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River, esta insensata pasión

River no entró al purgatorio el domingo, hace más de una década que vive en él. Viene pagando errores de un pasado turbio y un presente caprichoso y hostil del que habrá que revisar cierta tendencia al aislamiento -cuánto menos- de la actual condu

pablo-desimone

River no entró al purgatorio el domingo, hace más de una década que vive en él. Viene pagando errores de un pasado turbio y un presente caprichoso y hostil del que habrá que revisar cierta tendencia al aislamiento -cuánto menos- de la actual conducción. Jugando así, ni siquiera encadenándose a los milagros, parece tener merecido el paraíso de la permanencia en la primera categoría. Una suerte de delirium tremens futbolístico parece haber poseído al equipo desde el empate con Gimnasia a la fecha, que de caminar por un sinuoso camino se llegó a un abismo insospechado y casi imposible de saltar.

¿Qué nos queda sino esta insensata pasión? Ninguna duda de amor. Ni se te ocurra. No nos vamos aquedar congelados al borde del camino. ¡No! Nosotros no nacimos para abandonar. Es la hora del peor desgarramiento en nuestra historia, quizás el mayor martirio que debamos enfrentar. No nos va a amilanar la desesperación. ¿Qué hacer? Y parece que habrá que atreverse a volar. Y volar y caerse y volver a empezar. Como está registrado en nuestra historia. El cielo, el infierno, el purgatorio. Hoy igual que ayer. La máquina y la maquinita. Los 18 años sin campeonar. Angelito, Alonso, Merlo y Jota Jota. El segundo tri. La crisis hasta la llegada del Bambino -el casi descenso- y luego toda la gloria 85/86. Algunos paréntesis, la llegada de Passarella en los 90, el surgimiento de Ramón, la magia del Enzo y después todo lo conocido.

Este nuevo tocar fondo. Toda vida trae implícita la idea de un viaje. Así pensó Dante Alighieri su Divina Comedia. Dante (lo humano), Beatriz -su amor- (la fe), Virgilio, el poeta (la razón). Para salir del purgatorio necesitó no sólo lavar sus pecados sino encadenarse a los milagros. La única luz, el único fuego encendido de hoy que sostiene a River es nuestra esperanza, nada más. Este River absolutamente irracional, absurdo, no es River. Perdió de repente la cordura y la mesura y el domingo, definitivamente, enloqueció. Ese “quemar las naves” del segundo tiempo. Esa trilogía de centroforwards amuchados, quitándose espacios. Esa descompensación en la que se cayó de manera casi inverosímil, luego, de tanto elogio a la moderación. Con Almeyda, bisturí en mano arrancándose el corazón tirándolo en la gramilla para el contagio. Le crecieron alas de sus arterias, el gol nació de su ventrículo y de sus aurículas se desparramó el coraje.

Empujo a un equipo partido, roto, abierto, que afortunadamente logró romper “el muro” que le opuso el Sabalero y rescató un punto que hoy por hoy sólo parece ser decorativo. ¿Cómo sostenemos este sentimiento de pertenencia? Nada, este amor desfigurado por el desconcierto es nuestro genio amor. River no entró al purgatorio el domingo. Fueron 248.700.000 dólares malgastados en jugadores zombies durantes diez años. Y es también hijo de la cruda e híper realista pobreza franciscana con que se encaró este 2009. Aquí estamos, jugando al tinenti con granadas. Aquí estamos tanteando no pisar las bombas del camposanto minado. Donde soñaron un redondel herrumbrado despedazado de hormigón. Se elevará eterna nuestra pirámide ovalada de Núñez. Allí donde nos profetizan un camposanto lleno de cruces. Se elevarán en ramas cincuenta mil brazos para clavar nuestras uñas en las tumbas de la gloria. Estuvimos alguna vez allí, claro. Sin saber jamás que es la vigilia o el sueño, la vida o la muerte. Esta pulsión llamada River. ¿Es algo que viene del infinito o de adentro de nosotros mismos?
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Aquí estamos, sin poder discriminar demasiado si este temblor que llevamos en el cuerpo es del frío de nuestros huesos, la rabia o la emoción. Con nosotros, no. No hay clase B para esta multitud. ¿Fantasma de qué? Que no haya terrores terrenales porque no hay muerte, cuando hay muerte enamorada. Sigo con mi garganta anudada, cerrada, pero no hay confusión posible: que la misma soga que hoy me asfixia es la misma con la que voy a estrangular el pánico. Este dolor en el pecho, tan parecido a la angustia es un derrame de lava volcánica en erupción. La líquida banda roja que nos quema es donde se fragua la invencible espada con que cortarle la cabeza al espanto. Que sea igual a la que usó París para matar al valiente Héctor.

Allí quedarán vencidas todas las infamias del inconciente que nos quiere plantar otro destino. Sea como fuere, River siempre estará en el Olimpo del fútbol mundial. Se olvidan que el amor es inescrutable. No podrán contra su poderosa vida. No. Los amores cobardes no llegan a amores. No se le puede ganar a la sonrisa de un país de niños que aman las pisadas de Lamela.

¡Con nosotros, no! Soy de River. El más campeón, el de casi 110 años de gloria y algunos días adversos. Acá donde la historia del fútbol dejó rastros de templo sagrado. Acá donde la tempestad querrá fisurar sus cavernosas grietas y sin embargo la masa humana se hará pared. Acá volarán papelitos como gorriones para aterrizar en pistas de colchones de letras de molde. Que nadie se detenga, ni se aparte. Que no vengan abatidos sino latidos y tambores. Allí quedarán vencidos todos los fantasmas.

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En las tumbas de la gloria, tantas veces sembradas y tantas veces gambeteadas por nuevas flores. Nuestro corazón volverá a florecer una y otra vez, infinitas veces.
Gracias a la chispa River, esa manera de darnos vida eternamente, tan explosiva e insensatamente. El que acepta su locura cree en los milagros.

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