Hay partidos que quedan marcados en la memoria de los hinchas para siempre por distintas circunstancias: puede ser por un penal atajado, por un gol trascendental, por lo que estaba en juego y por el significado de ganarle a tu rival de toda la vida. Aquel superclásico que se disputó en el Estadio Monumental hace exactamente ocho años atrás, por el partido de vuelta de las semifinales de la Copa Sudamericana 2014, reunió todos esos condimentos.

Luego de un empate sin goles en la Bombonera, encuentro en el que abundó la pierna fuerte y que tuvo muy pocas emociones en las áreas, el equipo dirigido por Marcelo Gallardo llegó al estadio Monumental con la cabeza puesta en el objetivo internacional. El Muñeco el fin de semana anterior había resguardado casi la totalidad de su equipo titular en Avellaneda, donde se jugaba buena parte de la definición del torneo local frente a Racing. Cayó 1 a 0 con un gol de Ramiro Funes Mori en contra, pero poco importaba. La cabeza estaba en la Copa Sudamericana y en la chance de eliminar al eterno rival por primera vez en un torneo organizado por CONMEBOL.

¡Barovero, Barovero, Barovero!

El Monumental se vistió de fiesta para recibir al equipo a lo grande. La Subcomisión del Hincha montó una fiesta descomunal, con globos, cintas, humos y la pasión de siempre. Claro que a la hora de jugar, los nervios de una semifinal jugaron una mala pasada y a los pocos segundos Germán Delfino sancionó una falta dentro del área cometida por Ariel Rojas. Penal zonzo, pero penal al fin. Baldazo de agua fría.

Luego de varios minutos de discusiones y forcejeos dentro del área, Emanuel Gigliotti acomodó la pelota en el punto penal y se dispuso a ejecutar la pena máxima. Bajo los tres palos estaba Marcelo Barovero, que con su sobriedad habitual se lanzó contra su palo izquierdo y adivinó la intención del delantero boquense. El Monumental estalló en un grito ensordecedor. La tapada de Trapito se gritó como un gol y no era para menos. A partir de ahí, comenzaba un nuevo partido.

¡Que viva el fútbol, Pisculichi!

El equipo del Muñeco salió a jugar con la intención de siempre: presionar alto, buscar el arco contrario y tratar de imponer condiciones desde el vamos. Claro que en los primeros minutos tuvo algunas imprecisiones lógicas, hasta que llegó la otra jugada que cambió el partido. Lionel Vangioni, en una de sus tantas incursiones ofensivas, también sacó un remate defectuoso, pero la pifia encontró en la puerta del área a Leo Pisculichi, que definió de primera y de zurda, y puso la pelota contra el palo derecho de Agustín Orión. El Monumental volvió a explotar, esta vez con un grito de gol. Adentro, los protagonistas vivieron un abrazo icónico entre Piscu y Marcelo Gallardo que pasó a la posteridad.

Triunfo, locura y comienzo de la paternidad

Más allá que el superclásico fue vibrante y tuvo situaciones en las dos áreas, el resultado no se modificó hasta el final. Antes del pitazo final, Delfino expulsó al Cata Díaz por una agresión. El Monumental era pura fiesta y los jugadores también lo vivieron de una manera especial. El final del partido marcó el ingreso de todos los jugadores que estaban en el banco de suplentes y también aquellos que por distintas razones no fueron convocados. Todos se fundieron en un abrazo y luego se acercaron a la tribuna Sívori para celebrar con los hinchas. Locura total. Del otro lado, los jugadores de Boca se retiraban a los empujones, al borde las piñas con un particular que había ingresado al campo de juego.

El superclásico que ganó River el 27 de noviembre de 2014 fue un punto de quiebre en todo lo que vendría después. Unas semanas más tarde el Millonario se quedaría con la Copa Sudamericana y ganaría su primer título internacional de la mano de Marcelo Gallardo luego de 17 años de sequía. Además, los triunfos contra Boca se transformarían en una sana costumbre: hace ocho años era la primera de cinco eliminaciones en fila al eterno rival. El puntapié de un ciclo repleto de alegrías. En Mendoza, en la Boca, en la Copa y en Europa. Para toda la vida.