El triunfo de River en Mendoza se puede computar como un triunfo a dos vías. La de lo futbolístico, luchado, duro, pero con autoridad, reacción y una identidad que se va modelando de acuerdo a lo que busca el Pelado Almeyda. Y la de la gente, por no decir el político, que es devolverle a la gente el lugar de espectador que constitucionalmente le corresponde. River pide que “abran cancha”, que la cosa va en serio.
Históricamente, Mendoza no ha sido una provincia para neutrales. Allí, el general San Martín, por entonces gobernador de Cuyo, decidió su cruzada libertadora. Allí, Remedios de Escalada convocó a las mujeres de su provincia a entregar sus joyas para reforzar a la épica revolucionaria, transformándolas en armas. Esas Remeditas que el sábado fueron obligadas absurdamente a entregar sus camisetas para ver a River, que quisieron convertirlas en neutrales y se olvidaron de lo que llevan grabado en la piel. ¿Qué las iban a desollar? Mendoza, recuperó a partir del futbol algo de su naturaleza revolucionaria. Su gente desafió las gélidas disposiciones de escritorio. Descongeló su memoria y metió en el microondas su voluntad de ser protagonista de un cambio trascendental en el fútbol argentino.
Sin darnos cuenta, se está gestando otra historia. Desde el lugar menos pensado, seguramente el más doloroso. Su pueblo se puso de pie. Mancomunado desde su desgracia deportiva, está generando un efecto rebote a partir del fenómeno de masas que representa haciendo temblar las reglamentaciones vigentes. No hay guerra explícita, pero pone a la AFA contra la pared. Logró lo que ningún eufemismo pudo disimular: los “neutrales” pasaron a ser visitantes frente a Independiente Rivadavia, porque River copó Mendoza. Más de 15.000 almas llenaron la popular, media platea techada y otra media a cielo abierto. Lo hicieron pacíficamente, sin caer en provocaciones absurdas. Con la barra sin sus habituales identificaciones. Sin trapos, sin bombos, cantando a capella, dando lecciones civilizadas de convivencia que por presencia, masividad e interés público supone una revisión reglamentaria urgente de las prohibiciones anunciadas mediáticamente.
Y allí abajo, en el “verde césped” va apareciendo un River en consonancia con la ilusión que despierta en las tribunas. Se jugaba una parada dura, casi un clásico entre algunos ex de Godoy Cruz como Sánchez y Aguirre, contra algunos ex millonarios, como Oliva, Morales Neumann y el impresentable de Fabbiani. El partido tampoco fue para neutrales. Como dos fajadores mexicanos se pararon desde el minuto cero a devolver golpe por golpe.
El trámite nunca dejó de tener ritmo, tuvo dominadores cambiantes pero con un River despabilado que supo reaccionar a tiempo y terminó ganando con jerarquía. Lo mejor hasta ahora se ve en el mediocampo de los pelados, atendido por su propio dueño. Almeyda les supo transmitir su mística y halló en el uruguayo Sánchez un volante que apunta para más por su carácter y buen pie. Es uno de los más destacados junto a Nico Domingo, Aguirre y ese correcaminos que es Ocampo, un volante externo que tiene 17 kilos de dinamita antes que 17 años. Y el Chori, que presiona bien arriba y cuando se libera de su marca es el conductor futbolístico por talento y jerarquía. El Cavegol se va a cansar de hacer goles cuando acierte con una de las 10 diagonales que mete por partido.
De hecho, aporta la sabiduría de quien siempre tienen un tiempo más en el área, como en el segundo gol, que en vez de atolondrarse y al no tener espacio para definir, busca el pase hacia atrás para definir. Bancamos tantos burros, egoístas, como para no esperanzarnos con estas pinceladas de su oficio de nueve que entiende el juego. Atrás, quizá todavía se observan ciertos desacoples. Alayes golpea demasiado en zona anaranjada y Maidana no está en su mejor forma. Los laterales estuvieron bien con la pelota, no tanto en la marca, pero tampoco pasaron grandes sobresaltos. Y Chichizola tendrá que entender que a Carrizo las canchereadas le costaron caras. Pero en líneas generales, el equipo demostró que todavía no está para cruzar la Cordillera, pero que parece haber dejado atrás los demonios de aquella vieja ansiedad que lo sujetaba. Como si aquella vieja película se hubiera espantado definitivamente, porque se lo vio descontracturado, suelto, con amor propio, saliendo a presionar rápidamente en pasajes donde la “Lepra” parecía poder superarlo.
La otra batalla no lo encuentra “desamparado”, al contrario, está a punto de interponer un amparo para que su público disfrute de alentarlo en vivo. No está solo, en Quilmes y San Juan tampoco habrá “neutrales”. La lección rebelde de Mendoza quiere convertirse en epidemia. No se dan cuenta que la banda roja se lleva en la piel, aunque los hinchas cuyanos “dejan la vida por esos colores”. Pasó River por Mendoza y su gente fue un ejército. El equipo, un escuadrón compacto. Ni nieve, ni frío, mucho calor humano, buena parte del interior vibrando.
Señores de cuello duro que riegan flores de plástico, ¿cómo piensan apagar este fuego? Quemen los libros, barajen y den juego de nuevo. La ola los va a tapar, el Millo pide “abran cancha”, “¡y esta es la banda de River Plate…!”.



