Viejo, mi querido viejo. De laburo y de ideales al viento. De Villa Urquiza, barrio de La Banda si los hay. Vecino de Renato Cesarini, que era de Estomba entre Zárraga y Av. De los Incas. De tranvía y vino tinto, como dice Piero. Si habrás viajado al Monumental en aquellos techos. El problema era pasar el puente de Elcano y acostarse para no lastimarse. Había que ir en el 96 ó el 88 que terminaban en Barrancas. Viejo, yo sé que andás con el paso lento. Pero tengo la suerte de tenerte y disfrutarte entero, todavía.
Nunca voy a dejar de ser tu hijo y aunque ahora sea casi tu padre, hoy me muero porque volvamos a estar codo a codo. Yo sé que es demasiado pedirte que vuelvas a agarrar la espada. Y sí, hoy es matar o morir. Comprendo que no es que te acostumbraste a la comodidad de la tele o de la radio, sino que tu paladar se fue quedando insatisfecho y tus ojos perdieron el brillo de tanto buscar y no encontrar a quién admirar. Igual, viejo. Vale la pena estar. Hay que estar. Sin hablar alguna vez, nos transmitimos amor eterno a La Banda. Como aquella tarde que regresaste en el 75 junto con el Beto, en la penúltima fecha del Metro. Aquel doblete de Alonso que nos dejó a un paso del título y ver tu emoción después de tan sublime actuación que quedó grabada en mis retinas.
“Se parece a Adolfo”, me dijiste. Me acordaba hoy, que funcionó como cábala aquel día. Por eso te pido este esfuerzo. Te necesito más que nunca. Quiero que estés a mi lado, el de mis hijos, el de tus nietos. En esta: la hora más difícil, quizás, de la historia de River. Si, ya sé que el fútbol de hoy no se compara con el de aquella época. ¿Pero vos viste la sonrisa de tus nietos cuando Lamela tira un caño? ¿Los escuchaste cantar en el auto, en la ducha las canciones de River? ¿Los viste putear cuando lo afanan a River?
Es tu sangre, viejo. Ellos son también lo que vos sembraste. Somos tres generaciones. Dale viejo, vení.
Yo sé que el domingo vos querés pasar tu día en paz. Que no estás para hacerte mala sangre. Vos dejate cuidar por nosotros. Estás en nuestras manos, te aseguro tan fuertes como las de Amadeo. Aquel Carrizo que ibas a ver temprano en la Tercera en la que jugaban Pipo Rossi, Coll y Di Stéfano. ¡Pobre abuela Rosario! Siempre le sobraba tu plato de fideos caseros. Desde allí es que supimos que nuestra pasión era también nuestra familia. Por eso, ¿cómo no ir al templo en este día tan particular? Vos que me hiciste hincha de “el más grande” cuando hacía años que no salía campeón. Que me hiciste aprender lo que era saber sufrir para después amar incondicionalmente. Que cuando el “fútbol espectáculo” empezaba a ser modelado por directores técnicos especulativos me enseñaste idolatrar defensores como Ramos Delgado, volantes como Ermindo, delanteros como Cubilla o el Mono Más.
Vos que te sentabas a leer El Gráfico y la River junto a mí, todos los lunes. Que antes me contaste las historias más lindas del mundo. Cuando el colorado Giudice te agarró de la mano bajando del 65 en Boedo y te hizo entrar al Gasómetro de su mano. O cuando salías de la Escuela Nº 6 de Balivián y Donato Alvarez y se iban a tomar la leche a la casa del maestro Stokowsky, el gran Adolfo Pedernera, atendidos por la madre y la hermana. Vos que despertaste en el Pirovano por ir a ver a la Saeta Rubia a la salida del Ducó, recién inaugurado, y te comiste un palazo. Claro, el abuelo te quería matar. Y el Charro que cuando volvió de México. Se cayeron los alambrados en Ferro. Cuando inauguró la fábrica de pastas La Delfina en Chorroarin y A. Thomas, que mientras era atendida por su mamá, él alternaba el fútbol y la garufa.
Vos que me hiciste un cuento del día en que Loustau, jugando para Argentina, mareó al half Las Heras, de la Selección chilena, y se desmayó. ¿O fue mentira? Vos que admiraste el aguante y la calidad de aquellos Caballeros de la Angustia -apodo que bien les cabría a estos pibes de ahora- como cuando Moreno le salvó la vida a un árbitro en la Plata al que querían fajar.
Dale viejo. Me hace falta tu presencia de nuevo. La de los tipos que en su eterna lozanía, de haber mamado a los clásicos, saben cómo detener el envejecimiento de las ideas. Es hora que la experiencia empiece a transformarse en enseñanza. Yo sé que este fútbol está manchado de gente impresentable. Pero es nuestra obsesión, no abandonar. Y empezar a frenar la decadencia. Que más que una vuelta al pasado es una condena al presente. Sí, ya sé que estás indignado con las suspicaces declaraciones de Grondona y no sabés si están dichas desde su habitual psicopatía o desde dónde. ¿Y qué hincha de River no? Tengo la sensación que esas palabras “imprudentes” están sólo cargadas de cinismo antes que de realidad.
Pero, olvidate. Sólo pensá esto: ¿ Vas a estar tranquilo si la taba viene de culo y no viniste? Papá: alguna vez leí por ahí que “ser padre es cosa de hombres”. Claro que sí. Menuda tarea la de pregonar con el ejemplo. Bueno, “ser hincha de River, también lo es”. En eso que la virilidad de las horas límites nos pide a los hombres. Como si fuera estar al frente del campo de batalla. Demasiados “patriarcas” tienen tu historia. ¡Hay que dejar la vida por River! Sea como sea, sé que cuento con vos y si los huesos no responden ya, simbólicamente te vamos a llevar puestos. Este premio tiene que ser para vos.