Aniversarios como el de este 5 de noviembre en el que se cumplen 14 años del golazo del Ariel Ortega reviven la emoción de aquel momento e, inevitablemente, llevan a repasar la hermosa película que escribió el Burrito con la camiseta de River. Nadie duda que el jujeño es uno de los máximos ídolos millonarios y que debe estar en todas las banderas que busquen reflejar a nuestros próceres. Pero tiene algo que lo diferencia del resto, algo que tal vez cueste explicar o entender. Es una especie de hijo prógido que se ganó también el perdón eterno.

¿Hay hinchas de River enojados con Ortega por los goles que le hizo con la camiseta de River? No. ¿Hay hinchas que le recriminen haberlos gritado? Tampoco. ¿Alguno le cuestiona haber faltado a muchos entrenamientos? Menos aún. Todo lo que hizo el Burrito está muy por encima de esas acciones. Regaló gambetas, caños y goles inolvidables. Fue un símbolo del potrero, del que jugaba igual en un entrenamiento o en la Bombonera, de ese rebelde que desafiaba a las patadas y les respondía con jugadas inesperadas. Transmitía alegría desde sus pies con su fútbol hasta con su sonrisa, ésa que explotaba cuando se sacaba la camiseta y la revoleaba para festejar. 

Aquella vez del 2006, cuando le hizo ese golazo a San Lorenzo, venía de más de un mes sin jugar. Justo en la semana previa a un superclásico faltó a los entrenamientos. No apareció ni había noticias de él. Días después admitió que no estaba bien anímicamente, habló con Daniel Passarella (por entonces el DT de River con el que lo unía una relación casi paternal) y decidió iniciar un tratamiento por su adicción al alcohol. Volvió a entrenarse. Se quedó con las ganas de concentrar para el partido contra Central. Fue al banco frente a Independiente, pero no entró. Ante el Ciclón tuvo su chance. Y fue mágico. 

Conocimos al Burrito desfachatado, el pibito que había llegado de Jujuy y que volvía loco a Jorge Higuaín y Comizzo en los entrenamientos. Le dieron la 10 y no sintió ninguna mochila encima. Fue campeón. Bailó en la Bombonera y gracias a esa tarde se ganó un lugar en el Mundial 94 dejando afuera a Mac Alister, el que no pudo marcarlo. Se fue a Europa, volvió y se transformó en uno de los Cuatro Fantásticos. Lo mandaron a Turquía y empezaron los desencuentro, pero siempre quiso estar en su casa, en el Monumental. Hasta le salvó las papas a Simeone, lo hizo campeón y le pagaron con la tarjeta roja. Tuvo revancha y una despedida hermosa.

Bien se podría decir que el que no quiere a Ortega no es de River. "La camiseta de River es amor de madre", dijo hace unos meses el Burrito en otra de sus frases célebres, como la que pronunció en aquella tarde del 13 de julio de 2013 cuando el Monumental se llenó para despedirlo: "Gracias Dios por hacerme hincha de River". Y gracias Burrito por habernos dado la chance de disfrutarte y eregirte como ídolo.

La despedida del Burrito en 2013