(Incluye video) No, que no nos mientan. Aquella fue única, despertó la emoción y el goce estético por el arte del fútbol. Tuvo la admiración y el reconocimiento de hinchas de River y extraños. No habrá ninguna igual justamente por el mismo argumento que la quieren minimizar: porque fue en un amistoso.
Pero fue tan perfecta -llegó en el momento tan exacto- que no importó la categoría del partido, sino que importó el gesto deportivo. La actuación, el actor. Francescoli, ese monstruo que nos vino a rememorar el sentido de este juego que tanto nos apasiona.
Su flexibilidad, sí pero más su heroísmo. Inapelable fallo de la posteridad. Hoy entreverado entre miles de imágenes que repasan goles de Tanzania y otras latitudes, donde se valora más la acrobacia que la fe y la épica de un jugador y su equipo. Es que esa bola, la de aquella noche de 1986 en Mar del Plata, desde que nació en los pies del centro del Beto tenía destino mitológico. Ese gol fue más que una ilusión óptica, una mentira de los sentidos.
Fue hacer posible lo imposible en un segundo. Cuando Ruggeri la bajó de cabeza, en ese bendito último estertor del partido que ya era partidazo igual. Ese instante infinito en que Enzo imaginó lo que nadie jamás se animaría: volar en el tic-tac más dramático del partido, abrir las alas como un pájaro de cristal y elevarse para suspenderse en el aire. El tiempo pareció detenerse. Los perros no ladraron, las olas no rompieron contra la escollera, la luna se detuvo a mirarnos a nosotros y no al revés. Había un tipo flaco como el Quijote que se había propuesto darle la espalda a los molinos de viento para elevarse y clavarles su lanza.
Y después, esa boca y esos brazos abiertos y sus manos de tijera buscando entrelazarse con todos. El grito de “Goooool” de todo un estadio, un país que se rendía ante el asombro. El Tolo, el Bambino y todos nosotros corriéndolo para la historia. Para que hoy, después de veintiséis años, todavía nos erice la piel.
No, que no me digan que tendría que haber sido en una final o en un partido oficial. Eso lo dejo para los mediocres. Los que comparan videos con piezas de museo. El Minella aquella noche fue el Louvre. Y la “Chilena” más hermosa del mundo ocurrió esa noche. No se aceptan falsificaciones, no “habrá ninguna igual”, Enzo. Todo lo que vimos después, salió de La Salada.
Reviví aquella obra maestra de Francescoli 26 años después:



