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Y el artista al fin fue el equipo...

"¿Pero cómo lo veo? Si juega bien, me encanta, porque River cuando gana, no gana de pedo. Gana porque juega bien. De pedo, a veces, le han ganado. River cuando gana, gana con todo. Lo único que falta es que nos caguemos también en eso." (Luis Alberto Spinetta). Todavía la felicidad se resbala en el […]

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“¿Pero cómo lo veo? Si juega bien, me encanta, porque River cuando gana, no gana de pedo. Gana porque juega bien. De pedo, a veces, le han ganado. River cuando gana, gana con todo. Lo único que falta es que nos caguemos también en eso.” (Luis Alberto Spinetta).

Todavía la felicidad se resbala en el sudor de la tarde/noche. Los ojos buscan desesperadamente gestos y más gestos de alegría. La boca se hace ancha. Las comisuras se estiran y parecen de goma. Hay una sonrisa que se escapa como de un cautiverio en la cara a cada hincha de River que me cruzo. Es que no es poco: El hincha de River volvió a ser hincha del equipo. Y no al revés. Ocurrió que un día el “el artista volvió a ser el equipo”, como pedía Spinetta y nuestra sangre roja y blanca. Y entonces El Monumental fue el Colón para algunos, el carnaval para otros y para la mayoría, “el verde césped lo que debe ser: un escenario para un espectáculo mayúsculo”. No podía ser una película muda…

La mejor sensación, se nos acomodó el paladar. Porque hubo amor propio, emoción, contundencia, lujos y, fundamentalmente, hubo equipo. Parejito, solidario, concentrado y con estilo. A lo River se le ganó 3-0 a Independiente Rivadavia de Mendoza, como lo pedía la historia. Como alguna vez fue y alguna vez tenía que volver a ser. Nunca se dio por enterado de estar con un hombre menos. Tuvo una autoridad indiscutible, que fue creciendo curiosamente a partir de la expulsión de Sánchez – injusta amarilla de Delfino que pudo haber torcido el rumbo del partido –. Sin embargo, el futbol tiene estas cosas…

River con uno menos pareció duplicarse y ellos perdieron la brújula. Claro, el “Chapa” Zapata, cebado, enseguidita cambió volante por delantero -salio Guerra y entró un punta como Gómez- y se terminó descompensando. No voy a entrar en la discusión bizantina del nivel del rival. Cada partido es único. Y los mendocinos venían de golear a Almirante Brown. River se acomodó mejor. Cirigliano dio una clase de timing, cortando y entregando limpio. Ponzio… ¿Cuál es el verdadero Ponzio? ¿Éste que se vió ayer, que hizo todo perfecto, que jugó con el mapamundi en el bolsillo o el que pedía ser reemplazado por Aguirre? Porotos para el Pelado en estas cosas. Que banca y aguanta al jugador. Y entonces River se hace ancho y cortito, pero no resigna profundidad. Con Abecasis que trepa por derecha porque es el que más condiciones tiene de los cuatro del fondo, pero también con el lujoso Ocampos que baja por izquierda y juega un primer tiempo como si estuviera en la Premier League. Levanta el pasto en cada arranque. Pica la pelota ante los “grones” que se turnan y les gana por afuera y por adentro. Abusa, eso sí, de su potencia y se emociona a veces. La puede colgar del ángulo como contra Chaca o no cerrar la jugada con una habilitación al compañero que llega vacio, que es lo que la jugada pide –pecados de juventud que le dicen, ya lo va a corregir-.

Y en el reacomodamiento, el Torito se hace líder. Baja setenta metros en una contra y defiende con uñas y dientes, y después empuja el cabezazo de Ramiro Funes Mori para el primer gol. El Chori, con la movilidad y su don de tirar infinitas paredes en corto hasta que se hace el hueco para una larga. Está enchufado, lejos de sus rabietas que lo alejan de su talento. Y así, River empieza a encajar en su cuerpo. Es serio y de a ratos exultante, osado, rebelde. Demuestra que definitivamente pareciera quedarle chica la categoría.

Queda un tiempo y se aguarda la arremetida del rival y que los fantasmas no se despierten. La lepra quiere ir, pero excepto algunas faltas innecesarias que generan los temibles foules que nos cuestan tan caro, no produce nada más. Primero se lo come el Chori, tras gran pared con “el Fer de O’ Brien”, después la pica el diez y su tiro besa el segundo palo. Hasta que Ponzio -que ya era un gigante-, lo deja solito a Domínguez por la izquierda, cambia el ritmo, bicicleta, zurdazo al primer palo y gol… ¡Golazo! Para que el estadio luego lo despida como nunca lo soñó. Ese estadio que se cae… Cincuenta o sesenta mil personas –muchas de las cuales fueron tratadas muy mal por fallas en el operativo- que bailan y cantan. Y la Centenario Baja ya no es más esa tribuna fría de gente sentada. Es la popular. Igual que la Belgrano o la San Martín.

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Se festeja que Cirigilano apunte a superar a Mascherano, que Ponzio la rompa. Que faltaba la frutilla de esa torre de optimismo y confianza que es Trezeguet. Impresiona verlo entrar con esas zancadas. Y en dos o tres toques uno se da cuenta que es distinto. A la cancha otro duende como Villalva, cuyo freno descomunal hace echar al arquero Ayala. Y ya todo es delirio y carnaval, sinfonía y orquesta. El David le hace honor a Miguel Ángel con su cabezazo maestro. Y esculpe la foto de la noche. Su cara de egipcio y faraón aparece agradecida, iluminada por ese contagio de felicidad que baja de las tribunas. Del cielo que es el pueblo de River, que más que nadie merecía esta recompensa. Encima, motivado, su cantó tapó hasta los relámpagos. Fue un partido, si. No un partido más. Volvimos a ser hinchas del futbol de River. Ese que tiene que despertar porque River no gana de culo. ¿No, Spinetta? Si no sería un cabaret… porque ser un campeón aburrido no es digno de nuestra idiosincrasia y nuestra piel… ¡Feliz regreso “artista”! Te necesitábamos así… para gritar “mirá que distintos somos”…

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