Ella va a poder entrar con Mati y con Kevin. Con su niño y su esposo Wilkinson, que ya conoce lo que es vivir un River vs. Boca desde la popu. Ella va estar como toda la vida y va a alentar como cuando nos cansábamos de dar vueltas olímpicas con el Tri de 1979/80. Cuando el Negro Ortiz no nos dejaba sentar debido a sus infinitos amagues. Ella va a estar con toda su argentinidad, sin entender por qué por acá hay “absurdas prohibiciones”. Va estar con Los Pumas en Dunedin y va a estar con los oídos en el Bajo Flores.
Somos Argentina, para todos los hinchas de River, y mucho más para una mujer que recaló a fines de los ‘80 en las tierras de los All Blacks y se dedicó a albergar a cuanto sudaca pasó por su pizzería. A ella, que siempre quiso ser futbolista, el destino la ubicó en el reino de la ovalada. Claro, no conoció los tatoos de hoy como para competir con los de los Maoríes, pero se dio el gusto de entonar el Haka millonario, que por aquellos años recién empezaba a sonar: “River, mi buen amigo…”.
Allá estará ella, coreando el himno nacional cuando en la madrugada de este sábado debute el equipo de Felipe Contepomi contra nuestro eterno rival: Inglaterra. Soñando un día de felicidad como el del triunfo en México 86, cuando el Negro Enrique se la hizo fácil a Diego para que éste resolviera más o menos. Igual que en 1975, cuando con 12 años vino a ver la vuelta del Beto contra San Lorenzo, en la previa del título. Aquel día, entró de la mano de mi viejo sin entradas.
Es que ese año también se había despertado el fenómeno popular. Como ahora, que la marea River y su espuma se expande cada día más, a lo largo y a lo ancho del país. Lo que alguna vez fue producto de un equipo rompe-records de campeonatos, hoy es producto del escenario pasional. Más camisetas de los 110 años, más socios, más rating, más entradas que no alcanzan. Tanto que con Deportivo Merlo en Independiente serán 18.000. Cada vez más River en el país y en el mundo.
Las filiales ya son 95 en el país y 15 en el exterior. Y esta curiosidad: la última fundada es la de Nueva Zelanda, esa pequeña isla sajona del extremo sur de la Polinesia. Entre la magia del Señor de los Anillos, de las montañas, los bosques nativos, cientos de lagos, allí habrá una camiseta de River. Esa grandísima y orgullosa sensación que nos produce cada vez que nos encontramos en el “culo del mundo” y siempre aparece alguien con la diagonal roja que nos cruza el alma blanca.
Allí también se reponen de recientes terremotos con mucho amor propio, como el hincha millonario, que le pone el pecho a la adversidad. Allí debutarán Los Pumas defendiendo su tercer puesto de Francia, con su garra acostumbrada. Aquí, en el Bajo Flores, Almeyda necesita leones.
Argentina jugará a escasos kilómetros de Christchurch, el epicentro del sismo que hace pocos meses sepultó alrededor de 500 personas. Nuestro terremoto futbolero retempló el espiritual. Ellos resurgieron, nosotros estamos por el buen camino. El mejor rugby del mundo está grabado en cada Maori y su Haka invoca el valor del guerrero frente a la batalla. Ese mismo que Almeyda viene imprimiendo en cada jugador con el que ha asumido la noble tarea de sacar a River de la “B”.
Y mientras arma la ceremonia del círculo, esos brazos entrelazados se prodigan fe, amor a la camiseta. Flota en el aire mucho de lo que dice el famoso “Ka mate, ka mate”. Un mantra quizás universal para los que saben lo que es tropezar y volver a levantarse. “Es muerte, es muerte. Es vida, es vida. Este es el hombre guerrero que causa que el sol brille otra vez para mí. Subiendo, subiendo hasta arriba, hasta que el sol brille”, rezan, como si hubieran escuchado a Copani: “No es que River bajó a la B, es la B que ascendió”.
Se llama Martha, es mi hermana y estará ahí. ¡Vamos Pumas, Vamos River! Siempre habrá un trapo blanco y rojo. Siempre. Que es lo mismo que haya una bandera argentina.



