A veces me aburro un poco del periodismo deportivo. Sucede, como no ocurre tanto en otros campos de la materia, que estamos metidos en una ruina circular que, claro, no tiene salida. Es un ciclo sin fin. Pasa así: a principio de año se habla del mercado de pases, de millones ajenos que van de aquí para allá, en general con finales previsibles porque todo en el fútbol y en la vida se soluciona con dinero; luego pasaremos partes apasionantes acerca de las pretemporadas, hoy el plantel hizo doble turno, Test de Cooper a la mañana, trabajos con pelota a la tarde; terminará la pretemporada y vendrán los partidos de verano; luego haremos la guía del campeonato, “con todo lo que tenés que saber”. Arrancará el campeonato, y durante el campeonato se hablará mucho de un equipo, después de otro, después de las polémicas con los arbitrajes, hacia el final de la incentivación: aparecerá el arquero de un equipo que no pasa de mitad de tabla a decir que “si es para ganar”, cualquier estímulo es bienvenido. Después uno sale primero, se hará una revista especial del campeón, vienen las fiestas y arranca otro mercado de pases. En el medio, también, hay entrevistas, en las que casi todos los jugadores dirán más o menos lo mismo, nada muy interesante. Y para no ser corporativo, los periodistas tampoco diremos ninguna genialidad. La Selección va a jugar por Eliminatorias, va a perder dos partidos, y vamos a asegurar que los que juegan afuera están muy desarraigados, que son europeos pelagatos, gritaremos que fulanito es un apátrida y que hay que empezar a convocar al cuatro de Lanús porque ése sí, ése sí que tiene hambre, al menos hasta que lo compre un clubecillo de Francia y pase al bando de los malos. Un poco cansa. Cansa ese choclo de ecuación que tiende a infinito.

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Cuando llego a estar en crisis con mi vocación, de todas maneras, tengo un antídoto que nunca falla: a todo esto, me están pagando por ir a ver a River. Desde que nací, las dos cosas que más me gustan en la vida son ir a ver a River y viajar, y ahora me están pagando por ir a ver a River y cada tanto, incluso, por ir a ver a River y viajar al mismo tiempo. Estoy viviendo de eso. Es como si me pagaran para ir a comer un asado con mis amigos: exactamente eso. Cuando juego esa carta para mis adentros, siento que le gané a la vida. O que le voy ganando, porque nunca que sabe si uno mañana tiene que empezar a laburar en serio, como el cuatro de Lanús. Ahí te quiero ver, Ariel. Peor es trabajar, decía siempre un compañero del diario cuando alguien se quejaba por alguno de los miles de menesteres que dan lugar a protesta para los trabajadores de prensa. Pero después de usar mi pequeña triquiñuela de autoayuda, con el tiempo el desgaste te lleva otra vez a lo mismo. Eso también es cíclico, sube y baja y vuelve a subir abruptamente.

Los jugadores de fútbol, dijimos, no ayudan. A veces, en el grupo de trabajo, descartamos algún personaje para un potencial mano a mano porque no vemos posibilidad de que nos diga algo más interesante que “me voy sintiendo cada vez mejor” o “el domingo tenemos que ganar” o “el cuerpo técnico me da confianza” o “sí” o “no” o “tal vez”. Con algunos, incluso, usamos algunos trucos: cuando ven que un titular de cualquier portal dice, en boca de un protagonista, “me gusta más jugar de lateral derecho”, a veces puede suceder que al tipo le preguntemos “¿te gusta más jugar de lateral derecho?”, y conteste “sí”. Es discutible, pero tampoco está mal. Es cierto: técnicamente no dijo “me siento mejor de lateral derecho”, pero tampoco podemos titular “sí”, a secas. Los periodistas también retroalimentamos esto, eh, es cosa de dos. Una vez, después de un River-Boca de verano en el que ganó River por penales después de que Ferrari empatara el partido sobre el final con un lindo zurdazo, el hombre que cubría el campo de juego hizo la siguiente pregunta: “Bueno, Ferrari… De zurda”. Ferrari sólo contestó “sí, de zurda”. Ahí se resume un poco todo. Cuando aparece un personaje interesante, cuando la entrevista se diluye en una charla, nos chocamos de frente con aquella deformación profesional de los periodistas: en un ámbito tan protocolar como el fútbol, solemos encarar las entrevistas coyunturales en la mera búsqueda de un título salvador. Hagamos que diga esto, o lo otro.

El otro día vi por tevé la rueda de prensa que dio D’Alessandro y me lamenté muchísimo por no haber estado ahí preguntando. Y no sólo porque se trata de un tipo atractivo para el cara a cara con la prensa. Noté algo que ya había pensado otras veces pero nunca con tanta claridad: me dio la sensación de que según lo que le preguntaran, el Cabezón iba cambiando de opinión sobre si es mejor quedarse en River después de diciembre o irse. Como si el periodista fuera un psicólogo que lo va llevando de un lado para el otro. Que dependiendo de la pregunta él te dice que siente que hay gente que todavía lo rechaza o que está muy agradecido a la gente, que River es su casa o que el Inter es su casa, que Argentina es un picadero de carne, que es difícil vivir acá, que somos exitistas, o que en Brasil le pasaron cosas que no lo hicieron sentirse cómodo. Pensé que estaba el tipo ahí, como desnudo, y que podía sacarle el título que yo quisiera: que si yo quería quilombo, me decía que está dolido con los hinchas, que lo hacen sentir ajeno; que si quería un titular positivo, me decía que en ningún lado se va a sentir mejor que en River. Y en realidad, lo que deja entrever D’Alessandro es que no tiene del todo claro lo que va a hacer cuando se termine su préstamo. Dirán que no depende de él, que una vez que finalice su cesión los fríos papeles lo obligan a volver a Porto Alegre. Y es tan cierto como que, a su edad, está en posición de decidir, que Inter no lo va a obligar a hacer nada porque allí es poco menos que Deus. Que si Gallardo lo quiere, algo que al menos yo doy por descontado, puede quedarse en el club a jugar sus últimos años de carrera. Y él andaba ahí, surfeando. Y lo que lamenté de no haber estado en esa rueda de prensa, esa sesión de terapia, fue no haber intentado inocularle la idea de que lo mejor que le puede pasar es seguir acá, volver a jugar la Copa, los clásicos, que aunque es cierto que pudo haber vuelto antes para una parte de los hinchas, nadie deja de reconocerle que volvió entero (no hace falta mencionar quiénes no lo hicieron), que es clave en el funcionamiento de un equipo que viene en levantada, que se está pelando el orto por River, haciendo un sacrificio físico que pocas veces tuvo que hacer. Si vuelve a un Inter que se está por ir al descenso, también lo voy a entender. Y también sé que habrá muchos que dirán que eso es, justamente, lo que no hizo cuando River pasó por la mala, porque así de oscilantes somos siempre y porque así funciona el mundo. Porque todo se repite y no hay manera de escaparle al cliché que supimos conseguir.

Ahora que lo pienso, hasta algunos partidos de fútbol se me hacen previsibles, a veces. Hay patrones que se repiten y son parte de la misma rueda: los clásicos de Rosario y de La Plata siempre terminan 0 a 0, los equipos chicos se van a defender al Monumental y a la Bombonera y a veces te ganan con alguna contra o a veces se desmoronan a los cinco minutos, Alemania nos va a ganar en todos los Mundiales. Lo que nunca jamás es previsible es un pase al vacío, un caño, una gambeta de D’Alessandro. Ojalá que se quede.

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