Iván Alonso rescindió su contrato con River y puso fin a un ciclo de un año y medio con La Banda que dejará en todos un imborrable recuerdo. Desde los prejuicios por su edad a esos inolvidables minutos en la final de la Copa Argentina.

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No tengo la suerte de conocerlo, pero a fin de cuentas tampoco es necesario para afirmar con total certeza lo siguiente: Iván Alonso es un tipazo. Se nota. Lo dicen sus compañeros, sus excompañeros, los hinchas de los clubes por los que pasó, sus entrenadores. Todo el mundo lo sabe. Un profesional con todas las letras, que en la etapa final de su carrera aceptó el enorme desafío de llegar a River cuando podría haberse quedado disfrutando de su idolatría en Nacional. Un jugador que quiso venir por la gloria, para demostrar que todavía tenía mucho para dar. Y vaya que lo demostró…

El mundo River lo miró de reojo cuando llegó, allá por febrero de 2016. Uno siempre confía en el ojo de Gallardo y si el Muñeco lo había pedido expresamente, alguna razón debía tener. Pero en cierto modo era lógico dudar de un jugador de 36 años, a punto de cumplir los 37. Poco a poco, con perfil bajo, fue revirtiendo los prejuicios.

Su primer gol llegó en su segundo partido con la especialidad de la casa: un cabezazo a contrapierna en una derrota por 3 a 2 contra Belgrano. Volvió a gritar en el debut por Copa ante Trujillanos en Valera y frente al Sao Paulo en el Morumbí. También lo hizo contra Sarmiento en un 2 a 2 de una tarde lluviosa en el Monumental. Tuvo sus chances en lo que posiblemente haya sido el semestre más flojo del Muñeco desde que es DT de River. La más importante, el 4 de mayo, cuando fue titular dejando a Alario en el banco ante Independiente del Valle. La rompió toda aquella noche bajando centros y peleando contra los centrales, pero el arquero Azcona se disfrazó de superhéroe. Días después, anotó su último tanto por liga local en el triunfo por 1 a 0 sobre Gimnasia.

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La explosión de Driussi lo llevó a competir con Larrondo por el primer lugar como delantero entre los suplentes. Jugó poco a lo largo del segundo semestre de 2016 mientras el equipo apostaba todas sus fichas a la Copa Argentina. Sin continuidad, ingresando para los minutos finales y muchas veces con River en desventaja en el marcador, se le hizo cuesta arriba.

Pero aquí está lo más destacable de Iván: nunca bajó los brazos. Lo fácil que hubiera sido decir “gracias por todo, muchachos, hasta acá llegué”. Siguió remando, sabiendo, intuyendo que alguna le iba a quedar. Y la tuvo. En el partido más importante del semestre, el que definía el futuro de River, entró y cambió la historia. Primero le sirvió una pelota a Alario para el 3 a 3. Luego fue el Pipa el que se la bajó a él para que con un toque suave y algo de suerte gritara el cuarto y un nuevo título para el Millo. Todo el esfuerzo de un año tuvo su recompensa en aquellos 15 minutos en Córdoba.

Su 2017 no fue el soñado ni mucho menos. Tan sólo disputó un partido desde el inicio y no marcó goles. Pasó a ser la cuarta o quinta opción del Muñeco en ataque y el adiós se veía venir. Iván se convenció de que ya no iba a ser importante y de común acuerdo con el club, se despidió.

Queda para siempre su compromiso y su entrega. Desde aquí no queda más para decir que un enorme ¡Gracias, Iván!

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