Y 20 padrenuestros, también. Cuando cualquier mortal hubiera dado por perdida esa bocha ante el “gigante” Hilario Navarro, apareció toda su honesta bestialidad y definió el clásico por presencia física y esa tozudez, que hizo achicar al hasta ese momento imbatible arquero rojo.
Y se hizo justicia, al final. Aunque yo feliz me cargara las 30 oraciones, que bien merecida las tengo, porque cuando el gol no venía volví a agarrármelas con el segundo guerrero más noble. Y es que uno siempre les pide más a los goleadores. Volví a sentir el fantasma del Llanero Solitario enceguecido –hablo del goleador- que por momentos no solo no definió tres clarísimas, sino que entró en la tónica de su Deportivo Pavone. Cuando el partido era claramente manejado por un River tácticamente impecable.
Sin embargo, el fútbol tiene estas cosas. Cuando ya todos entraron en la patriada de los cinco finales, cuando todo era a la “carga barraca” y el partido una ruleta rusa. Con el tanque empecinado, Almeyda como el indio Toro, agarrando la lanza, y Buonanotte que quiere demostrar todo en ese ratito que juega y se olvida del equipo. Viene ese final milagroso. Como si el Oscar que se disputaba en Hollywood buscara un final de película acorde a la estatuilla, ante tanta mediocridad fílmica. Y llegó ese final cinematográfico. El hombre de la figura musculosa que corajeó como un toro por la izquierda, cuando el partido se moría.
Se le llevó medio de chiripa y de guapo, pero con una fe que mueve montañas. Hilario salió débil –medio temeroso-. Un embrollo y la pelotita que le rebotó en su gruesa humanidad y se posó mansa en la línea del gol, lista para empujarla. ¡Gol a lo Pavone! Cuando peor se estaba jugando, aparece este Pavone milagroso. Como para estirar mucho más el último domingo de febrero. Como para que los pibes de River hoy inicien las clases con el pecho erguido. ¿River puntero, papá? Si, chicos disfruten… Como para taparme la boca.
Pero por sobre todas las cosas hay que decir que el “Bondi” va. Otra vez la figura, fue “el equipo”. River ganó con corazón lo que mereció por mejor juego colectivo. Se lo vio sólido, bien parado. Está creciendo partido a partido. El conductor paró el entrenamiento en la semana. Se plantó y enseñó el libreto, qué ruta tomar. Los pasajeros, muchos jóvenes, se sienten cada día más confiados.
Están liderados por su cacique Almeyda, un figura positiva que contagia. Todos parecen estar haciendo un curso acelerado de orden táctico y equilibrio. Sin descompensarse, haciendo ancha la cancha, triangulando por la izquierda como salida. Díaz (gran figura), Lamela y Lanzini parecieron veteranos. La exquisitez lujosa del primero. El mapamundi de Manu que ve todo. Se asociaron, se buscaron y se encontraron. Solo les faltó el broche de oro del gol que no se dio en esas infinitas situaciones desperdiciadas. Se jugaba un clásico de 6 puntos. Otra final. Y dijeron presente con una solvencia y soltura poco comunes para dos juveniles.
Párrafo aparte para las burradas del línea que marcaba el ataque de River en la primera etapa. Marcó dos off-sides inexistentes. En el segundo impidió lo que hubiera sido un golazo a lo Barca o el Arsenal de Inglaterra. Seis o siete toques para que Díaz habilite legítimamente a Ferrari (otra vez llegando a posición de gol) y éste le hizo un pase a la red.
El bondi, baratito, avanza a paso lento y seguro. Crece la confianza en Chichizola, que también apareció en el momento justo. Es para tomarlo con cautela, pero desde lo táctico se ve una superación que empieza a despertar esperanzas. Después, la anécdota personal. A rezar 10 padrenuestros, mínimo.
Disculpe el señor Dios, me pagó así después de blasfemar contra Pavone todo el partido. Una lección. No endulza mi paladar pero nadie le pueda negar su entrega, ese credo en el esfuerzo. Faltó que el tanque me señale con el dedo… ¡Bien, River! Hay equipo y hay futuro. Y si encima -como estoy escuchando- a mediados de año viene Aimar, que agranden la cancha por favor. Hay que bajar las plateas hasta el césped. ¡Oooh, vamos River Plate! Me voy a seguir rezando, bien merecido lo tengo.
Imangen: La Página Millonaria



