Tenemos un tópico que se repite a menudo en la mesa con mis amigos del colegio. Si hubiéramos elegido ser jugadores de fútbol, quiénes habrían llegado a Primera, quiénes habrían triunfado -y determinamos que por triunfar, después de otro debate, entendemos jugar cuanto menos en un club grande de Argentina (en mi opinión no es así: para mí triunfar también puede tener que ver con las ciudades en las que uno hace carrera, sin necesidad de pasar por un grande, como Federico Bravo, que de Boca se fue al New York City)-, quiénes habrían deambulado por cuadros del ascenso profundo y los sueños de quiénes habrían quedado truncos después de un par de temporadas en las canteras, ya sea por burros o por alcohólicos o por drogadictos. El tema que deriva del juego preliminar es más complejo: ¿de qué habrías jugado de haber sido futbolista? La mayoría elegiría siempre posiciones abc1: de diez, de cinco, de nueve, de siete, de dos, hasta algún demente puede querer ser arquero, pero nosotros llegamos a la conclusión de que habríamos sido laterales derechos. ¿Por qué? Elemental: porque nadie quiere ser lateral derecho. Las chances matemáticas de triunfar siendo lateral derecho son inmensamente superiores a las que uno tendría si quiere jugar de enganche, por poner un ejemplo extremo. (Y lateral derecho de oficio: se trata de alguien que estudió desde el ciclo básico común hasta el último año de la carrera exclusivamente para ser lateral derecho, nada de aspirantes a mediocampistas venidos a menos). Es verdad, al puesto le falta un poco de épica, pero qué más épica que triunfar en el fútbol. Es más: tenemos la fantasía de que si realmente hubiéramos contado con ciertas condiciones naturales, habríamos llegado a la Selección y a Europa.

Gabriel Mercado no sólo es un tipo súper humilde, un buenazo de los que no hay en el fútbol, sino que también es un pibe con una cabeza muy distinta a la media del futbolista. Durante los últimos diez años he tratado con jugadores de fútbol de todo tipo y especie por mi trabajo, pero conocí a muy pocos en este mundillo que muchas veces me hace renegar de todo (cómo prácticamente ni te dirige la palabra un millonario de dieciocho años, la vergüenza ajena de ver cómo otros colegas se rebajan y pierden la dignidad para perseguir y suplicarle a un adolescente que patea una pelota por que les dé una entrevista en la que, además, no dirá absolutamente nada) con los que sentís que podés charlar como se charla con un amigo (aunque ni siquiera lo haya hecho). Mercado es uno de ellos. Es un pibe familiero, con gustos de clase media, mira series como yo, se ríe en Twitter como yo, le gusta el rock como a mí, es fan de Messi como yo, es de mi misma camada, cosecha mil nueve ochenta y siete. Que yo sepa todavía tampoco tiene hijos: se casó a los veintinueve años, algo joven para el parámetro de mi grupo de amigos pero muy veterano para el futbolista medio, que suele ser padre incluso antes de empezar a coger.

Gabriel Mercado es un pibe normal. Y desde hace varios años que estudia para ser lateral derecho: no sé si habrá hecho el cálculo lógico de probabilidad y estadística para triunfar como hicimos con mis amigos, pero yo secretamente sospecho que sí, o que al menos supo adivinar en algún momento de su vida que en el mundo faltan laterales y sobran marcadores centrales. El tipo supo ver que ahí estaba el point, que el Bambino Veira una vez pidió un cuatro y le trajeron una bebida sabor pomelo, que Argentina quedó afuera de un Mundial con Otamendi y Burdisso como marcadores de punta derechos, que el Tanito Vella jugó en River, que Hernán Grana jugó en Boca. Y a puro esfuerzo ubicó un lugar en el acotado sindicato de los laterales, y llegó a River sin muchos pergaminos, se hizo de abajo y lo demás es historia conocida. Intocable en el puesto, goles en finales de Copa, otros en semifinales, campeón de todo, puesto ya ganado de cuatro titular en la Selección, goles en Eliminatorias. Y, claro, inevitable, pase a Europa.

En general, cuando un jugador importante de River se va al exterior siento un poco de tristeza. Muchas veces, bronca. En este caso es una rara alegría. Como cierta sensación de Justicia. De que el pibe se lo merece más que nadie, que dejó absolutamente todo, que lo iba a seguir dejando si no pasaba al Sevilla, que pudo haberse aprovechado de cierta coyuntura contractual alentado por las aves rapaces que manejan a los jugadores como títeres y que no lo hizo, que fue agradecido con River. Quedamos a mano: River está igual de agradecido con Mercado. Y yo también, porque siento que pude ser él, que todos pudimos ser él. Que uno de mis amigos puede triunfar en esto del fútbol.

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