El loco

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Imaginemos por un segundo el desamparo de cerrar el año sin Gallardo, decretar el final de un ciclo después del golpe al mentón, esa piña de Godzilla con anabólicos, que fue la eliminación de la Copa Libertadores. No hubiera sido justo rematar estos años no menos intensos que felices con ese vacío insoportable. Con esa sensación de orfandad que inevitablemente tendremos todos en algún momento: de la muerte y de Gallardo dirigiendo en Europa no nos vamos a salvar; son dos atentados inexorables de la naturaleza. Por suerte los vamos a evitar un tiempo más.

El alivio que me provocó el anuncio de Gallardo me hizo pensar en lo frágil que es la vida de River. Es un poco peligroso, creo, que dependamos tanto de un solo tipo, al punto de creer -y de tener muchísimas razones para hacerlo- que sin Gallardo todo se puede derrumbar en medio segundo. ¿Sabrá Gallardo lo decisivo que es para la estabilidad de un club tan grande y, por tanto, el humor de millones de personas? Aunque nunca lo vaya a decir, yo creo que sí lo sabe, y no entiendo muy bien cómo hace para vivir con eso, con el traje de Batman asfixiándolo veinticuatro por siete. Además

de su indiscutible raigambre riverplatense, tal vez la explicación simplemente sea que está loco (el eufemismo que usa habitualmente él es que es un apasionado) y por eso parece no sufrir como el mártir que en realidad es al bancarse el día a día de un fútbol argentino que es un mamarracho, con dirigentes al mando que -vistos con los ojos entrecerrados- no pasan un filtro ético, con gente que busca herirlo donde más le duele por mera afición, con periodistas que lo involucran en todo tipo de teorías conspirativas, que lo tratan de llorón si en medio de su necesaria autocrítica también se le ocurre mencionar el bochorno injustificable que fue el arbitraje durante toda la serie frente a Lanús. Gallardo incluso soporta estoico errores no forzados, algunos más graves que otros, de los humanos que lo rodean, en los que se supone que debería descansar de vez en cuando. ¿Cómo hace? Insisto: creo que está loco. Ésa es nuestra esperanza: su locura. ¿Y él no se equivoca? Claro que sí se equivoca: cómo no lo haría cuando debe tomar un millón de decisiones por día, decisiones que a medida que pasa el tiempo comprenden cada vez mayor dificultad y son cada vez más finas. Personalmente, tengo la sensación de que hoy River tiene un plantel asimétrico, descompensado. En muchos casos por lesiones, en otros por ventas imprevistas (que, creo, debieron ser previstas), en otros por suspensiones inéditas que ya conocemos, y en otros tantos por apuestas que no resultaron y que ya no parece que vayan a resultar. Claro que hay errores. Pero afortunadamente Gallardo los sabe leer. Afortunadamente se queda. Y nos da esa seguridad de que va a seguir reinventando equipos que se sostengan con la guardia alta, como a él le gusta decir, más allá de lo excepcional que fue ese engendro de segundo tiempo ante Lanús. Que pueden ganar o no, pero que a la larga en general van a pelear hasta el final lo que se propongan pelear. Que nunca van a morir de muerte natural: los van a tener que matar.

Me da la sensación de que Gallardo sabe que de alguna manera está solo en esto; acompañado de fieles escuderos, eso sí, que van a intentar hacer su tarea lo mejor posible, pero que nunca van a meterse en su cabeza ni van a dejar de mirar sólo lo que tienen inmediatamente delante de sus ojos.

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La última vez que pude tener una charla larga con él, me dijo que está convencido de que el técnico que lo reemplace (ahora pienso que, llegado el caso, no estaría mal que lo sugiriera él mismo) la va a tener fácil, que habrá que poner piloto automático, que quiere dejarle todo armado. Y con todo no se refería a un buen equipo de fútbol sino a una lógica, a una mecánica que una vez que él se vaya siga en loop y en la que cualquier entrenador se pueda acomodar con el librito del color que le plazca. Ése es su desafío más ambicioso. Por eso se queda: porque está loco, porque está enamorado, porque quiere que su obra perdure en el tiempo y que no quede estacada en la cronología como un puñado de hitos, de grandes gestas deportivas exhibidas en un museo. Gallardo no sólo quiere construir sino también establecer una manera de construir. Generar un movimiento, una palabra que termine en ismo, una escuela, un legado. Una identidad. Por eso se involucra en áreas que exceden al cargo de cualquier entrenador de fútbol. Por eso lo hará, más aún, a partir de ahora. Por eso además de llevar adelante un grupo de profesionales adultos de una paleta de personalidades bien amplia, de ser estratega y psicólogo, de ser ingeniero agrónomo, también es arquitecto y formador. Y diagrama infraestructura en el campo de entrenamientos en Ezeiza, que conjugará con las Divisiones Inferiores, para que los chicos vean de cerca cómo se entrena la Primera, para que trabajen a la par, para que el salto no sea súbito sino escalonado, que los pibes suban y ya sepan cómo es el método de laburo. Por eso también exigirá un proceso de captación de jugadores más serio, para no tener que pagar fortunas por De la Cruces o Borrés, que son apuestas a futuro con cotizaciones de realidades absolutas. Por eso se queda.

Porque no quiere que todo penda de un hilo y se desarme cuando se vaya. Porque tiene mucho por hacer. Porque está loco y siente que puede hacerlo. Porque está loco. Tanto que cree que el técnico que lo suceda puede estar a su altura.

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+ TE BUSCAN: Está en la mira de París Saint Germain.

+ DE ÉLITE: Gallardo es el segundo mejor DT del mundo.

+ YA VAN DIEZ: Las finales de la Era Gallardo.

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