Un día como hoy de 1959, Angel Labruna vestía por última vez la camiseta de River. 52 años después, La Página Millonaria recuerda a quien lució con más orgullo que cualquier otro la banda roja en el pecho, quien supo ser el más grande de El Más Grande, el ángel que protege los corazones Millonarios.
Tuvo el tupé Angelito de retirarse perdedor. De colgar los botines, esos que se llenaron de gol, los que inflaron la red una, dos, tres, 293 veces hasta convertirlo en el máximo anotador de la historia del fútbol argentino, con una mancha. Es que, quizás, no quería pasar inadvertido. ¿Qué hubiese pasado si esa tarde de octubre, ante San Lorenzo, River hubiese goleado? A lo mejor, muchos se hubiesen quedado sin voz para despedirlo, para decirle ese adiós que terminó siendo un hasta luego. En una de esas, debía mal acostumbrar al paladar negro para luego endulzarlo hasta la médula.
Lo cierto es que antes y después de esa derrota ante San Lorenzo por 3 a 0, Labruna fue gloria, fue River por 21. Tuvo la dicha de ser parte y el designio de ser todo. Se vistió con los colores sagrados por 21 años consecutivos, se calzó los colores del Millonario en 515 oportunidades, 5 menos que Amadeo Carrizo -el que más veces la usó- y gritó 293 goles. Fue parte fundamental de La Máquina, le convirtió 16 tantos a Boca para ser el que más veces amargó a los primos y el que más la metió en la historia de los Superclásicos. Como jugador, fue campehón 9 veces: 1941, 42, 45, 47, 52, 53, 55, 56 y 57. Y como técnico se consagró en los Metropolitanos de 1975, 77, 79 y 80; y en los Nacionales de 1975 y 1971.
La historia dirá que después de ese encuentro, ya con 41 años sobre el lomo, el socio vitalicio número 1358, el que pagó la cuota hasta siendo jugador, el que nunca pisó la línea de cal por cábala, el que se tapaba la nariz cuando entraba a la Bombonera, el que paseó su juventud por la antigua cancha de Alvear y Tagle repartiéndose entre el aro de básquet y los goles, partió con rumbo incierto. Como en una de esas curdas en la que los recuerdos se entremezclan y las penas quedan ahogadas en el fondo del vaso, Labruna recorrió Uruguay con Rampla Junior, Chile con Ranger de Talca y dio fin a su extensa carrera en Platense, allá en el 61, tras 28 años de futbolista y 43 años de hincha de River. Eso sí, sólo se atrevió a gritar gol en tres oportunidades sin la banda roja. No era sin River y se notó.
Pero ese 12 de octubre de 1959 fue tan sólo un adiós. Los libros cuentan que volvió en 1975 bajo el lema “voy a ser campeón”. ¿Quién se lo iba a negar? Nadie. Testarudo, el “Feo” se encargó de desempolvar los capítulos que había escrito con los cortos en sus piernas y sacó a River de un letargo de 18 años. Hasta ese entonces, mitigó la espera con otros récords propios de un fuera de serie. Por ejemplo, fue campeón de la B con Defensores de Belgrano en 1967 (¿será que no podía alejarse del barrio?) mientras dirigía a Platense en Primera. Ah, con el “Calamar” llegó a la final del Metropolitano en aquel año.
Entonces, por razones nobles, el 12 de octubre puede volver a ser declarado “Día de la Raza”. No por lo que sucedió allá en 1492 cuando Colón desembarcó en América y derrochó sangre por doquier. Sino porque un 12 de octubre de 1959 Angelito dejó en vilo a toda una raza, la riverplatense. O, a un país. Porque, como él dijo: “Los riverplatenses no somos la mitad más uno… somos todo un país, menos algunos”. Hoy, esas palabras tienen más sentido que nunca…



