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Del toquecito al toqueteo

España se consagró campeón del Mundo a base de fútbol y toque, como pregonó la Saeta Rubia, Alfredo Di Stéfano.

pablo-desimone

A los que amamos el futbol, la magistral demostración de España frente a Alemania nos hizo engordar unos kilitos esta semana. Por lo menos recuperar aquellos que perdimos luego de la caída estrepitosa de Argentina contra los alemanes. Esa noche soñada por los peninsulares, recibió el reconocimiento internacional a un estilo que parecía ser el eslabón perdido luego de décadas plagadas de exitismos y resultadismos enmascarados de modernidad y tacticismos. Esa noche, fiel a su costumbre, el Mariscal Perfumo, en el programa “Hablemos de futbol” tuvo que jugarse en un cruce con su habitual temperamento. Cualquiera hubiera imaginado que su fuerte intervención podría deberse al sentimiento de exclusión que los defensores de su talla podrían estar experimentando. Salvo Puyol, autor del gol de la victoria, no había mucho para destacar de los especialistas en cortar juego, ya que España había hecho lo que tanto se pregona y cuesta ver: defenderse con la pelota. Algo que Perfumo siempre pide de los delanteros y los volantes y que esa tarde había visto plasmado como pocas veces. Otra cosa era la que a Don Roberto lo obligó a salir a “raspar” como en sus viejos tiempos de inigualable central, haciendo gala de su amplísimo sentido común. Luego de coincidir con la “exhibición” de toque corto, preciso y profundo que dio la “furia”, percibió lo que ninguno de la mesa y reparó una injusta omisión.

Remarcó la ascendencia de la figura del maestro Alfredo Di Stefano en el futbol español, algo que no debería pasar desapercibido para ningún futbolero de ley. Y tenía razón. Probablemente, tan emocionados como uno, Quique Wolff, Verea, Caimi, el loco Dalla Libera y Capria no escatimaban elogios sobre los padres de la magia ibérica: Johan Cruyff y su paso por el Barcelona, su discípulo Joseph Guardiola y el actual entrenador Del Bosque, sin recordar que a todos los ellos los precedió el gran Alfredo. El indiscutible precursor del hilo conductor que hoy nos lleva hasta la generación de Xavi, Iniesta y David Villa. El resultado de la final no cambia nada. Holanda no es España, pero tampoco renuncia a la elaboración del juego. Ya fue campeón sin corona y honra esta historia de la pelotita. Así como tantas veces la honraron los brasileños. Pentacampeones, por calidad. Fuera de Sudáfrica, por milagro y suficiencia. Cuando aparecen los mercachifles de esa prédica barata, sobre la lentitud, la morosidad y la lateralización inocua con que quieren demoler el “toque” como esencia de este deporte siempre aparece una España o la Francia de Zidane del 2006 en el camino (jugador que por edad y velocidad casi no juega su mejor Mundial). Hay un tiempo mental, que está en la cabeza de quienes leen este juego como un arte estético y grupal. Lo demás es transformar al futbol en una competencia de atletismo antes que de destreza y habilidad.

Anécdota al margen, Perfumo aportó algo más que interesante cuando se le preguntó por qué el jugador argentino, siendo tanto o más técnico que el español, no siente al toque como lo esencial que tiene este juego. “Es que el jugador argentino sufre de amnesia. Cree más en lo individual que en lo colectivo”, dijo. En cambio, esta España, pocas horas después aseveraba Cappa: “puso al toque en un pedestal”. En cada metro cuadrado de la cancha pensó en pasarle la pelota limpia a un compañero, no se apuró, no se preocupó en salir a hacer marcas personales y achicó la cancha cuando defendió tanto como la estiró para atacar. Este equipo encontró una identidad que alguna vez alcanzó a nivel de clubes con el gran Alfredo dentro de la cancha. Capaz de ganar cinco Ligas de Campeones y quedar a un paso de conquistar la sexta con los merengues, equipo que luego contaron en sus filas con Pinino, Quique Wolff y Cambiasso, entre otros.

Ese ADN millonario que rescató Perfumo era imposible de saltear. La Saeta todavía es considerado el mejor jugador europeo de todos los tiempos. Dejó una huella imborrable y es imprescindible mantener viva su presencia histórica. Cuando se está a punto de alcanzar la hora más gloriosa futbolística de un país es de un invalorable tenor pedagógico desandar el derrotero de sus “docentes” y las páginas que ellos escribieron para entender que no hay casualidades sino causalidades.

Claro que Cruff dejó su impronta y Guardiola parece haber corregido y aumentado todos aquellos secretos que deleitan a quienes creemos que “la obsesión por la tenencia de la pelota” es la mejor estrategia. Pero si hubo una escuela en los 50 fue la de La Máquina y River, el principal exportador de jugadores “diferentes”. ¿Cómo no soñar a días del comienzo del Apertura con un nuevo River materializando esta idea? De hecho, Angel Cappa, uno de los más lúcidos adscriptos a este concepto, hoy dirige al primer equipo millonario y es inevitable no entusiasmarse. La globalización del futbol lo maltrató bastante en la península por defender este estilo que hoy está en la galería de la mejor consideración mundial. No obstante, el bacilo de la eficacia no está totalmente derrotado. Todavía resisten fundamentalistas de paladar atrofiado que definen el eximio control del balón como “un aburrimiento insoportable”.

Esto es futbol y nadie tiene la verdad revelada. Cada quien es cada quien y cada cual es cada cual. Si River recurriera a su memoria colectiva, a su historia de brillo, a la que se refiere el Mariscal y a la que apuesta Don Angel, es probable que pronto reencuentre el mismo camino que tantos años le llevó a España. Está en nosotros no comprar tantos espejitos de colores como los que nos vendieron los cultores del vértigo y la verticalidad que en este Mundial se fueron estrellando uno por uno. Por no jugar en bloque, ser pacientes, ensanchar el campo y apostar al engaño. Ese viejo “abc” del futbol que defendieron Di Stefano, Cruff, Guardiola, Del Bosque y el Gran Mariscal. Ese que va dejando de ser “toquecito” y que gracias a dios empieza a ser visto como “toqueteo”.

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