Diez de Marzo de 1991. River juega contra Talleres, en el Monumental, por la tercera fecha del Torneo Clausura. Me acuerdo como si fuera hoy del momento en que salí por primera vez a la cancha. Bueno, a la tribuna. Belgrano Baja. No lo podía creer. Con mis ojos de niño de diez años recién cumplidos, el estadio me pareció imponente. Mucho más de lo que ya es. Gigante. Como un edificio de cien pisos, o más. Era muy diferente a verlo por la tele. Mis recuerdos de ese día son difusos. La imagen que más recuerdo es a la Bruja Berti gritando sus dos goles, sobre todo el segundo que fue de penal. Los pelos largos, al viento, corriendo hacia el córner de la Belgrano y la Almirante Brown. Nunca pude volver a ver los goles o alguna foto. Parece ser un partido que quedó perdido en el tiempo. No hay registros que pueda encontrar.

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Estaba nublado y no había mucha gente, por lo que con mi viejo respetamos las ubicaciones de la entrada, que en esa época para las plateas se dividían en dos: la entrada en sí misma, y un talonario de cartón donde decía la ubicación. Todavía los guardo. Fue la primera vez de tantas. De campeonatos, de Supercopa, de Libertadores, años deambulando por diferentes sectores del Monumental, pero como si fuera cosa del destino, a la Belgrano Baja no volví a ir.

Todavía tengo muy presente ese día, esa cosa en la piel de sentir algo que no había vivido nunca, y que nunca más se iba a volver a repetir por más que fuera trescientas veces al Monumental. Siempre es lindo, siempre es una sensación que no se compara con ir a otra cancha, pero como esa primera vez, no hay.

O sí.

En mi infancia siempre iba a un dentista que me contaba que tenía un amigo de su padre que estaba en la dirigencia, y que cada tanto lo hacía entrar al borde del campo de juego para ver los partidos desde ahí. Era mi sueño de niño, lo pensaba todas las noches antes de irme a dormir mientras miraba los pósters que tenía colgados en la habitación. Qué lindo debería ser ver un partido desde adentro. De hecho, me metí a estudiar periodismo para tener alguna posibilidad, pero con el tiempo me enamoré del cine y la fotografía, abandoné la carrera y el sueño quedó truncado. O no.

Diecinueve años, un mes y veinte días después de aquella primera vez en el Monumental me tocó vivir algo similar. Distinto en realidad, pero que me quedaría grabado en la memoria como aquella primera vez. Incluso cuando ya me había olvidado de ese sueño, cuando ya me sentía cómodo en la tribuna y sabía que nunca iba a pasar eso, de ver un partido “desde adentro”. Pero pasó.

Treinta de abril de 2010 fue la fecha de mi primer partido al borde del campo de juego. Un pésimo River de Ángel Cappa contra Vélez, un partido de los tantos de ese equipo que hubieran quedado en el olvido de no ser porque estuve ahí, adentro, pegado a los carteles.

Todavía no tenía ni la experiencia, ni la cámara o los lentes que tengo hoy, por lo cual mi desempeño fue bastante pobre. Sobre todo porque era de noche y sin el equipo adecuado es imposible que una foto te quedara bien. Pero no me importó. Veía a la gente en la tribuna moviéndose sin parar, a esa masa uniforme que salta sobre el cemento una y otra vez. Increíble.

Guardo dos fotos de ese día. La primera es una del Burrito escondido detrás de un poste, que como no estaba corriendo la pude sacar sin que me saliera movida. Es una foto que me gusta mucho, pero es de las pocas que me quedó bien. La segunda es una de Fernando, mi compañero de Sívori Baja y a quien le dediqué la primera de tantísimas fotos que hice de hinchas en la tribuna a lo largo de todos estos años.

Hoy me parece normal, ya lo viví cientos de veces, pero como también me pasó aquella primera vez que fui como hincha, nunca habrá otra igual. Estuve en los peores momentos, y también en la consagración del campeonato, de la Sudamericana, las dos veces en seis meses a los bosteros, la Recopa, la Libertadores. Pero lo que sentí en ese encuentro contra Vélez, en ese olvidado por la mayoría partido contra Vélez, estoy seguro que nunca más lo voy a volver a vivir.

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