Hay un karma nuevo en este River, o una peste. Es la falta de gol. Viene del pasado porque no la trajo la “peste blanca” de los de Floresta. No se manifestaba nítidamente porque River no atacaba lo suficiente, pero ayer lo hizo y desnudó la sequía que nos dejó con las manos vacías otra vez ante un rival de menor jerarquía individual y colectiva. Pavone anda con menos definición que un diario mojado. Funes Mori parece la vieja tevé en blanco y negro, con antena de aire, de mis abuelos. No hay señal por donde queda la red. River perdió un partido imposible, de seis puntos y ante la posibilidad de seguir arañando alguna ilusión arriba por la impericia de sus dos puntas. Entre los dos no hicieron uno…
Tanto se le pidió a JJ más audacia, que al final se animó. Repitió equipo, fue más agresivo y sin embargo le fallaron los violinistas. Nunca estuvieron finos, porque no son finos. Lo que natura non da, salamanca non presta. Déficit que se había vislumbrado contra Godoy Cruz. Aquella tarde que le habíamos pedido al Señor en su resurrección que multiplicara una bolsa de goles y la acercara a Núñez además de panes y peces. Con el Albo, alcanzó la cantidad de situaciones, las trajo. Iluminó a JJ para reafirmar esta nueva idea. Pero el arco pareció achicarse ante la impericia de los dos delanteros netos. Justo ahora, de cara al clásico, se evidenció en una tarde cargada de fantasmas. Increíble por lo falibles que son las balas de nuestros artilleros. Angustiante, por la puntería del momento en que se reveló este karma.
Uno que pidió no jugar con la calculadora en el bolsillo, porque lo peor que puede pasar es que te coman los miedos, vio a un River que supo olvidarse de las sumas algebraicas. Fueron 20 minutos para la esperanza. Salió con autoridad y buen juego a tirarle la historia encima. Jugó como para ir 2-0 ante de la media hora. Ancho, con profundidad, con Lamela protagonista en la conducción, Funes Mori enganchando con los volantes, Pereyra profundo y Almeyda siendo eje de circulación -con lujos incluidos entre sus pases cortos y seguros-. River era un flash, pero además lastimaba.
Era incisivo y solo faltaba el toque de gracia que terminara en la red. Sin embargo, en la medida que las situaciones no se concretaban, los jugadores empezaron a perder confianza. Tuvo la más clarita en el botín derecho de Funes Mori, que estaba para empujarla a tres metros de la línea, pero un enorme Cambiasso impidió el gol. El arquero había quedado atrás de la jugada y en doble estirada logró manotearla y desviarla de manera increíble al córner.
Después, llegó el típico bajón, que empezó a atrapar al equipo a medida que no concretaba. Aparecen las imprecisiones y los reproches. Lamela perdió un pase fácil y la contra agarró a la defensa a contrapierna, y la inocencia de Ballón le regaló la posición a Gigliotti. Este sí que no dudó, pisó el área y sacó un tiro cruzado inatajable. Estuvo muy, pero muy verde el peruano en una acción clave.
La tribuna le había puesto todas las fichas al equipo, con los dos telones de fondo como para acomplejar al “pañuelo” que llevó el Albo, comenzó a rugir. Con medio hemisferio cerebral en dar vuelta este partido y la otra mitad en lo que se viene el domingo. Se esperaba la entrada del Enano por Ballón, pero ahí volvió a dudar el técnico. “No más descompensaciones”, debe haber pensado. No era para tanto, corría a Pereyra a la derecha y listo. Sin embargo, River fue sin demasiada claridad y volvió a inquietar a un arquero que se fue agrandando con la pólvora mojada del Tanque, que tuvo las tres más claras del complemento. ¡Como extrañé a Falcao!
Pero claro, este River 2011 es ciclotímico, la única inflación que no sufre es la de los goles a favor. Sin combustible para el gol, rápidamente muestra las dos caras de la luna. Esta vez, su lado oscuro fue la impotencia. Injusto sería decir que fue conservador. Se encontró con un piquete en la línea del arco rival y no supo cómo atravesarlo. Es como cuando el reloj le abre las puertas a la ansiedad de la tabla de abajo y se fugan las ideas.
Entonces todo es más incierto, más inseguro. Todo se resume a Almeyda, que se vuelve a poner el equipo al hombro y empuja como un viejo ciego, de noble corazón, hasta donde le da el alma. Igual que el Sumo Pontífice del arco, Juan Pablo, que fue por el milagro y terminó como antihéroe de algunos desmemoriados. Da bronca, pero esto no terminó…
Más allá que el equipo mejoró en su funcionamiento, más que nunca se necesitaba la victoria y reapareció un viejo enemigo: la falta de gol. Un domingo porteño lleno de interrogantes en Núñez, en un mundo que tampoco es un carnaval. Ya sin Sai Baba, para revisar vidas pasadas cargadas de gloria y karmas, y ya con Obama sacándose la careta de niño bueno optando por el fusilamiento antes que la detención. Cuánto que tienen la vida y el futbol de irracional e injusto.
Nosotros, como buenos locos que somos, los mismos que anoche llenamos el Monumental, los que jamás vamos a abandonar, ya estamos listos de nuevo para ir caminando a La Boca. Aguantando los trapos como siempre y en las malas mucho más. Con la “gitana loca” que ayer olvidamos en los cantos, para que nos devuelva la suerte y olvide sus enojos.
