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River, el domingo: ¡sí, juro!

Hago este juramento antes del viaje a la tierra que nos vio nacer. Lo hago antes del diario del lunes, mirándome al espejo, antes que me invada la alegría o la bronca del resultado. Decime, River, ¿en dónde hay que firmar? ¡Te juró hoy amor eterno!

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Hago este juramento antes del viaje a la tierra que nos vio nacer. Lo hago antes del diario del lunes, mirándome al espejo, antes que me invada la alegría o la bronca del resultado. Mentirosos pasajeros, al fin de este romance del túnel del tiempo, 110 años son cinco generaciones cargadas de fidelidad. Decime, River, ¿en dónde hay que firmar? ¡Te juró hoy y más que nunca, amor eterno! Y un solo deseo: estar a tu lado. Lo hago contemplando esa foto inmortal del trapo “Aunque ganes o pierdas”. Si yo, que nací en el ‘57 y tuve que esperar a ser mayor de edad para verte campeón, cómo voy a especular ahora.

Hago este juramento antes de regresar al barrio donde descansa nuestra costilla de Adán. Los huesos y las huellas de los “habitantes del Infierno”, bajo el cielo que inspiró la banda sangre sobre un ramillete de margaritas como nubes. Juro honrar esa bandera, tus mágicos colores. Si lo sabrá el Pelado Almeyda…. Te juramos nunca abandonar, como hace el León todos los domingos. El que entendió como nadie eso que significa estar “en las buenas y en las malas, mucho más”. Un símbolo del jugador-hincha.

Por eso, mi derecho al delirio de este juramento de fe, de todo el plantel. El de Juan Pablo que atajará para ser el Sumo Pontífice del arco definitivamente. Y del Loncho Ferrari que jurará jugar como aquel petiso deslumbrante de los potreros rosarinos. Igual que lo harán Ferrero con la hombría que lo caracteriza, Román con sus movimientos de puma y el uruguayo Díaz, importando su sobriedad y garra charrrúa. Se lo pedimos a los nuevitos como Acevedo y Bordagaray. A Ballón, que lo haga como si se calzara la camiseta peruana. A los juveniles como el Tucu Pereyra y Lanzini, por la gratitud a su segundo hogar.

Estamos jurando por el honor de los que plantaron raíces allí, aquellos marineros que amarraron en la Dársena Sud. Los primeros, los originarios de aquella arteria del Plata luego descuidada. A pasos de la Vuelta de Rocha, allí donde el aire y el polvo de la historia nos suelen juntar una vez por año. Allí Erik, quizá en tu último clásico, allí hay que romperla, dar todo, dejarla chiquita. Por la gloria de los que forjaron este presente de futuro europeo para vos.

Allí juramos hacer de nuestro sacrosanto campo otra vez la fiesta de River. Habitados por la alegría de los malvones rojos y blancos que cuelgan de los balcones y saludan nuestro paso, entre esas añejas banderas bordadas a mano que salen de los cofres familiares para decir que, antes que nadie, River estuvo aquí. Si, Tanque, sí Mellizo, hay que salir a comerles el hígado como lo hacía Angelito, que se dio el lujo de ganarles como jugador y técnico cuando se lo propuso.

Hay un juramento que no se puede eludir: jugar por la honra, como el Káiser, que les juró vendetta toda la vida, o como el Beto, que les dio la vuelta en la jeta. Y por la diferencia de ser River. Por la Máquina, por Walter, por Sívori, por Ermindo, por Ortega, por Gallardo, por Burgos, por Hernán, por Saviola y Aimar, por Falcao. Porque soñamos ser una universidad del deporte y no un simple club de fútbol. Porque La Boca nos quedaba chica y logramos construir un templo a la medida de esos sueños.

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Vamos caminando a La Boca y más allá de las cargadas de hoy, siempre se respira ese “no se qué” en el ambiente, el de sentirnos más hinchas de River que nunca en sus callejuelas. Porque está nuestra leyenda viva susurrando de boca en boca. Lo cuentan las comadres, los abuelos y lo saben muchos de sus nietos: hay un pedazo de River en cada baldoza de ese empedrado y de tantas chapas que guardan secretos del alma riverplatense. Vamos a desenterrar aquella caja de madera tallada a mano que decía: The River Plate.

No habrá banderas, ni bombos, ni cotillón, como alguna vez una ingeniería diabólica decidió que tampoco haya segunda bandeja. Sin embargo, estará nuestra canción. Vamos a demostrar “lo que es River en las malas”. El domingo, estaremos todos, las cinco generaciones completas. Eslabón a eslabón, para dejar lacrado y renovar mi “pacto para vivir”. River, ¡sí, juro amarte eternamente! Ningún resultado podrá cambiar este destino.

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