Fotos Monumentales: penales

Desde que tengo uso de razón pasamos por varios penales dignos de recordar. De los buenos y de los malos. El del Muñeco en la Bombonera, el del Enzo el día que volvió contra Nacional, el del Mono Burgos en la final de la Copa...

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Desde que tengo uso de razón pasamos por varios penales dignos de recordar. De los buenos y de los malos. El del Muñeco en la Bombonera, el del Enzo el día que volvió contra Nacional, el del Mono Burgos en la final de la Copa, el del Chori en Santa Fe, uno por Supercopa o no me acuerdo qué competencia, que se lo atajaron a Ramón pero que el Cuqui Silvani lo metió de cabeza… Hasta el de Zeoli aquella tarde contra San Lorenzo, o el de Chichizola a Racing. No se, hay muchos.

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Igual, sin dudas, si tengo que quedarme con dos que me marcaron, que nos marcaron a todos los riverplatenses en realidad, no dudo en elegir el de Barovero a Gigliotti ,y el gol de Carlitos Sánchez en el partido previo al gas pimienta. Por todo lo que significaron para este presente de River, y porque los viví desde adentro, bien cerca, al borde del campo de juego.

A la hora de cubrir los partidos de River, trato de dejar el hincha de lado. Al menos por un rato. Cuando metemos un gol primero me preocupo por sacar la foto, tener el festejo perfecto, y luego, cuando los jugadores están yendo hacia la mitad de la cancha, recién ahí lo festejo. En silencio, apretando el puño, o un “vamos” para mis adentros. Estos fueron distintos, era imposible ser tan profesional.

Penal para ellos. No iban ni dos minutos y parecía que el sueño de la Sudamericana se iba al carajo. Como siempre cubro el ataque de River, a la jugada la vi a cien metros. Me quedé atornillado al banquito que nos dan a los fotógrafos. Me puse las manos en la cara, no lo podía creer. “No puede ser”, pensaba, “esperamos diez años para este partido y pasa esto”. Bajé la cámara y me quedé mirando al cielo, pero como el penal se demoraba me dio tiempo. Tiempo de pensar, de creer que ese arquero larguirucho nos podía dar una alegría. Y de tenerle fe, también. Cómo me voy a quedar acá, tan lejos. Me paré de golpe, y salí corriendo por la pista de atletismo del lado de la Belgrano. Me acomodé a la altura del área grande, en cuclillas, y esperé con el ojo en la cámara. Me temblaba todo, como al jugador de ellos mas o menos. El tipo patea y… ¡Barovero, Barovero, Barovero! Saqué la foto de la atajada y no pude continuar. Me incorporé con los puños apretados y una alegría que no me entraba en el cuerpo. Volví caminando por el mismo lugar que había corrido un minuto antes, muy lento. Mirando a las tribunas, sonriendo, sabiendo que estábamos más cerca de volver a ganar una Copa.

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Mismo arco. Penal para nosotros. Teo, Cave y Sánchez se pelean por la pelota. Lo va a patear el uruguayo. Se termina el partido y es clave para el sueño de la copa. Qué ellos son el mejor equipo del torneo, que ganaron los seis partidos, que bla bla bla. Hay que meterlo y después vemos. Me pasó otras veces de fotografiar un penal que patea River y la sensación es rara, porque estoy encuadrando al jugador que patea pero no veo el arco. Entonces demoro uno o dos segundos en saber si fue gol o no. Si la pelota entró, el estadio explota y al toque me doy cuenta, y sigo al tipo en el festejo. Pero cuando no entra, y me pasó varias veces, tardo un ratito en darme cuenta de lo que pasó. Y es un momento eterno, como que no querés levantar el ojo del a cámara para no enterarte de lo inevitable. Y acá vuelvo a lo de antes, que no me pude comportar de una manera muy profesional. En este penal no quería tener esa incertidumbre. No, no podía soportarlo. Lo decidí un rato antes que pateara, incluso. Me agaché como siempre al borde del área grande, bajé la cámara, y me dispuse a mirar. Nervioso, también, muy, pero concentrado en Sánchez, en los movimientos de Orión, en el arco. ¡Goooool! ¡Gooool carajo! Como el año anterior también agité el puño y lo grité bajito. Tuve tiempo de levantar la cámara y agarrar el festejo de Sánchez que se vino corriendo para mi lado. Me gusta la foto, el arquero yéndola a buscar adentro, y el uruguayo feliz. Feliz como nosotros, que ya sabíamos que Japón estaba más cerca.

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