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Ni ángeles ni demonios

Ni ángeles ni demonios

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El estrepitoso baldazo de agua helada que nos estampó Tigre no sólo nos despertó de esa ilusión “Cenicienta” que se había cosechado en los pocos partidos dirigidos por Cappa. Es un mazazo que por suerte llegó a tiempo para darles una vuelta de tuerca a las necesarias incorporaciones de jerarquía que este plantel necesita para encarar el Apertura con ambición de campeón. Nos invitó a todos -especialmente a este redactor- a mesurar su euforia y hacer un llamado a su propia discreción. Que nadie piense que un resultado puede trocar un concepto, es más, una idea de juego y de vida en una súbita desilusión. Nada de eso, habrá que volar más bajito para ir tomando impulso nuevamente. Ni ángeles ni demonios. Para ser realistas: noches de inspiración y contagio que evocan sortilegios y noches lapidarias donde parece que el diablo metió la cola.

El problema no es de ocasión, ni de quien cuenta y recuenta. Ni tampoco volver a empezar. El problema es abonar la siembra. Y si tan elogiosos comentarios se conjugaron para creer que estábamos mejor de lo que estamos habrá que hacerse cargo de lo que a cada uno le corresponda desde su función. Una conducta que siempre esperamos de quienes llevaron a River a esta situación tan comprometida con el descenso y de la cual aquellos dirigentes nunca se dieron por enterados. Este cachetazo, humillación, monumentalazo, peor despedida, papelón histórico o como quieran adjetivarlo tiene su génesis en la ruptura de una línea histórica (Ramón Díaz-Delem).

Aguilar les respetó el contrato a todos sus entrenadores. Fueron ellos -Pellegrini, Astrada, Merlo, Passarella, Simeone y Gorosito- los que no llegaron al último de los días del vínculo. Angel Cappa llegó para oficiar de “reparador de sueños”, aquellos pasos perdidos en la “década infame”. Si no llegó Díaz y se contrató a al ex Huracán fue por un obstáculo presupuestario y no por diferencias de identidad y gustos futboleros. Sabido era que al menor traspié, ese “lirismo”-con mala prensa- podía ser carne de caranchos. Sin embargo, más allá del dolor de la caída en una noche donde se esperaba una fiesta, la gente de River reaccionó de manera inteligente. Dando su apoyo, no de manera incondicional, porque así debe ser, pero aguantando como nunca.

Las únicas incondicionalidades fructíferas son las de los principios y valores, jamás la que se les ofrendan a los hombres, falibles por naturaleza. El hincha de River se fue alentando, entregado al color de su camiseta, pero almacenando a la vez su capacidad de discriminación y análisis. Sapiente que el encantamiento y la ensoñación de “el fútbol que le gusta a la gente” recorre algunas variables que otros estilos no asumen: ser protagonista implica correr riesgos. Y si le toca uno de esos días en que la “taba” viene absolutamente torcida, “agarrate Catalina”. Diecisiete minutos, dos pelotas paradas, dos goles. Un tiro desde Victoria de San Román y el cuatro de Tigre que le hizo honor a su santo apellido. ¿El resto vale la pena comentarlo? River intentó ser fiel a su propuesta pero los actores olvidaron la letra del guión. Para mi gusto demasiada imprecisión, que fue in crescendo como una bola de nieve, a partir de la contundencia de un 0-5 de nocaut, imposible de digerir ni de revertir, ni siquiera con la entrada de Bounanotte y Rojas, casi inexistentes también.

Es cierto, cuesta ponerle palabras a lo vivido este “sábado de fiebre por la noche”. Había tanta alegría instalada en la previa y tanta gratitud guardada para decirle “adiós al maestro” de Merlo, el Muñeco Gallardo. La fiesta que no fue o sí, porque hubo una toma de conciencia en simultáneo con una multitud delirante. Que evitó la puteada gratuita, salvo algunos murmullos irónicos contra Vega, que no aportan. Sin embargo si de algo estoy convencido es que no nos va a derrotar ninguna temprana “desilusión”. “Como monedas tintineó su tema la desilusión, como bocas rojas y grandes mamas flojas, la desilusión” (Silvio Rodriguez). Anduvo coqueteando con los agoreros que vislumbran el abismo, o el diamante convertido en carbón. Sin embargo, a los que elegimos ser fugitivos del exitismo, los que nos bancamos 17 años y pico sin ver a River campeón y llenamos todas las canchas, a los que entendemos que la cancha es catarsis.

Es vida, muerte y resurrección desde lo simbólico, que siempre hay revancha, que no hay superhéroes, ni ángeles ni demonios, que a veces les pedimos que se calcen un traje de semidioses y se nos pierde de vista aquello que tienen de humanos, cuando entramos en el pandemónium de la urgencia. Sólo tengo para decirles que más de uno sabe donde se esconde verdaderamente “el huevo de la serpiente”, cuando “aparentamos ser lo que no somos” y equivocamos el rumbo.

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Que el futuro llega, lento, pero llega. Buscando los espacios, los huecos, el engaño en la cancha y volviendo a las raíces y los jugadores hechos que se adaptan a esta estirpe. Y que algún día verás River, que me voy a morir “amándote”. Sin pedir nada a cambio, todo por un cacho de sol y la foto amarillenta del potrero que todos llevamos en el alma. ¿Dirán que la locura pasó de moda? Sin embargo, más de 50.000 almas resistimos a puro aliento, cuando nos chocaron la ilusión supersport. Igual seguimos siendo “los locos que inventamos el amor”, con la banda inscripta en nuestra piel, insuflando nuestros glóbulos blancos y rojos, para que quede claro que “somos distintos” porque elegimos una manera distinta de gozar del fútbol, que va más allá de los resultados. No me arrepiento de este amor.

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