lo que estaba funcionando mal. Fue un pleno el ingreso de Santiago Simón por Leandro González Pírez. Refrescó el sector derecho del ataque con los pases precisos del ingresado,, que activó a Solari y desde ahí se empezó a construir la victoria.

Lógicos y necesarios los ingresos de Rodrigo Villagra y Claudio Echeverri por Matías Kranevitter y Nacho Fernández, quienes no estaban teniendo buenos desempeños. El ex 5 de Talleres le permitió al equipo jugar en campo contrario y el Diablito le dio aceleración al ataque de River en los últimos metros.

Acertado el ingreso de Enzo Díaz por Milton Casco. Fundamentalmente por las características. Enzo le daba al equipo mas presencia y profundidad por izquierda que Milton. A lo que ya generaba por derecha le agregó llegada por el otro lado complicando así la tarea defensiva de su rival que solo se replegaba y aguantaba el resultado como sea. Además, con esa variante corrió a Facundo Colidio de la función de extremo izquierdo que no siente para ser segunda punta y jugar más cerca de Miguel Borja.

Pero faltaba el cambio de la noche. Modificación que se hizo pensando más en el alargue que en esos pocos minutos que restaban jugar. El ingreso de Aliendro terminó siendo la carta ganadora que tuvo el DT en esta final. Demichelis ganó el partido del morbo en el último minuto y con gol del jugador que él había mandado a la cancha un ratito antes. Mejor imposible.

Por eso el desahogo en el festejo de gol. El grito sacado de ese hincha de River que el entrenador lleva adentro. El darse cuenta que los cambios que había hecho estaban sacando campeon a River. Por eso en medio de ese festejo loco se dio vuelta, buscó a su familia apuntando la mirada al sector donde ellos estaban para abrazarse a la distancia con quienes sufren tanto como él cuando las cosas no salen como se pretenden.

Sabía Martín Demichelis que estaba ante un examen peligroso y lo aprobó claramente. El gol de Rodrigo Aliendro no solo le daba su tercer título como entrenador en un año de gestión. Ese gol evitó la crítica feroz que recibiría si perdía. Ese gol impedía que se abrieran otra vez heridas que aún no cicatrizan del todo. Es más importante lo que se evitó que posiblemente lo que se ganó.

La Copa se disfruta, obvio, pero el caos que hubiese representado una derrota en Córdoba era de una gran magnitud. Por eso este nuevo título tiene que traer paz. Deberá instalarse la tranquilidad para que el cuerpo técnico pueda trabajar y los futbolistas jugar sin presiones desmedidas.

River necesita calma ante lo que viene

Se viene el sorteo de la Libertadores y la Copa de la Liga entra en su recta final. River necesita calma. Renovar energías. Valorar lo que se hizo hasta acá y abandonar ese estado de disconformidad exagerado y permanente de las últimas semanas. El gol de Aliendro debe traer todo eso en los próximos días.

En el país sigue mandando River

River va puntero e invicto. Y ojala así lo entienda el hincha. Ese que se pone feliz cuando su equipo gana y no espera ni especula con una derrota para poder salir a criticar lo que sea. Para eso están los de afuera. Esos que siempre esperan agazapados porque les molesta ver un River victorioso. Los que ante algún mal resultado se llenan la boca con la palabra crisis. Todos ellos deberán seguir esperando su momento porque ahora es el de Demichelis, los jugadores y la gente que están disfrutando de una vuelta más. Otro título conseguido por el club más ganador del fútbol argentino. En el país sigue mandando River. Por eso hay que disfrutar y seguir festejando en el Monumental el próximo domingo contra Gimnasia. Se levanta una nueva copa… ¡Salud. River Campeón!