Ayer salí a las once de la mañana de mi casa, llevaba conmigo toda la ilusión de siempre, iba nerviosa pero feliz. Un par de horas después lo que tenía que ser una fiesta imborrable para todos los hinchas se convirtió en la peor de las pesadillas.

El primer control de la policía me dio la bienvenida con gas lacrimógeno, palazos, empujones y corridas, y eso sólo fue la ante sala a esperar cuatro horas sentada al rayo del sol especulando con que el partido se juegue o no. Una vez recibida la noticia de que estaba suspendido la despedida fue aun peor. La policía empezó a disparar balas de goma, otra vez corridas, empujones, gente cayéndose arriba de otros, nenes llorando, una película de terror.

Lo que más me llama la atención de nuestra sociedad no es la violencia, sino cómo siempre estamos poniendo el foco donde no va, como nos estamos haciendo los boludos con nosotros mismos. Ayer y hoy no paré de escuchar o leer a personas preocupadas por ‘cómo estamos quedando afuera’, con todo el respeto que me merecen, ¿qué carajo me importa Europa? Ese justamente debe ser el primer error que tenemos todos, vivir pensando en qué van a decir los demás países, en cómo vamos a quedar para los medios del exterior, en hacer las cosas mal o bien sólo por el hecho de que los de ‘afuera’ no nos vean como inadaptados.

Fijate cómo quedas con los de adentro, fijate cómo estas por dentro. Fijate cómo vas a hacer para mirar a los ojos a tu hijo y decirle que se tuvieron que ir de la cancha porque no se pudo concretar una final de fútbol. Fijate cómo quedás con el hincha de enfrente, que puede ser tu rival pero en el fondo él quiere lo mismo que vos, ver un partido de fútbol.

Somos un país que naturalizó tener que avisar que estamos vivos. Vayamos a donde vayamos, siempre estamos llamando a otro o mandándole un mensaje para avisarle que estamos bien, que ya llegamos, que estamos a salvo. Lo hacemos todos, todo el tiempo.

En los hombres quizás se reduzca más a recitales o eventos deportivos, pero las mujeres lo tenemos que hacer todo el tiempo. Si me tomo un taxi de noche tengo que avisar que llegué bien y que nadie me violó o me secuestró, si salgo a bailar lo mismo, y también si voy a un recital o a un partido de fútbol. ‘Hola ma, ya estoy en casa’, fue el primer mensaje que mandé. Tomamos como normal que en cualquier evento público que se dé en nuestro país existe la posibilidad de que salga mal, de que haya heridos o muertos. La verdad es que lo que menos me voy a andar fijando es en cómo nos ven de afuera, ya tenemos suficiente con nosotros mismos como para andar haciéndonos los despistados con los demás países.

Pongamos el foco donde tiene que ir, la vergüenza es con nosotros mismos, con el de al lado. Hoy volví a ir a la cancha, porque éste además de ser un país de inadaptados también es un país de incapaces, incapaces de tomar una sola decisión coherente para no jugar con el tiempo, la seguridad y el dinero de la gente. Entonces de nuevo todos los hinchas nos volvimos a movilizar hasta River para nuevamente ver si se jugaba el partido o no. Porque honestamente, lo que te mueve es la pasión, no hay otra razón. Todos los que me quieren ayer casi que me rogaban que no vuelva a ir hoy, que no valía la pena arriesgar la vida por un partido, que yo valgo más. Y tienen razón, sólo que ‘el corazón tiene razones que la propia razón nunca entenderá’.

Tuve la suerte de conseguir un lugar para estacionar en la calle, esas cosas que no te pasan nunca cuando vas a la cancha. Termino de acomodar mi auto y pienso ‘no, pero capaz me lo rompen todo, mejor busco una cochera’, y así como si nada, como si estuviera bien, como si fuera normal, sin hacerme demasiado problema ni cuestionar a nadie, salí a buscar un estacionamiento. Porque también tenemos naturalizada la delincuencia.

Sinceramente es indistinto quién gane la copa, y suena a frase hecha pero de verdad perdimos todos. No me interesa qué va a titular The New York Times, Marca o La Gazzetta, me preocupa más que una madre haya adornado a su hija con bengalas en el cuerpo y que hayan pateado a un animal en el piso hasta matarlo.

Me preocupa que esa gente comparta tribunas conmigo, con vos, con tu hijo. Me preocupa que en apenas unos años quiera llevar a mi sobrino a la cancha y que no sea un lugar seguro, ni para él ni para mí.

Argentina es muy de pararse a pensar un poco sólo cuando ocurren cosas extremas. Ahí salimos todos a decir qué pasó, cómo y por qué. El periodismo de turno que se la pasó titulando de manera bélica un partido de fútbol se sorprende cuando hay incidentes y sale horrorizado a decir que es bochornoso lo que pasa. Echamos culpas unos contra otros, nos preocupa qué van a decir de nosotros y en dos días, como mucho tres, ya estamos hablando de otra cosa. Ya pasó, seguimos en el mismo círculo otra vez, no cambiamos. Es más, seguramente se vuelva a repetir.

Ojalá llegue el momento en que todos podamos poner conciencia a lo que hacemos y decimos con la responsabilidad de que atrás nuestro vienen las nuevas generaciones.

Ojalá llegue el momento en el que ir a la cancha sea algo normal, el tema es qué dejamos en el camino, el tema es a costa de qué.