Unos 25.000 simpatizantes dieron una auténtica muestra de fidelidad hacia River en La Plata, donde no sólo sufrieron la caída por la Supercopa Argentina, sino que además tuvieron serios problemas en los accesos al estadio. Pese a todo, alentaron de manera incondicional y aceptaron el 0-3 sin reproches.
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La cultura del aguante inexorablemente conduce a pensar en lo peor del fanatismo. Desde la negación e intolerancia a las virtudes rivales hasta las quejas por cualquier razón, pasando por la facilidad para causar desmanes y otro tipo de actos nada agradables. Sin embargo, el comportamiento de la gran mayoría de la gente de River en La Plata merece un reconocimiento.
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Lejos de transmitir su enojo en algún momento tanto por el resultado adverso como los pésimos ingresos a una cancha que tenía todo para ser un escenario acorde a la Supercopa Argentina, los simpatizantes del Millonario cantaron de forma incesante, incluso tras el partido. Fue la otra cultura del aguante, la del aguante bien entendido, el único que debería existir.
Antes de revivir el aliento es imposible no caer en la tristeza e impotencia que generó un acceso hecho para causar malestar entre los hinchas genuinos, aquellos que siempre pagan los platos rotos. El caos y la desorganización que hubo para retirar entradas durante los días previos -muchas personas ni siquiera pudieron llevarse el ticket que compraron legítimamente, ¿quién se hace cargo?- se trasladó a La Plata.
Así como la dirigencia fue clave para que nadie se quedara sin entrada en Japón, esta vez brilló por su ausencia tanto en la venta de los tickets como para los accesos
Filas extensas de hasta 500 metros, con no menos de cinco personas a lo ancho durante los tramos más nutridos. Un acceso que estaba previsto para lass 18.30, horario que Juan Manuel Lugones (titular de la Aprevide) comunicó oficialmente. Sesenta y seis minutos después estuvo habilitado el ingreso a la popular del Millonario. Y entre tanta gente que quería ingresar pacíficamente, existieron obstáculos.
La inoperancia policial, utilizando a los pobres caballos para intimidar a los hinchas -obvio, generalmente a quienes lo único que pretenden es entrar sin problemas, nada de meterse con los que, por ejemplo, buscaban colarse sin ticket y entorpecieron el acceso- dejó mucho que desear. La Página Millonaria fue testigo de cómo varios hinchas pasaban entre dos equinos como si se tratara de un puente chino…
Mientras los dirigentes de la AFA hacen política de la mala todos los días sin importar el bolsillo asfixiado de varios jugadores, incluso de Primera, ni las consecuencias graves de tamaño desorden, los hinchas genuinos -aquellos que realmente a este deporte tan popular como importante a nivel económico- sufren cuando van a la cancha. Nadie los protege. Además del destrato humano, se olvidan que el negocio existe gracias a su pasión.
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Y sin embargo, los hinchas del Más Grande decidieron alentar de manera incondicional. Lo hicieron cuando el Millonario iba por el buen camino, pero también en el momento que Lanús ya había sentenciado la historia. Hubo un gran recibimiento con cintas rojas y blancas, prolijamente ubicadas, al grito de “River, mi buen amigo”.
Durante el partido los pasajes destacados en las tribunas del Millonario fueron a través de “yo soy de River porque el mundo me hizo así, no puedo cambiar” y “yo no me voy antes que termine el partido, banderas negras, parlantes no hay, porque esta hinchada es puro carnaval”. Una vez sentenciado el resultado, surgió “jugando bien o jugando mal, oh, yo te quiero, no me importa nada, te vengo a alentar…”.
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