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El viejo y el joven Frankenstein

El viejo y el joven Frankenstein

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(Por Pablo Desimone) River es la metáfora perfecta de Frankenstein. Revisando archivos no sería temerario afirmar que River duerme con su enemigo hace más de una década. Y en su sueño aparece esta pesadilla, también conocido como el “moderno Prometeo”. La novela gótica de Marie Shelley que explora temas como la moral científica, la destrucción de la vida y la audacia de la humanidad en relación con lo espiritual. Un humanoide creado como alegoría de la perversión de la mente de un supuesto supremo saber. El científico Andrew Crowsse busca la vida a partir de la materia inanimada, de cadáveres putrefactos y electro-shocks. Todo armado para el terror. Su ambición lo lleva al límite de la irracionalidad y la corrupción. A diferencia del mito de Prometeo que pretende esculpir la humanidad desde la arcilla y es castigado por los propios dioses, “el monstruo” tiene que ser destruido por su creador, antes de que destruya todo lo que queda en pie.

Una tarea que Passarella encaró tarde, pero que deberá atender de manera urgente antes de que se lo fagocite, si es que esto en parte no ocurrió. “Frankie” estaba vivo y se lo ignoró. No se lo vio. O no lo quiso ver. Sólo hubo que repetir conductas. Entre errores propios y ajenos, circuló la omnipotencia y ese halo de misterio de lo desconocido y nunca investigado para que se devorara todo, porque si algo faltaba era mandarnos a la B. Almeyda bien pudo ser Prometeo y no le alcanzó, pudo más ese duende maléfico que como una nube tóxica se escapó de la Caja de Pandora, que nunca se quiso abrir. Es hora de matar al muerto de verdad. Habrá que acudir a los Cazafantasmas, en el peor de los casos.

El trauma del descenso cayó como una granada sobre nuestras cabezas y desgarró nuestros corazones en mil pedazos, como si la mano del monstruo hubiera perforado nuestras entrañas. Quien escribe apenas si pudo agarrar la máquina nuevamente e intentar pegar una línea amorosa entre tanta sordidez culpabilizadora. Uno sabe que hay que volver a empezar. ¿Se trata de unir lo inasible? Ese conjunto de sensaciones amargas que no nos abandonan con algunas más compasivas. En mi caso particular: ¡quiero que se sepa todo! No se puede seguir encerrado en esta pesadilla circular. Admito formar parte de una mayoría de idealistas. Nunca nada será tan puro y transparente, menos en política. Pero desde los negociados de Santilli y el Racing de Matra, pasando por Traversone, más todas las carpas que se armaron con “el pibe de Villa Urquiza”. Poco y nada ha cambiado.

Ahí andamos todavía mutilados. Sin terminar de creer que lo que sucedió es cierto. Arremangados de nuevo. De cuclillas -literalmente entre los escombros- juntando nuestros pedacitos de gloria. Pegándolos como podemos a nuestra conciencia. A nuestros muros periodísticos. A ese instinto de vida que toda vida nos queda y del que arañamos su carne. Esa que nos va a salvar. Incluso cuando todavía nos cueste respirar, ir podando los brotes de melancolía, acompañarnos para iniciar la reconstrucción. Allí estamos juntando también las esquirlas del “monstruo” que explotó e implosionó al hincha de River, cuando ingenuamente lo creímos extinguido.

Ahí estaban la lengua diabólica de Aguilar, la mente maquiavélica de Israel, la piel de Judas de las intrigas palaciegas, el cabello rapado de los “sansones del tablón”, los ojos que no ven de parte la corporación mediática, los colmillos de Grondona, la cara zurcida de Pezzotta. Frankenstein estaba vivo e iba a volver si los resultados no aparecían. Volvió con todo. Está feliz. En su naturaleza. Esa oscuridad donde reside igual que el escorpión. Era tan fuerte y tan invisible a la vez, tan conspirativo, de adentro y de afuera. Tan “obvio” que lo perdimos de vista. Nos cegó la pasión. Y perdimos de vista los negocios que nos fueron desangrando. Ya no hay pibes en el semillero de “los grandes”. A los mejores de la década pasada se los llevaron de muy chicos y los nuevitos van a Lanús, Vélez, Banfield, Estudiantes, los clubes modelos. Por austeridad, regreso a las fuentes y honestidad.

De todos modos con River se les fue la mano. Rascaron la lata hasta sus cimientos. El terror de la “caída de un grande” es enloquecedor -dice Tomas Abraham-. Lo de River es forma parte de una “metafísica del absurdo”. Nada justifica tanto dolor. Es una cagada para el fútbol mundial. La primera palabra de un argentino es “gol” y la segunda “yo no fui”. Ni siquiera se puede comparar con lo de la Juve, el Milan o el Corinthians. El respeto de la comunidad futbolera en general ha sido conmovedor. La gente entendió que no daba para la “gastada”, por lo menos todavía no. Ya habrá tiempo para ello. Hoy, nada es más importante que la tragedia de River. Importa hasta políticamente. Nada sucede porque sí. El mundo gira todavía alrededor de ciertos principios de acción y reacción, pero rápidamente deberá de salir del lugar de víctima. Ya… ¡Hay que despertar!

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River vivió su 2001. El post- modernismo ha traído aparejada entre otros males la “guerras de pobres contra pobres”, la pérdida de cultura del trabajo, el individualismo, el aislamiento y la angustia existencial. Se ha perdido calidad de vida, de placer, de goce. Se ha abierto un campo orégano para los negocios fáciles y la industria del “espectáculo del fútbol” se ha convertido en uno de los cinco más redituables del mundo. Le han crecido tantos brazos a “Frankie” que se parece más a un pulpo que a un zombie.

Demasiadas expectativas puestas en “una camiseta de fútbol”. Y todo está puesto en términos de ganar o perder. Un darwinismo evolutivo, que hace de cada otro un enemigo. Todo lejos, muy lejos de un juego sin trampas. El monstruo olió la sangre y con una pequeña descarga eléctrica tendida por algún “plomo pago” de algún recital. Resucitó para matar y morir. Aún así, manipulado, sin corazón, alguno de sus brazos políticos suele querer tener vida propia. No siempre se bancan ser una criatura que tenga como fin último el poder antes que el bien común. Es toda una disquisición existencial.

El contramodelo del mito aquí descripto es aquella maravillosa película de Mel Brooks: El Joven Frankenstein. El antihéroe al que lo salvó el amor. Una indispensable condición para volver a empezar El mito siempre enseña. River enfrenta la madre de todas las batallas como la narrada en la Ilíada. Los griegos la ganaron gracias a la inteligencia de Ulises más que por la cólera de Aquiles. Y si de atravesar odiseas y matar monstruos se trata, habrá que obrar con mucha astucia. ¡Manos a la obra! Claro, también, archivo en mano River.

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