Es verdad: empatar es mejor que perder. Pero empatar con Banfield de local, cuando era acaso la última posibilidad de intentar pelear el campeonato, no parece muy distinto a perder. Al menos para mí. Y sospecho que para casi todo el mundo. Casi: Alario hizo el gol a tres minutos del final del partido y salió a gritarlo al banderín del corner y se sumó uno y se sumó otro y otro y otro más. Como si fuera el empate que te clasifica a jugar una Copa Intergaláctica, sólo que en este caso fue un empate que sirvió para perder 1 a 1. El festejo habrá durado unos seis segundos que fueron eternos, insoportables como la levedad del ser. Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Y fueron seis segundos y no más únicamente porque para Vangioni también era desesperante la imagen y se corrió media cancha para agarrarlos a todos de las orejas y ayudar a que el rival sacara del medio más pronto que tarde. Qué festejan, qué. Es lo que se preguntó, en vano y a los gritos, Gallardo desde el banco. Y no habrá encontrado la respuesta: la verdad, no se entiende qué carajo celebraban, si la llegada de Obama a Cuba, si el anuncio de que Andy Kusnetzoff va a ser padre o que el dólar bajó un puchito de centavos. Lo preocupante es que lo más seguro es que hayan festejado el empate, nomás. Y eso da un par de pautas bastante complicadas. La primera, obvia, es que muchos jugadores evidentemente no jugaron pensando que era una final, que había que ganar sí o sí. Acaso ni siquiera lo sabían, o sólo no les importaba. La segunda, algo más cruda: hay muchos jugadores que no saben dónde están jugando, en qué club, qué responsabilidades tienen. “No nos podemos conformar con lo que ganamos”, dijo Gallardo molesto después del partido y es lo que venimos diciendo desde este espacio. Hay muchos jugadores que parecen en estado de confort por lo que se ganó en este tiempo, pero lo más grave de todo es que esos jugadores son, irónicamente, los que no ganaron nada o si lo hicieron sólo se los recordará por una foto. Los Mercado, Barovero, Maidana, Vangioni, Ponzio son los que más hambre tienen. Obvio, pienso ahora: por algo, evidentemente, ganaron lo que ganaron.

Y el Muñeco está en un laberinto. La frustración se le nota en la mirada y parece evidente: no logra cambiarles la mentalidad a esos jugadores en los que él mismo confió, los que él mismo llevó a River. ¿Cuál es la solución? Tal vez la más simple sea cambiarle el nombre al torneo local por otro que motive un poco más, tipo Copa Libertadores o algo así. Pero paradójicamente, lo más triste, es que el campeonato doméstico es también la Copa Libertadores y muchos jugadores no se dieron cuenta. Están jugando la Libertadores dos dieciséis pero, a la vez, están jugando una especie de fase preliminar de la Libertadores dos diecisiete. Tal vez ya sea demasiado tarde, pero entiéndanlo, de una vez. Como lo entiende Vangioni y como lo entiende Gallardo, que de todas maneras debe entender otras cuestiones de fondo: amén de las lesiones focalizadas en la defensa, de ese dinosaurio que le hizo fondo blanco al Océano Atlántico y después se puso a mear encima nuestro, insistir con Ponzio de central como variante parece una necedad: no hay tiempo para experimentos y menos con un calendario así de apretado. ¿El resultado? Casi afuera de la próxima Copa. No hay tiempo para intentar jugar a algo que evidentemente no va a funcionar, sobre todo cuando en el medio el tipo volvió a las fuentes y estuvo a un puñado de segundos de lograr en la altura de La Paz algo que no consigue ningún club argentino desde hace cuarenta y seis años. Está clarísimo que no es lo que le gusta a él, y tampoco es tan vistoso para el hincha medio, pero es como ganó la Copa el año pasado y como la estructura se ve más cómoda y razonable en este barullo, una especie de sinceramiento: somos esto, sin un solo jugador de contención que intente arreglar todo lo que no hacen tantos, tantísimos jugadores, que son supuestamente desequilibrantes y que lo único que hacen es justamente desequilibrar a su propio equipo, que no piensan, que juegan de muchas cosas y entonces no juegan de nada. Y no hace falta puntualizar, sobre todo porque son tantos que alguno tal vez quede injustamente fuera de la lista. El que no está en esa nómina de grises se llama D’Alessandro: todos sabemos de qué juega y cómo puede hacerlo, y de a poco lo está empezando a mostrar. Necesitamos de vos, Andrés.

+ LOS GOLES DEL EMPATE: Alario apareció para salvar la tarde

+ LOS PUNTAJES: El jugador x jugador vs. Banfield

+ LOS PENALES: El talón de Aquiles para River

+ UNA ESTADÍSTICA QUE SORPRENDE: Cuando el Pipa la mete, River no pierde