No vengo acá a menospreciar el dolor que nos significó perdernos la quinta Libertadores, que estaba al alcance de la mano. Tampoco vengo a hablar de "derrota digna", ni a mirar para el otro lado. Si algo nos enseñó el multicampeón Gallardo en estos 5 años, y el fútbol desde que tengo uso de razón, es que a los golpes hay que ponerle la cara el pecho. Que a la bronca hay que masticarla y digerirla el tiempo que sea necesario hasta procesarla.

 

Hoy vengo a inflar el pecho de orgullo, una vez más, por pertenecer a este club inigualable. Por los que viajaron más de 80 horas en un micro semicama a la ida y ahora lo están haciendo a la vuelta, y con lágrimas en los ojos aplaudieron de pie al equipo cuando terminó el partido. Por el resto de los hinchas que viajaron y que dejaron hasta la última cuerda vocal en las tribunas. Porque no fue un apoyo ciego e infundamentado. Fue la devolución genuina a toda la entrega y el fútbol que demostraron no sólo a lo largo de una final que merecieron ganar con creces, sino al esfuerzo de todo el semestre y a lo hermoso que fue el camino transitado hasta enfrentar a Flamengo.

Y también lo inflo por el plantel y el cuerpo técnico, que jamás se sacaron la medalla de plata del pecho y alzaron la frente mientras los brasileros levantaban esa copa con la sonrisa más gigantes de sus vidas. Y por la entereza de dos grandes líderes como Enzo y Pinola para no buscar excusas baratas y poner la cara en los micrófonos para explicar el traspié, y la de Ponzio consolando a sus compañeros que lloraban sin descanso como si fuera un padre.

Y también lo inflo por los miles que nos autoconvocamos en menos de 6 horas y fuimos a decirles gracias al Monumental en el regreso, y a hacerles entender en primera persona que cinco minutos de desgracias futbolísticas no iban a empañar cinco años que contemplan las alegrías más hermosas de nuestras vidas. Y también renace aire desde adentro por los millones que hubiesen querido estar en Lima o en River y no pudieron, pero que hicieron llegar su buena energía a la distancia desde todas partes del país y del mundo.

Somos distintos. Somos diferentes. De este lado no vas a encontrar un entrenador soberbio que declare que no recibió una medalla porque no sabía que los segundos también la debían llevar, ni un grupo de jugadores que salen a burlarse un día después en los micrófonos por la derrota de un equipo que los había eliminado hace un mes por quinta vez en la misma cantidad de años. Mostrando la hilacha, y lo reducidos que quedaron a la nada misma por culpa de Gallardo y su pandilla.

 

"El mejor antídoto para una gran victoria es una derrota, para bañarte de humildad y aprender de los errores", dijo alguna vez el Muñeco. Y ése es el líder que quiero tener en mi vereda. El dolor por esos dos goles de Flamengo en algún momento pasará. Pero el orgullo y el sentido de pertenencia que tenemos por este equipo será indeleble. Gracias eternas.