La de ayer fue una noche especial entre la hinchada y el equipo, ya que el partido más importante de la temporada se jugó a Monumental repleto y el equipo le regaló a su gente un triunfo ante el -hasta aquí- mejor equipo del campeonato. Pero el delirio se desató recién con el gol de Trezeguet y la victoria consumada, la cual fue sumamente importante de cara al objetivo de todo el Mundo River: ascender siendo campeones.
El River-Instituto de ayer comenzó desde muy temprano en los alrededores del Monumental. La gente se acercó varias horas antes de que iniciara el encuentro para poder conseguir un buen lugar para el espectáculo y así evitar demoras, teniendo en cuenta la gran magnitud de público que se sabía que iba a haber en Núñez. Aun así, varios accesos a las tribunas quedaron colapsados y las largas colas resultaron inevitables.
De todas formas, ello no impidió que el ambiente fuera ideal, más de 66.000 hinchas de River desbordaron la capacidad el Antonio Vespucio Liberti e hicieron escuchar, una vez más, su grito de aliento y apoyo incondicional. Además, el hincha entendió lo que el Millonario se jugaba ante La Gloria, el puntero del campeonato, y fue paciente pese a que La Banda no pudo quebrar a los cordobeses en el primer tiempo.
Recién a los diez minutos del complemento David Trezeguet pudo convertir el único gol del partido, que se vivió y palpitó en todo el estadio con una fuerte descarga emocional, porque le permitía a River imponerse en un partido clave, luego de mucho tiempo.
La tribuna fue un fiel reflejo del equipo: alentando, yendo para adelante y sufriendo el resultado hasta el último minuto de juego. Además, tuvo paciencia, como tuvo el equipo, con jugadores que venían mostrando bajo nivel, como el Chori Domínguez. También apoyó y aprobó a un César González que jugaba su primer partido como titular, y a un Carlos Sánchez que se desempeñaba en una nueva posición, la de carrilero por la derecha.
Pero fundamentalmente, el hincha trasmitió su apoyo desde las tribunas para que el equipo no bajara los brazos y fuera para adelante, como sucedió. Y finalizó en un grito conjunto, de alegría y festejo, cuando se sintió el último pitido de Maglio.
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